jueves, 23 de mayo de 2013

Capitulo 6

Capitulo 6

Peter se había ido a la mañana siguiente, cuando me desperté a las nueve. También Rocio, pero Candela estaba en la mesa del comedor con un tazón de cereal.
 
—¿Cómo estuvo tu noche con el chico?
—Fantástica —le dije, estirando los brazos por encima de mi cabeza y escuchando como mi columna vertebral crujía. Me arrastré hacia la cafetera y encontré que no había más que para una taza. No tenía idea de cuánto tiempo hacía que se encontraba allí, pero no me importaba. El café sólo se ponía muy desagradable si ya habían pasado cuatro horas.
 
Me serví una taza y me senté con Candela. Se veía tan mal como yo me sentía.
 
—¿Estás de acuerdo con él aquí, en serio? —preguntó.
—No, en realidad no. —Tomé un sorbo del dulce elixir, envolviendo mis manos alrededor de la taza—. Pero, ¿qué puedo hacer? —Todavía no les había hablado de la apuesta, y Peter tampoco. No estaba segura de si iba a ir allí. Si la residencia podía resolver las cosas, entonces ellos nunca tenían que saberlo. Sólo esperaba que si la residencia le encontraba otro lugar, él se fuera tranquilamente. Realmente no tenía idea de qué tipo de pelea podría soportar.
 
—No mucho. Sólo odiar a la residencia. No sé lo que pensaban. — Negó con la cabeza.
—¡Y ni siquiera nos notificaron! Es una locura. Esta maldita escuela. — Me levanté y estampé dos piezas de pan en la tostadora. Había otra cosa que me molestaba, pero no iba a decirle a Candela al respecto. A menos que... tal vez me había escuchado anoche. Miré por encima de mi hombro para encontrarla observándome. Sí, había oído.
 
—Probablemente me escuchaste anoche, ¿cierto?
—Las paredes son como de papel, así que sí. Yo no quería traerlo a colación a menos que te sintieras incómoda. ¿Quieres hablar de ello?
—En realidad no. Olvidé tomar mis medicinas. Perdona si te mantuve despierta.
—No es gran cosa, sólo estábamos preocupadas por ti. Ha pasado un tiempo desde que tuviste uno.
—¿Rocio despertó, también?
 
Candela asintió. Genial, simplemente genial.
 
—Lo siento mucho. —Habían pasado sólo veinticuatro horas y ya era una mala compañera de cuarto.
—No te preocupes por eso. ¿Peter se levantó?
—Sí, él fue quien me despertó. Duerme desnudo, por cierto.
 
Sopló leche por la nariz y tuvo un ataque de tos antes de poder siquiera responder.
 
—Estás bromeando —dijo, con los ojos del tamaño de platos.
—No vi a Peter Jr., si eso es lo que estás pensando. No se sacó los pantalones cortos hasta que estuvo bajo las sábanas. Todo un caballero, ¿no lo crees?
—Escucha, si te hace sentir incómoda, podemos cambiar de habitación. Aunque, tal vez tengamos que quitar a Rocio de encima de él en el medio de la noche.
—Probablemente la arruinará. Él parece ser ese tipo de persona. — Mis tostadas aparecieron, extendí un poco de mantequilla y rocié un poco de miel en ellas.
—Oye, tengo que ir al macro, pero te veré más tarde, ¿de acuerdo? Déjame saber si escuchas algo de la residencia.
—Lo haré —le dije, saludándola y comiendo mi pan tostado.
 
Tomó su bolsa y, por primera vez desde que me mudé, tuve el lugar para mí. Debí haber pasado ese tiempo ojeando el primer capítulo de mi libro de texto, pero no era tan ambiciosa. En lugar de eso, me dejé caer en el sofá con un maratón de reality shows de mierda y me aturdí.

Estaba a punto de empezar a prepararse cuando la puerta se abrió.
 
—Hola —dijo Peter, dejando su bolsa de mensajero en la puerta—. ¿Te recuperaste de anoche?
—Sí, estoy bien.
—Seguro que sí.
 
No iba a aguantarlo hoy, así que fui a vestirme y lavarme los dientes. Agarró el control remoto y cambió de canal. Por supuesto.
 
—¿No tienes clase? —le pregunté.
—No tengo otra hasta las dos y cuarto. ¿Tú? —Quiso saber sin quitar los ojos de la televisión.
—Tengo Feminismo en el Cine a las 11:15.
—Suena emocionante —dijo, quedándose finalmente en The History Channel. Parecía un maratón de Hitler.
—Hasta luego —le dije y fui a prepararme. Ni siquiera dijo adiós cuando salí por la puerta unos minutos después.
 
Nunca había conocido a alguien que corriera tan caliente y frío. Era peor que el clima de Maine, que cambiaba con una frecuencia alarmante.
 
Mi paseo a clase fue relativamente tranquilo. El edificio estaba en el borde exterior del campus, como un rayo en una rueda. La universidad de Maine estaba ubicada en un centro comercial cubierto de hierba que tenía la biblioteca en un extremo y el gimnasio memorial en el otro. La mayoría de los edificios importantes se encontraban cerca del centro comercial, y los menos importantes estaban detrás. El edificio de inglés, donde tenía mi clase era uno de los menos importantes y resultó estar justo bajando la colina desde mi dormitorio.
 
La clase era relativamente pequeña, así que fue fácil encontrar el flameante cabello rubio de Eugenia. Estudios de la Mujer era un departamento pequeño, por lo que casi todo el mundo se conocía y tomaban las mismas clases.
 
—Oye —le dije, deslizándome en el asiento a su lado y tirando de la mesa plegable con un horrible ruido de molienda.
—Nos vemos de nuevo —dijo—. ¿Cómo fue mudarse?
—No me creerías si te lo dijera. —Teníamos unos minutos antes de que empezara la clase, así que le di una versión rápida y muy sucia del día anterior.
—Estás bromeando —dijo, sentándose de nuevo.
—Me gustaría.
—No pensé que la residencia podría hacer eso.
—Lo sé, ¿no? Sin previo aviso, nada.
 
Fuimos interrumpidas por la llegada de nuestra profesora, Jennie, con quien yo había tenido una clase antes. Era joven, sólo veintiocho años y estaba tan obsesionada con las películas, que incluso hacía interesante el tema más aburrido. Tampoco nos dejaba llamarla por su apellido.
 
La clase comenzó con la entrega habitual de programas de estudio y repasando las reglas y políticas. Me desconecté de la mayor parte, y dejé que mi mente divagara. Por supuesto que vagaba a mi irritación más reciente. Peter Lanzani.
 
Había algo seriamente mal con Peter. En un momento hablaba acerca de ir a la cama conmigo, y al siguiente me dijo que no quería que tuviéramos sexo porque yo le gustaba, y luego estaba más frío que el invierno de Maine. Tal vez eso era algo que podía hacer con la residencia. Había tenido que apagar mi teléfono durante la clase, pero no podía esperar para comprobar y ver si tenía un mensaje. También había planeado ir allí después del almuerzo, antes de mi última clase.
 
Terminamos temprano, y Euge y yo decidimos tomar el almuerzo en La Unión. Ella fue por una hamburguesa con queso a la parrilla, y yo opté por un arrollado de tomate, relleno con puré de garbanzos y verduras. De alguna manera nos encontramos con dos asientos vacíos y aclaramos todo.
 
—Así que tienes que darme algunos detalles más sobre este hombre.
—No sé mucho, la verdad. Excepto que es un idiota y que está durmiendo en mi habitación.
Cubrió la hamburguesa con salsa de tomate y abrió el pan.
—¿Es guapo?
 
Tenía que pensar en mi respuesta. No podía negar que Peter era precioso. Tenía todo lo que una típica mujer desearía. Buen cuerpo, dientes perfectos, cabello genial y todo (lo que pude ver) en proporción.

Quitando su cambiante personalidad, yo podría haber tenido un flechazo con él. También tenía esta línea de la mandíbula fabulosa. No es que me haya dado cuenta.
 
—Oh, de acuerdo, él es un bombón, pero es su personalidad la que podría necesitar un poco de ayuda.
—Aun así, mejor un idiota guapo que un tipo agradable y feo.
—¿De qué categoría es Nico?
—Es un poco de ambos —dijo, comiendo una patata—. Me gusta pensar que combina la cantidad exacta de sensualidad y amabilidad.
 
El novio de Euge era un buen tipo. Eran sus amigos los que necesitaban un poco de trabajo. No eran idiotas, sólo sencillamente asquerosos. Euge a menudo entraba en su cuarto de baño para encontrar que uno de ellos se había olvidado de limpiar, otro había dejado cabello e hilo dental usado en el fregadero, y otro, cabello en el desagüe de la ducha. Ella se quedaba por amor, o eso decía. Yo habría estado fuera de allí más rápido de lo que podría decir Clorox.
 
—Bueno, Peter es todo un idiota.
—Pero de buen aspecto. Puedes pasar por alto mucho si es ardiente.
—Confía en mí, eso no va a suceder.
 
Terminé mi arrollado, y fuimos a tirar nuestras bandejas, diciéndole adiós a Euge, quién tenía cálculo. Tenía que matar el tiempo antes de mi próxima clase y no quería hacer todo el camino de vuelta hasta la colina de nuestro departamento, así que fui a una de las computadoras de La Unión y comprobé la junta de empleos. El año pasado había trabajado en uno de los campos comunes de comedor. No había sido tan horrible, e hice algunos buenos amigos, pero había tenido más que suficiente de picar ensaladas y hacer un sinfín de sándwiches de queso a la parrilla. Yo quería algo nuevo que me pudiera ofrecer algún estímulo intelectual. La biblioteca era mi primera opción.
 
Me desplacé a través de los listados de alumnos trabajadores. La mayoría de ellos estaban en los campos comunes de comedor, pero hubo uno que me llamó la atención, de un ayudante de biblioteca en el departamento de publicaciones del gobierno, lo que sea que eso fuera.
 
Hice click en el enlace y rellené la solicitud, tratando de hacerme sonar lo más académica e inteligente posible. La envié y esperé conseguir un correo electrónico citándome a una entrevista.

Me desplacé por el resto de los puestos de trabajo, pero nada me llamó. Rápidamente revisé mi correo electrónico por cualquier señal de la residencia. No tenía nada en mi teléfono. Había comprobado al menos doce veces.
 
Decidí que si la residencia no había llegado a mí, yo iría hacia ellos.
 
Su oficina estaba en el tercer piso de la Unión, así que tomé las escaleras, componiéndome a mí misma antes de entrar en la oficina. La recepcionista levantó la vista cuando entré. Había otros dos estudiantes, un chico y una chica, a la espera. Los dos se veían hoscos y tristes, y la muchacha claramente había estado llorando.
 
—¿Puedo ayudarte? —dijo la mujer, levantando la vista de su ordenador.
—Sí, estoy teniendo un problema de residencia y realmente necesito hablar con alguien de inmediato. Llamé y dejé mensajes, pero no estaban abiertos ayer.
—Está bien, déjame ver. Aguarda.
 
Se puso de pie, y arrastrando los pies hacia las oficinas, golpeó suavemente la puerta antes de entrar. Cerró tras ella, así que no podía oír lo que decía. Maldita sea. Agarré un caramelo de la jarra y lo desenvolví, ganándome las miradas de las otras dos personas que esperaban. Unos segundos más tarde, la secretaria volvió. Traté de adivinar, por su cara, si se trataba de una buena o mala noticia.
 
—He hablado con Marissa, la jefa de residencia, y es consciente de tu situación. Si deseas sentarte y esperar, va a estar contigo tan pronto como le sea posible. Estas personas estaban delante de ti, y aquí es primero en tiempo, mejor en derecho —dijo con una sonrisa tensa.
—¿Sabes cuánto tiempo va a ser? Tengo clase pronto.
—¿Te gustaría hacer una cita?
—¿Qué tan rápido serías capaz de agendarla?
—Déjame ver —dijo con un suspiro apenas audible. Yo no estaba tratando de ser difícil.—Es una semana muy ocupada. Hmm... —Se desplazó a través de su ordenador, con los ojos en busca de un espacio vacío.—Lo primero que puedo conseguirte es el viernes por la tarde, a las dos.
—¿El viernes? —¿En serio?—. ¿No hay nadie más con quien pueda hablar?
—Déjame revisar el programa de Roger. Es el director asistente. —Se desplazó de nuevo, y crucé los dedos. No es que creyera en la suerte—. Lo más pronto que tengo es el próximo lunes a las cuatro.
 
Genial, simplemente genial. Traté de no gritar de frustración.
 
—Está bien, voy a tomar el viernes. ¿Qué se supone que debo hacer antes de eso?
—Debes contactar a tu director de residencia, y podrá ayudarte a resolver cualquier problema que puedas tener, ¿de acuerdo?
 
Escribió mi cita en la tarjeta y tomó mi nombre, escribiendo poco a poco en la computadora. Sí, nuestro director residente. Yo había visto al chico apenas una vez, cuando me mudé. Se había presentado y dado un discurso acerca de cómo su puerta siempre estaba abierta. Sí, yo iba a ir a un completo extraño con mis problemas. No lo creo.
 
Le di las gracias a la mujer y traté de no pisar fuerte fuera de la oficina. Mi teléfono sonó, y miré hacia abajo para encontrar un texto de "Compañero de cuarto Sexy". Lo abrí, preguntándome qué demonios.

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