domingo, 26 de mayo de 2013

Capitulo 10

Capitulo 10

Peter y yo apenas nos vimos por el resto de la semana. Asumí que fue a pasar el rato a casa de Pablo, pero no sabría decirlo con seguridad porque apenas me había dirigido veinte palabras. Cuando venía y dormía en el apartamento, siempre llegaba cuando ya estaba inconsciente y se marchaba antes de que despertara. No sabía cómo lo hacía, pero era como una sombra, escabulléndose para entrar y salir. Cuando lo veía, pretendía no verme. Candela y Rocio lo notaron, pero después de hacer averiguaciones, las cuales Peter y yo, ambos negamos, dejaron de preguntar.
 
La tarde del viernes llegó finalmente, y con ella mi cita con Marissa.
 
Tuve que esperar diez minutos enteros antes de que Marissa abriera la puerta y me llamara. Su oficina estaba desagradablemente ordenada y podría haber sido una viva imagen de lo que una oficina administrativa debería lucir con una lámina genérica de acuarela y los carteles de motivación. Agg.
 
Ajustó sus gafas sobre la nariz antes de sentarse detrás de su escritorio, ordenando su reposamuñecas distraídamente.
 
Todo sobre ella dictaba orden: su cabello corto, impecable camisa y expresión plana.
 
—Así que, ¿qué puedo hacer por ti, Lali? Dijiste que tenías problemas con uno de tus compañeros de piso. —Se inclinó hacia adelante, apoyando sus brazos sobre el escritorio.
 
Le ofrecí el resumen, dejando fuera muchas de las cosas que Peter había hecho. No repetía lo que dijo palabra por palabra.

—¿Te hace sentir incómoda? ¿Has intentado hablar con él al respecto?
—Sí, lo he hecho —dije. Su expresión había sido nula mientras le contaba mi lamentable historia, y podía ver que esto iba a ser un callejón sin salida. Podía sentirlo. Pero tal vez, estaba siendo pesimista.
—¿Has recurrido a tu administrador de residencia? Siempre están disponibles para hablar o discutir disputas, y han sido entrenados en cómo ayudar en esas situaciones. —Era como golpear mi cabeza contra una pared de ladrillo.
—Realmente esperaba que esto pudiera ser simplemente resuelto, teniendo en cuenta que fue un error desde el comienzo.
—Bueno, realmente no hay nada que podamos hacer en este momento. A menos que haya una emergencia, tenemos que mantener lugares disponibles para aquellos que realmente los necesitan. Suena como si fuera más un problema de personalidades. Recomendaría que tuvieras algún tipo de mediación con el administrador de la residencia y puedes volver a verme en unas pocas semanas, ¿de acuerdo?
 
Quería decir con todas mis ganas, “¿Hablas jodidamente en serio?” pero no me hubiese ayudado para nada.
 
—Entonces, ¿no hay nada que usted pueda hacer?
—No, a menos que haya una amenaza directa. ¿Te ha amenazado? No tengas miedo de hablar.
 
Lo pensé durante medio segundo, pero sabía que decirle que Peter me había amenazado, lo metería en problemas y podría ser echado del campus. La seguridad del campus se vería envuelta y hasta podría ser arrestado. Por mucho que la imagen de Peter en la cárcel me divertía, no podía ser la que lo pusiera allí si de verdad no se lo merecía. Teniendo en cuenta que fui yo quien en realidad lo había asaltado.
 
Estaba atrapada.
 
—No, no lo ha hecho.
—De acuerdo. Aquí tienes mi tarjeta. Nunca dudes en llamarnos si hay alguna emergencia. Pareciera como si ustedes dos sólo necesitasen tener una charla. Haré que su administrador la contacte para organizar algún tipo de mediación. —Se puso de pie y sostuvo su mano frente a mí, efectivamente terminando la cita. No tuve otra opción más que ponerme de pie, tomar su mano y marcharme con su tarjeta apretada en mí mano.
 
Qué maldita pérdida de tiempo.

No sabía por qué había esperado algo más. En una universidad de alrededor de 12.000 estudiantes no licenciados, yo era un número. Esa era la razón por la que había elegido la universidad de Maine en vez de una más pequeña. Ahora pagaba el precio.
 
Irrumpí en el apartamento. Candela se había ido a casa por el fin de semana para celebrar el cumpleaños de su mamá, así que ya no estaba. Rocio había tenido una reunión con el grupo de enfermería, así que sabía que si alguien iba a estar en el apartamento, ese era Peter.
 
Intenté golpear la puerta cuando entré, pero fracasé.
 
—¿Día difícil? —dijo una voz masculina. 

Miré hacia el sofá para encontrarlo sentado con su guitarra.
 
Contuve mi compostura por un segundo.
 
—Está en marcha —dije, caminando en su dirección, pegando mi mano a su cara—. La apuesta, está en marcha.
 
Observó mi mano por un segundo y una lenta sonrisa apareció a través de su rostro.
 
—Una vez que sacudamos nuestras manos, no hay vuelta atrás.
Asentí, pero alejé mi mano antes de que pudiera tocarme.
—Tiene que haber algunos parámetros. Toda esta cosa de amar y odiar no puede ser probada. Te dije que te odiaba y te golpeé, pero no me creíste. Si digo que te amo ahora mismo, no me creerías. Así que, ¿cómo lo medimos?
—Es más difícil decir que amas a alguien, que lo odias. Así que tienes que decir las palabras. Y tienen que ser verdaderas.
—¿Cómo sabrás que son verdaderas?
Se encogió de hombros.
—Lo sabré. Tú lo sabrás.
—¿Y la parte del odio?
—Sabré que me odias cuando lo vea en tu mirada. Lo he visto antes y lo sabré.
—Entonces, tú vas a determinar esto. ¿No tengo voz en el asunto?
—No estoy forzándote a aceptar esto. Puedes llamar a la residencia y decir que te estoy acosando sexualmente. Me arrastrarán a una charla disciplinaria y probablemente me echen de la escuela. Puedes hacerlo ahora mismo. Pero no vas a hacerlo.
—No puedo —dije. Por mucho que lo pusiera fuera de mi vida—. Eres un imbécil, pero no eres eso. Si lo fueras, me hubiese deshecho de ti tan rápido que tu cabeza hubiese dado vueltas.
—Exactamente. No eres una chica que soporta cualquier cosa. Puedes cuidar de ti, me lo mostraste la primera noche. Me harás saber cuando haya ido muy lejos.
—Lo haré.
—De acuerdo, entonces.
—Bien —dije, y estrechamos las manos. Intenté liberarme, pero tomó mi mano y me atrajo hasta chocar con su pecho.
 
—Así que, aquí estamos. Atascada conmigo hasta Navidad —respiró. 

Soltó mi mano y di un paso atrás. No fue fácil de hacer. Mi cuerpo estaba atraído al suyo como los polos opuestos de un imán.
 
—Crees que eres el que hace mi vida difícil. Pero puedo hacerla mucho peor para ti —dije, sonriendo dulcemente. Sus ojos verdes lucían escépticos.
—¿Cómo?
—¿Realmente quieres saberlo? Voy a invitar a un montón de chicas, veremos películas para chicas, hablaremos de nuestros periodos, encenderemos todo tipo de velas aromáticas y probablemente nos quedemos toda la noche despiertas riendo.
—¿Cuándo comenzará la pelea de almohadas desnudas y los besuqueos?
 
Golpeé su hombro.
 
—Cerdo, eso no pasa en las pijamadas a no ser que sea una película. Pero Candela, Rocio y yo podemos conspirar contra ti. No tienes idea lo terrible que puede ser.
—¿Qué te hace pensar que algo de eso me hace sentir incómodo? —dijo, estropeando mi estímulo del momento por armar un plan contra él.
—Porque todos los hombres huyen cuando las chicas comienzan a hablar de sus ciclos menstruales. Se supone que corras ahora.
 
Dio un paso más cerca.
 
—No me molesta.
—Tampón —dije.
Dio otro paso.
—Calambres. Hinchazón. Flujo abundante.
 
Su pecho casi tocaba mi nariz. Incliné mi cabeza para encontrarme con sus ojos. No pestañeó. Casi podía sentir al algodón de su camiseta en mi piel. Lentamente levantó sus manos y colocó sus pulgares a cada lado de mi rostro.
 
—Sigue —dijo, levantando mi rostro haciendo que me pusiera de puntillas. Oh, mi Dios.
 
En ese preciso momento, mi cerebro dejó de funcionar. Dejé de pensar e incluso dejé de intentarlo.
 
—¿Sin palabras, Missy? —dijo, uno de los lados de su boca alzándose.
 
Esa sonrisa satisfecha me golpeó de vuelta a la realidad. Lo fulminé con la mirada y me aparté de sus manos. Se rió entre dientes.
 
—Vas a tener que trabajar muy duro para probar que me odias. Lo otro, tal vez no tanto.
—Eres tan engreído —dije, cruzando mis brazos.
—Y no tienes idea de lo sexy que te ves en este momento, tan enojada conmigo.
 
Mi boca se abrió. No tenía nada qué decir, así que alcé mi rodilla como si fuera a golpearlo en sus genitales, pero me detuve muy cerca. Fue genial verlo retroceder.
 
—Ten cuidado con eso —dijo.
Simplemente le sonreí.
—No olvides que tienes algo mucho más valioso que puedo dañar. Sólo recuérdalo.
—¿Cómo podría olvidarlo?
—¿No tienes que estar en alguna parte? ¿Alguna otra chica que objetivar? —pregunté.
—¿Por qué me iría a otra parte teniendo todo lo que necesito aquí?
 
Iba a hacer un comentario rápido, pero no pude pensar en ninguno. Me sorprendía que un apuesto chico de veinte años no tuviera planes un viernes en la noche. Pero oye, ¿qué sabía yo?

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