jueves, 30 de mayo de 2013

Capitulo 29

Capitulo 29

Me evitó al día siguiente, incluso en el trabajo. Teníamos tres carros de documentos y cosas que re ordenar en las estanterías cerradas, lo que significaba que íbamos a estar solos allí arriba por horas. Por suerte, llevé la radio y la prendí tan pronto como rodamos los carros, Dolly y Daisy y Dulcie, fuera de los ascensores. Uno de los otros trabajadores estudiantes había nombrado todos los carros y les había puesto pequeñas caras de vaca.
 
Entendía la obsesión de nombrar objetos inanimados. Prueba A: Sassy, mi auto.
 
Él agarró a Dolly, que tenía el principio del alfabeto, así que yo agarré a Dulcie, que estaba al final. Tendríamos que trabajar juntos cuando llegáramos a Daisy, pero tal vez no llegaríamos a eso hoy, y luego uno de los otros trabajadores estudiantes lidiaría con ello.
 
Terminé mi primer carro más rápido de lo que me hubiera gustado.
 
Había muchos libros grandes en él que tenían justo el número de fila correcto, así que me senté allí con el carro vacío. Podía oír a Peter trabajar silenciosamente, pero no sabía si había terminado. Dios, qué bebé. Sé fuerte.
 
Llegué al carro justo cuando Peter lo hizo. Por supuesto.
 
—Vamos —dije, arrastrando el carro hacia el pasillo a la derecha.
 
Comencé a agarrar las cosas y ponerlas en los estantes. Estaban relativamente en el lugar correcto. Una mano se extendió para detenerme.
 
—Sé que dijiste que no querías esto, pero la cosa es, que no te creo.—Sostuvo mi muñeca con suavidad, pero yo parecía no poder moverme.

Puso sus manos en mi cintura y lentamente me giró, como si estuviéramos bailando. Nos encontrábamos frente a frente, y no podía escapar de su intensa mirada. Sus ojos estaban fijos en los míos y no iban a dejarme ir.
 
Estaba atrapada.
 
—Mírame y dime que no quieres que te bese. Dime que no te gusta cuando hago esto —dijo, pasando su mano por mi brazo—. Dime que no te gusta cuando toco tu cabello... —Así lo hizo, cepillándolo detrás de mi oreja—. Dime que no te gusta cuando toco tu rostro. —Pasó sus manos por mis mejillas, moviéndolas hacia mi frente y luego bajándolas. Frotó ambos pulgares sobre mis labios—. Dime que no te gusta cuando hago esto. — Inclinó más cerca su cabeza, deteniéndose justo antes de llegar a mis labios—. Dime que me detenga y lo haré. Estás a cargo, Missy.
 
Oh, pero no lo estaba. Jamás había estado tan lejos de estar a cargo en mi vida. Odiaba ser tan descontrolada con él. Esta era sólo la segunda vez que pasaba, la primera había sido la noche del sábado y el incidente del sillón reclinable. Cerré los ojos y oré a quien sea para que me escuchara y me diera algo de control para poder decir que no.
 
No era una adolescente cachonda con las hormonas revolucionadas. Era Lali Esposito, la Reina de Hielo. Así era como me llamaban en la secundaria. Los chicos me habían evitado por miedo a que congelara sus pelotas. O eso habían dicho. No me importaba. Hacía las cosas más fáciles. Cualquier chico que había querido intentar abrirse paso a través de mi exterior había sido rápidamente aplastado como un insecto.
 
Peter era diferente. Había visto a través de mi exterior, a través de la pared de espinas enmarañadas que me resguardaban. Y allí estaba él, preguntándome si quería dejarlo intentar abrirse paso a través de mí.
 
La respuesta era sí.
 
Y no.
 
Iba a ir al infierno.
 
Me incliné adelante hasta que nuestros labios se encontraron. Esta vez me esperó. Me acerqué más, y respondió, atrapándome contra la estantería y devorándome una vez más. ¿Sus besos siempre eran suaves?
 
Esperaba que no.
 
Mis manos estaban atrapadas debajo de mi cabeza así que no podía tocarlo, pero él estaba presionado contra mí, así que podía sentirlo en cada centímetro de mi cuerpo, incluso a través de nuestra ropa. Dejé que mis preocupaciones por el control se desvanecieran, como soltar del cordón de un globo y verlo flotar lejos. Peter exigía mi atención.
 
Hice un pequeño sonido de gemido y rió, disminuyendo nuestros besos para que fueran más dulces. Además, podía respirar mejor. No como si importara respirar demasiado en ese momento. Era secundario.
 
Tiré de mi cabeza hacia atrás, sintiéndome mareada.
 
—No me gustas —susurré, dándole un último beso suave.
—Seguro —dijo Peter, estirando una mano a mi lado. Pensé que iba a atacarme, pero sólo buscaba un libro—. Tú sigue diciéndote eso. —Dejó el libro encima de mi cabeza, mirándome y sonriendo lentamente—. Vuelva a trabajar, señorita Esposito.
 
Agarré el libro más cercano y lo golpeé con él.
 
—Amargo. Me gusta el chocolate amargo.

***

Esa noche una barra de un caro chocolate amargo encontró su camino en mi almohada. Me pregunto cómo llegó allí. La levanté y encontré algo más. Una caja de terciopelo negro. Qué. Demonios.
 
Con manos temblorosas, la recogí, mi cerebro diciéndome que debía haber caído allí por error. Tal vez Rocio la había dejado en mi habitación, o pensó que era mío, o tal vez era un regalo de Pablo para Candela y él había decidido esconderlo en un lugar donde ella no lo encontraría o...
 
Sólo abre la maldita caja.
 
Lentamente, con un pequeño chirrido, la caja se abrió. Joder, joder, joder, JODER.
 
Había un anillo adentro. Para, los dedos y eso. Era precioso, con una piedra azul claro en el medio, rodeada por lo que pensaba que podrían ser diamantes (y rogaba que fuera zirconia cúbica) y luego una doble fila de piedras verdosas de diferentes tamaños, todas envueltas en plata. Me hizo pensar en la pluma de un pavo real.
 
—No es lo que crees —dijo Peter, asustando toda la mierda fuera de mí de una sola vez. Dejé caer la caja.
—Debo volver a colocarme el corazón —dije, intentando recordar cómo respirar.
—Vaya, no creí que recibiría tal reacción. —La levantó y la miró antes de sostenerla para mí.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? —No podía formar palabras coherentes.
—Es un anillo. Es para tu dedo. Lo compré, y pensé que te gustaría. Y es para pedirte perdón por todas las cosas imbéciles que he hecho. Pensé en tomar todas las precauciones.
—¿Anillo?
—Sí. Anillo. Peter —dijo, apuntando a su pecho—Missy —dijo, apuntándome a mí.
 
Bajé la mirada a la cosa brillante. Era tan bonito. Era la cosa más bonita que había visto en mi vida. Como si alguien hubiera diseñado un anillo sólo para mí.
 
—No es lo que crees que es. Es un anillo de disculpa. Es un anillo "lo vi y pensé en ti". No es un anillo de compromiso. Los anillos de promesas son estúpidos, y sabes que no te estoy proponiendo matrimonio. No me casaré, jamás. Entonces. Esto es un anillo. Sólo un anillo para tu lindo dedo. Hice que lo hicieran a tu tamaño.
—¿Cuándo?
—Medí tu dedo mientras estabas durmiendo una noche.
—¡¿Qué?!
Se rió de mi cara todavía aturdida. 
—¡Bromeo! Maldita sea, eres rara cuando eres sorprendida por joyería. Tendré que hacerlo más a menudo. Me robé uno de los que tenías en el armario que sé que usas mucho.
—¿Lo mandaste a hacer para mí?
—Algo así. Vi el anillo con el azul y los diamantes, y sólo pensé que podría añadírsele más para hacer algo que amaras. ¿Te gusta?
 
Mis oídos se encogen ante la palabra diamante. Tal vez lo había escuchado mal. Los diamantes eran caros.
 
—No me gusta. Es la cosa más hermosa que jamás he visto.
—Podría decir lo mismo sobre ti. —Levanté la mirada a su rostro para encontrarlo sonriéndome.—¿Te lo pondrías? ¿Por mí?
 
Sacó el anillo de la caja y me lo enseñó. Lo deslicé por mi dedo anular derecho. Demasiado simbolismo con el izquierdo, al menos en los Estados Unidos. Se ajustaba como si hubiera sido hecho para mí. Era tan brillante que apenas podía apartar la mirada de él.
 
—¿Cómo te va? —dijo Peter, tomando mi mano y girándola para que el anillo brillara.
—Perfecto. —Todavía no comprendía el hecho de que Peter me había comprado un anillo con diamantes y Dios sabía qué más, como si no fuera nada.

—¿Cuánto? —dije.
—El precio no importa.
—Creí que no aceptabas dinero de tu familia.
—No lo hice. Lo compré yo mismo.
—¿Con qué dinero? —Tenía que ser locamente caro. Él no se encontró con mi mirada cuando la levanté.
—No te preocupes por eso. El dinero no tiene sentido.
—No, la tiene. Dime cuánto estaba.
—Si lo hago, vas a enloquecer como lo hiciste sobre la casa, y luego me veré forzado a besarte otra vez. ¿Quieres que te bese otra vez?
—No es mi culpa que sigas intentando besarme. ¿Cuánto te costó el anillo?
 
Agarró mis manos y trató de plantar un beso en mí, pero lo esquivé.
 
—¿Me estás pidiendo que vuelva a patearte los huevos? Porque de seguro lo haré.
—¿Por qué no puedes reaccionar como una chica normal? Cualquier otra persona sería un charco de baba a mis pies.
—No le diste este anillo a cualquier otra chica, me lo diste a mí. Así que lidia con eso.
—¿Quieres que lo regrese? Estoy seguro de que pueden partirlo y usar las piedras para otro anillo.
—¡No! —Sería un crimen destruir una cosa tan adorable. No que estuviera muy metida en la joyería pero esto era algo diferente. Esto no era un anillo. Era una obra de arte.

—Bien entonces. Así que supongo que te gusta.
—Me encanta.
—Tengo mis reservas acerca de ti llevando una pluma de pavo real en el dedo, pero eso sólo es una representación de una, así que supongo que está bien. Sólo... ten cuidado.
—Los pavos reales no son de mala suerte para mí —dije. Él no tenía idea de lo que significaban para mí. O tal vez sí—. ¿Cuánto, Peter?
—No es importante, Missy. Tú eres más importante que el dinero. Fin de la discusión. —Quería preguntarle otra vez si era bipolar. ¿Cómo podía decir cosas como esas y luego hacer un comentario sobre mi trasero al segundo? Era un acertijo—. Así que lo único que te queda por hacer es agradecerme. Conozco una manera realmente especial en que podrías agradecerme, pero es tu elección. —Y allí estaba él de nuevo.
—Bien —dije, teniendo una idea.
 
Torcí mi dedo para que él se acercara. Levanté la cabeza como si fuera a darle un beso húmedo. Me mordí el labio y su rostro se quedó en blanco por un momento. Ja.
 
Fui por su boca lentamente, pero me moví al último segundo, capturándolo por la mejilla para un beso a la velocidad de la luz.
 
—Gracias —dije alegremente antes de alejarme de él. Necesitaba algo de espacio para poder respirar.
—Provocadora. Eres una provocadora, Missy.
—Sabes que me amas.
Sacudió su cabeza. 
—Nop, aún no me gustas —dijo con un suspiro.
—Mentiroso —repliqué.
—Hipócrita. —Se paró más cerca de mí.
—Idiota.
Sonrió lentamente. 
—Preciosa.
—Imbécil.
—Sexy. —Estaba viniendo hacia mí, y no podía detenerlo. De alguna manera tenía que hacerlo.
—Detente.
—Vamos.
—Luz roja.
—Luz verde.
—No.
—Sí —susurró, alcanzándome para agarrar mis hombros—. Sólo di que sí. Di que estarás conmigo.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—No puedo, Peter. No me vuelvas a preguntar.
—Aw, Missy. ¿Por qué me haces esto?
—Lo siento. —Mi voz se quebró y temía que iba a llorar. No, no iba a llorar. Me prometí a mí misma que ningún chico, ningún hombre, jamás me haría llorar. Y era por eso—. Lo siento —dije antes de salir corriendo de la habitación.
 
—¿Qué va mal? —dijo Rocio desde el sofá donde estaba instalada con sus libros de enfermería.
—Nada. Voy a dar un paseo.
—Pero está lloviendo.
—¿Y? Tengo un paraguas. —Lo agarré de donde lo había colgado en la puerta.
—No lo abras adentro —dijo Peter desde el pasillo—. Es mala suerte.
 
No respondí mientras salía de allí tan rápido como pude.
 
Caminé alrededor del campus por dos horas, sólo pensando y mirando el anillo. Todavía estaba en mi dedo. Él había dicho que sólo era un anillo, un anillo de disculpas, pero era muchísimo más que eso. Los anillos eran simbólicos. Los anillos eran en círculos. Los círculos jamás terminaban, por lo cual eran símbolos de eternidad. Sin principio ni fin.
 
Dios, era tan hermoso. ¿Cómo había sabido él? Por supuesto, yo tenía un montón de mierda sobre pavos reales, pero la manera en que él lo había juntado era simplemente perfecta. Había estado planeando esto por un tiempo. ¿Cuánto tiempo? Otra pregunta que se me había ocurrido preguntarle mientras estaba en mi paseo. El campus se hallaba desierto, viendo que era demasiado tarde para la mayoría de las clases y llovía.
 
La lluvia no me molestaba. Peter lo hacía. Mis sentimientos por Peter me molestaban más que nada.
 
No terminé llorando, pero llegué muy cerca de eso. No podía recordar la última vez que había llorado. Jamás he sido una llorona, y luego de que todo eso pasara, era como si alguien hubiera apagado la válvula en mis conductos lagrimales.
 
Quería golpearlo otra vez. Quería romper cosas y gritar, así que en lugar de eso seguí caminando. Caminé hasta que había recorrido el campus de un lado al otro, y mis zapatos estuvieron empapados. No había pensado en ponerme mis botas de lluvia súper lindas que había comprado sólo unas semanas atrás. Qué desperdicio.
 
El anillo pesaba un millón de kilogramos para cuando llegó el momento en que tuve que volver al apartamento. Bajé la mirada a él una vez más. Guau. Sólo guau.
 
Estaban cenando cuando entré.
 
—Él no está aquí. Se fue a quedar con Pablo esta noche —dijo Rocio antes de que siquiera llegara a la puerta—. ¿Qué te hizo?
—Esto —dije, levantando mi mano. Hubo un sonido conmovedor mientras Rocio tiraba su plato.
—Está en su mano derecha —señaló Candela.
—Oh —dijo Rocio, inclinándose para agarrar el plato—. Entonces rompí un plato por nada.
—No es exactamente nada —dije, quitándome las zapatillas y medias empapadas y dejando mi paraguas para que se seque al lado de la puerta.
—Déjame ver —dijo Rocio, agarrando mi mano.
—Mierda. Esa es una piedra. Estoy bastante segura de que esto fue lo que hundió al Titanic.
—Es precioso, La —dijo Candela.
—No sé qué se supone que haga con esto.
—Duh, úsalo y haz al resto de la población femenina celosa. Peter Lanzani no les compra anillos a las chicas. Esa no es una cosa que pasa —dijo Rocio.
—¿Cómo lo sabrías?
—No hay razón —dijo ella, volviendo a bajar la mirada al anillo.
—¿Qué has oído?
—Oh, sólo que es un playboy. Una de las chicas en mi clase de biología tenía una amiga que se quemó un poco por él. Estaba un poco amargada.
—Apuesto a que está subestimando. —Me preguntaba si era una de las chicas cuyo número todavía seguía en el teléfono de él. Tal vez era Chastity.
—¿Cómo era su nombre?
—¿Briana? ¿Britney? Algo que empezaba con B. Mierda, este es un anillo.
 
Ciertamente lo era.
 
—¿Estás segura de que no lo quieres? Porque yo estaría feliz de quitártelo de las manos.
—¿Qué pasa con Gaston? —dijo Candela.
—¿Qué pasa con Gaston? —espetó Rocio.
—No te hagas la tonta, Ro. Sé que te llamó y que hablaron. Dormimos en la misma habitación.
 
¡Sí! La atención estaba en alguien más para variar. Me quedé callada, dejando a Rocio acosada de preguntas por Candela hasta que ella soltó que Gaston la había llamado y quería reunirse.
 
—No lo sé.
—¿Por qué no lo invitas a que venga para una de nuestras noches de comida comunitaria? Entonces no habrá tanta presión —dije.
—Supongo.
—Hazlo —dijo Candela—. Ahora mismo.
—Bien, bien. Tranquila. —Sacó su teléfono y envió un mensaje—. Listo.
—¿Feliz?
—Rebosante —dijo Candela.
—Entonces, de vuelta al anillo —dijo Rocio.
 
Suspiré y se los mostré otra vez.

10 comentarios :