domingo, 26 de mayo de 2013

Capitulo 11

Capitulo 11

Peter me trató del mismo modo arrogante que había usado los primeros dos días cuando lo conocí, lo cual era un gran cambio de la fría indiferencia. Hizo comentarios que me hubiesen hecho sonrojar hace algunos años. Rocio volvió de su reunión y continuó dándome esa mirada cuando él lo hacía. La mirada de te lo dije.
 
No iba a acostarme con Peter. No iba a acostarme con nadie, al menos no ahora mismo. No podía si quiera pensar en sexo sin que mis manos temblaran y mi estómago se diera vuelta.
 
No tenía problema con otros adultos haciéndolo, pero sabía que el sexo era desordenado. Era complicado y algunas personas lo usaban como un arma. No iba a dejar que jamás me sucediera algo como eso. Si lo hiciera, sería porque quiero. Y no he conocido a nadie que me haga querer hacerlo. Todavía.
 
Se quedó despierto hasta tarde la noche del viernes tocando la guitarra. Estaba exhausta de mi fallida cita, así que me fui a la cama. Me preguntó si me importaba si se quedaba despierto y tocaba.
 
—Haz lo que quieras.
—Eso quisieras —dijo, y tocó un pequeño tema de un comercial.
Jaja. Rodé mis ojos y me tapé la cabeza con las cobijas, como si lo estuviera bloqueando.
 
—Sabes que te gusta.
 
Sí, lo hacía. Más de lo que admitiría.
 
Me dormí con el ruido del rasgueo de la guitarra.
 
Cuando desperté, él murmuraba otra vez. Hubiera sido completamente adorable si no hubiese estado tan alterado. Consideré despertarlo de nuevo, pero no quería quedar mal. Así que lo dejé continuar y escuché.
 
—Mami, despierta. Por favor, despierta. —Su voz sonaba asustada.
 
Miré alrededor y encontré un par de medias que había envuelto en una bola y se las lancé tan fuerte como pude. Golpearon su hombro, pero no lo despertaron. Intenté encontrar algo más. Eché un vistazo alrededor y encontré una percha de metal en la puerta de mi armario. La desarmé y la usé como un palo para pincharlo. Me tomó un par de intentos, pero finalmente se tocó en el lugar donde lo pinchaba.
 
—¿Qué diablos? —dijo su voz media dormida.
 
Rápidamente arrojé mi palo y pretendí estar dormida. Lo escuché girarse y pude sentir sus ojos en mí.
 
—¿Acabas de pincharme?
Decidí fingir no saber nada. 
—¿Qué? —dije, intentando poner una voz dormida.
—Acabas de pincharme con algo.
—No lo hice. Estaba durmiendo hace un segundo.
—No, no lo estabas. Me pinchabas con ese pedazo de cable en el piso. Muy astuto, Missy, pero no soy tonto. —Se levantó, y lo escuché tomar mi aparato para pinchazos.—Estaba hablando de nuevo, ¿verdad?
—Sí —contesté.
—No me digas lo que dije. Ya lo sé.
—¿Cómo?
—Porque compartía habitación con mi primo cuando crecía y hubo un punto dónde me dijo lo que decía.
 
—¿Vivías con Pablo? —pregunté, girándome. Esa era la primera vez que hablaba de su familia. Era muy temprano para levantarse un sábado por la mañana, pero esto valía la pena. Esta era la primera vez que Peter iniciaba una conversación sobre sí mismo sin tener que atacarlo para hacerlo.—¿Qué sucedió con tus padres? —pregunté con tranquilidad. No quería asustarlo.
 
Volvió a la cama. Giré sobre mí misma para enfrentarlo. Estaba sentado, su espalda contra la pared con sus piernas en el borde.
 
—Están muertos. —El aire dejó la habitación y me fue imposible respirar. Fui incapaz de encontrar palabras qué decirle. Nada que yo dijera significaría algo—. Sí, es lo que creí —dijo después de uno momentos de mi silencio.
—Lo siento. Es sólo que no sabía qué decir, no quería decir nada estúpido. Trataba de pensar algo que no fuera estúpido. Supongo que fallé.

Para mi sorpresa, rió.
 
—No tienes filtro. Es una de las cosas que me gustan de ti. No empieces ahora. Di lo que quieras.
—Diría que es una de las cosas más tristes que he escuchado y que eso explica muchas cosas.
—Sí, lo hace —dijo, mirando sus manos—. Y eres una de las pocas personas que ha dicho lo siento, y realmente le creo. La gente dice cosas que no significan nada todo el tiempo. Es fácil encontrar la mierda.
—Sí, lo es. —Era una descubridora de mierda profesional. Era uno de mis talentos escondidos.
—¿Qué les sucedió?
—Algún día te lo diré —dijo, acariciando la parte de arriba de su cabeza con su mano, como si estuviera tocando su punto de la suerte. Decidí cambiar de táctica y hacer otra pregunta que me quemaba.
—De acuerdo, entonces cuéntame de tus tatuajes.
—Te dije que no creía en el destino, que creo en la suerte. Así que me dije, ¿por qué no tener toda la suerte que pueda conmigo?
—¿Cuántos tienes?
 
Giró su brazo y me mostró el siete. 

—Uno —dijo, y entonces movió su oreja izquierda para que pudiera ver la tinta detrás de ella—. Dos. —Me dio la espalda y apuntó al que se encontraba entremedio de sus omóplatos—. Tres. —Levantó su pie, y me mostró otro que no había visto hasta el momento, una estrella—. Cuatro. —Apuntó al que se encontraba en su pecho—. Cinco. Quiero tener siete para cuando termine, pero sólo los hago cuando es urgente, por esa razón no me he hecho uno en meses.
 
—¿Qué son? No puedo ver bien desde aquí —dije. No era una táctica para acercarme a su estado desnudo, lo juro.
 
Se levantó de su cama lentamente y caminó hacia mí. La mirada en su rostro no era confiada. Era abierto, como si me estuviera mostrando una parte de él que raramente compartía. Sabía que este momento era precioso, fácil de romper, como un dedo a través de una burbuja de jabón.
 
—Este, puedes ver que es un siete, el número de la suerte en varias culturas. Este —dijo, colocando su oreja hacia adelante—, es la herradura estándar. Los marineros las clavaban en los mástiles de sus barcos para ayudarlos a salir del camino de las tormentas.

Me dio su espalda y finalmente pude ver el que estaba allí.
 
Si no hubiese hecho un proyecto sobre la mitología egipcia en sexto grado, es posible que no supiera que era un escarabajo. Los escarabajos cubrirían sus pieles exteriores, caparazones, y los egipcios veían eso como un símbolo de renacimiento y así creían que los escarabajos eran inmortales.
 
—Realmente estás mezclando tus mitologías aquí, Z. 
Me miró sobre su hombro, rodando sus ojos ante el apodo. 
—Estoy a favor de la diversificación —dijo secamente.
 
Salí de la cama para estudiarlo más de cerca. Era hermoso, los colores casi resplandeciendo en su piel. Quién sea que se lo haya hecho, era un artista. Me resistí la urgencia de tocarlo para ver si era real.
 
—Así que, ahí lo tienes —dijo, girando—. Y luego sólo tengo una pequeña estrella en el pie. Ahí lo tienes, mi historia de tinta. Ahora muéstrame la tuya. —Su boca se alzó a un lado, y el Sr. Arrogante estaba de vuelta. Qué sorpresa.
—Lo siento, hombre, nada para mostrar —dije, saltando a mi cama.
—No preguntaba sobre tus tatuajes, Missy. —Se inclinó y apoyó sus manos a cada lado de mis piernas, casi, pero sin tocar mi piel. Incluso cuando no estaba tocándome, mi piel hormigueaba como si lo hiciera.
—¿Por qué Peter, estás preguntando ver mis partes íntimas?
—Preguntar es ponerlo leve —dijo, con un pequeño gruñido en su voz.
 
Las ansias de empujarme hacia el frente y pegar mi cuerpo con el suyo, eran tan fuertes, que tuve que agarrar las sábanas para no hacerlo.
 
—Sólo estás jugando conmigo —dije, mi voz un poco sin aire, como sihubiese corrido por las escaleras
—. Dijiste que no te acostabas con chicas que te gustaban.
—Oh, Missy, si sólo supieras —dijo. Lentamente se inclinó hasta que su rostro se encontraba directamente frente al mío, antes de alejarse y salir por la puerta.
 
Maldito. Maldito él y sus ojos verdes, y sus tatuajes interesantes, y su actitud de toma lo que quieras. El hecho de que tenía un pasado trágico solamente agregaba al misterio que era Peter Lanzani.

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