domingo, 26 de mayo de 2013

Capitulo 12

Capitulo 12

—¡Hola, La! —dijo Julieta, saltando de su Volvo convertible. Corrí hacia ella aplastándola en un abrazo. La había visto hacía sólo una semana, pero la había echado de menos.—Guau, ¿estás bien? 

El abrazo fue un poco demasiado entusiasta. También debe haber leído la tensión en mi rostro.
 
—Vamos a tomar una copa y te contaré al respecto.
 
Entramos en Margarita, el único lugar mexicano decente en el centro de Orono. Estaba abarrotado, entre una tienda de ropa que vendía moda para mujeres grandes y una oficina de bienes raíces. Era ridículamente estrecho, pero tenía dos plantas, así que había un montón de rincones acogedores y lugares privados. Los cuadros estaban pintados a mano y había un montón de sombreros y luces de pimientos colgadas en la pared. Música suave sonaba de fondo.
 
Julieta y yo subimos las escaleras y encontramos una mesa para dos en un rincón, detrás de una gran viga. Pedí una Coca-Cola y Julieta un margarita.
 
—Te voy a dar un sorbo cuando nadie esté mirando —dijo.
 
La puse al corriente de la saga entera de Peter mientras esperábamos que la camarera volviera, para poder pedir.
 
—Suena como un idiota —fue su evaluación.
—Lo es —le dije, riendo.
Julieta detuvo la copa a mitad de camino hacia sus labios. 
—Oh, no.
—¿Qué? —dije, mirando alrededor.
—Te gusta.
—¿Qué? No, no lo creo.
Puso la copa hacia abajo, con la boca abierta por la sorpresa.
—¡Sí, totalmente lo hace! Jesús, La, ¿qué estás pensando?
—No me cae bien —mentí entre dientes.
—No insultes mi inteligencia. Conozco tu rostro mejor que nadie. También cada tono de tu voz. Puedes mentirte a ti misma todo lo que quieras, pero no me estás mintiendo. Entonces, háblame de él.
—Él es… —dije, tratando de encontrar las palabras para describirlo—, es un idiota. Dice lo que está en su cabeza y siempre está empujándome y empujando su suerte. Asegura que no se acuesta con chicas que le gustan, pero siempre viene tras de mí. Es complicado. 
—Suena complicado. ¿Guapo?
—Sí, se podría decir eso.
—Bueno, entonces, ¿cuál es el problema? —dijo mientras la camarera se acercaba para tomar nuestro pedido. Hicimos una pausa en la conversación. Pedí nachos con guacamole extra y Julieta fue por las quesadillas de carne. Traté de pensar en mi respuesta a la pregunta de Julieta.
 
—Tú sabes cuál es el problema.
—La, eso fue hace mucho tiempo. Ya lo superé.
—Nunca superas algo como eso —dije en voz baja.
—No, tienes razón, no lo haces. Pero aprendes a vivir con ello. Al igual que una cicatriz. Tienes que dejar de odiar a todo el mundo.
—No odio a todos —le dije.
—Cerca, La, cerca.
 
Cambié de tema y Julieta me dejó. No volvimos a Peter hasta que compartimos nuestro helado frito, que era helado con una cubierta crujiente, rociado con miel por un lado y chocolate por el otro. Yo tenía el lado del chocolate.
 
—¿Qué es lo peor que podría pasar?
—Sabes qué es lo peor —dije.
—No puedes dejar que una mala manzana arruine todo el barril. Había un montón de signos que yo elegí ignorar. ¿Peter te hace sentir insegura? ¿Te está controlando?
—No —respondí. Peter nunca me había hecho sentir como que iba a hacerme daño físicamente. Darme un beso, sí. Pero se trataba de dos tipos diferentes de miedo.
—Conoces los signos. Conoces las señales de alerta. ¿Has visto alguna de ellas?
—No.
—Entonces, ¿por qué no dejas de ser tan hostil?
—A él le gusta que sea hostil, creo.
—Bueno, tengo que conocer a este tipo. También quiero ver tu nuevo lugar.
 
No había planeado llevar a Julieta al apartamento. De hecho, no se me había ocurrido hacerlo.
 
—Supongo. No puedo prometer que va a estar ahí.
—Envíale un mensaje. No vine todo el camino hasta aquí desde Belfast y traje tu ropa para no ver a este tipo.
 
Suspiré y saqué mi teléfono.
 
¿Estás en casa?
Quizás. ¿Por qué?
Para llevar a mi hermana.
Si se ve como tú, es bienvenida.
¿Y si no?
Voy a irme.
Idiota.

 
No contestó, así que cerré mi teléfono.
 
—Dijo que va a estar ahí siempre que te parezcas a mí.
Se echó a reír. 
—Sí, ese chico totalmente te quiere, La.
—Sólo quiere empujar mis botones.
—Eso no es todo lo que quiere empujar —dijo, señalando con el tenedor hacia mí.
 
Ugh. Quizá Peter y Julieta se llevarían bien. Eso sería lo peor.
 
Dejamos el coche de Julieta en el centro y tomamos el mío de regreso a la escuela.
 
—Deja de volverte loca.
—No me estoy volviendo loca —le espeté.
 
Me estaba volviendo loca y no podía decir exactamente por qué. Tal vez era porque en la opinión de Julieta era en la que confiaba más. Confiaba en su juicio más que en el mío. Si no le gustaba Peter, realmente no le gustaba, eso era todo.

—Oh, esto es tan lindo —dijo cuando abrí la puerta—. No tan asqueroso como yo esperaba.
 
Miré a mí alrededor, pero no vi a Peter. Suponía que había decidido no volver a casa después de todo. Di un suspiro de alivio, luego la puerta del baño se abrió y salió de entre una nube de vapor, vestido sólo con una toalla alrededor de sus caderas.
 
Nos vio y una sonrisa se propagó en su rostro. 

—Hola ahí, tú debes ser Julieta. Me alegro de haberme quedado. Me imaginé que si ustedes dos compartían los mismos genes, serías igual de caliente.
Eché un vistazo a Julieta para ver su reacción.
—Y tú debes ser Peter —dijo Julieta, sus ojos lo rastrillaban de arriba a abajo. Tuve un tiempo difícil tratando de no hacer lo mismo, a pesar de que lo había visto sin camisa antes—. Síp, tenías razón —me dijo.
—¿Razón sobre qué? —Quiso saber Peter, moviendo la toalla para que no se cayera. Dulce Cristo.
—¿Eso crees? —continué. Era muy divertido tener un secreto que Peter no sabía. ¿Cómo te caigo ahora?
—Sí —dijo ella, caminando cerca de Peter, rodeándolo lentamente y observándolo—. Justo como dijiste.
 
Asentí. 

—¿Las señales de advertencia? —le pregunté.
—Todavía no —dijo, haciendo otro círculo. Con toda justicia, Peter se detuvo y dejó que lo evaluara.
—Te ves como si te estuvieras divirtiendo —le dije, porque él lo hacía.
—Tengo a dos hermosas mujeres desvistiéndome con la mirada. ¿Por qué no disfrutaría?
 
Julieta inclinó la cabeza hacia un lado y entrecerró los ojos. Vi como éstos se deslizaban hacia abajo, a su antebrazo, que estaba cubierto por un tatuaje de pluma de pavo real que había conseguido tan pronto ella había cumplido dieciocho.
 
 —Así que, ¿cuáles son tus intenciones con mi hermana?
Peter la miró a los ojos sin pestañear.
—Bueno, al principio la quería para la mejor una-sola-noche de mi vida.
—¿Y ahora?
—No la quiero sólo para algo de una noche —dijo, con los ojos clavados en mí. Mi piel se volvió fría y caliente en oleadas.
—¿Eres consciente de que estoy en posición de agarrar tu polla y romperla si quisiera?
—Muy consciente —dijo, arrancando sus ojos de mí. ¿Hacía calor aquí? Tenía que abrir la ventana.
—Bien —respondió ella, dándole una palmadita en el hombro, para luego sentarse en el sofá y agarrar el control remoto—. ¿Por qué no te pones algo de ropa antes que tú y mi hermana sigan follándose con los ojos hasta la muerte?
 
Peter se echó a reír y sacudió la cabeza.
 
—No estás soltera, ¿verdad? —le preguntó.
—En tus sueños, chico toalla. Corre y ponte algo de ropa —dijo, haciendo un gesto con las manos.
—Sí, señora. —Me guiñó un ojo antes de cerrar la puerta del dormitorio. Debe haber sido mi imaginación, pero oí una pizca de acento sureño cuando lo dijo.

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