domingo, 14 de abril de 2013

Capitulo 22

Capitulo 22

No sé cuánto tiempo tardó el viaje de regreso a casa. El tiempo pasaba desapercibido para mí. No hay noche, ni día. Levantarse de la cama era casi imposible a veces. En mis sueños, Peter se encontraba allí. Sólo quería dormir. Hablar era algo para lo que simplemente no estaba preparada.

Había visto las preguntas y la preocupación en los ojos de Pablo en el vuelo a casa, pero no había hablado con él. No quise enfrentarme a él ahora que sabía que tenía problemas, aunque realmente no sabía cuáles eran. Piensa que estoy loca y ese no es mi problema. Mi problema era que amaba a alguien a quien no podía tener. Veía almas que vagaban por la tierra perdidas y había sido atacada por un alma que tenía la intención de matarme. Yo era la única persona que recordaba que Peter Lanzani había ido a la escuela y si sacaba su nombre a colación otra vez, todo el mundo pensaría que realmente perdí la cabeza. Así que, sí, he tenido problemas, pero no psiquiátricos. Tenía los sobrenaturales.

Un golpe en la puerta de mi habitación me sorprendió y me volví para ver la puerta cerrada, sabiendo que era mi madre. Mi madre preocupada. ¿Cómo explicarle que estoy lastimada tan profundamente que no estoy segura de poder recuperarme? Faltaba algo en mi vida, algo que jamás conocí.

—Adelante. —Mi voz sonó ronca por falta de uso. Mi madre abrió la puerta lentamente y asomó la cabeza en el interior, como si evaluara la atmósfera antes de entrar.
—¿No irás a la escuela esta mañana? —Preguntó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Olvidé qué día era, pero sabía que no estoy preparada para hacer frente a la escuela. Tampoco preparada para enfrentarme a Pablo o Cande o Nacho. Tenía que permanecer en mi habitación y encontrar la fuerza dentro de mí para seguir viviendo. Negué con la cabeza y la pretensión de sonrisa dio paso a un ceño de preocupación, arrugas en su frente. —Cariño, has perdido una semana de escuela hasta ahora. Te he permitido quedarte aquí, con la esperanza de que pudieras superar el trauma que has experimentado. Pero ahora me preocupa que no vayas a salir de aquí. He estado estudiando tus síntomas en Internet y tienes todos los signos de un trastorno de estrés postraumático. Tienes pesadillas horribles y gritas en tus sueños, gritando por Peter o Pedro  … no puedo entender entre los sollozos. No sales de tu habitación y no aceptas llamadas o visitas. Cuando trato de hablarte es como si te ocultaras. No me estás escuchando.

Me quedé allí sentada, escuchándola. Sufría por tener el corazón destrozado, roto sin remedio, pero no iba a decírselo. Me quedé en silencio. Ella parecía tomar mi silencio como un estímulo.

—He hecho algunas llamadas y te conseguí una cita con una psiquiatra. Necesito que vayas a hablar con ella. Es muy buena y trabaja con los adolescentes exclusivamente. Está muy recomendada y no tienes que decirle a nadie que vas a verla. —Las lágrimas brotaron en los ojos de mi madre. Las apartó de golpe y dejó escapar un jadeo entrecortado. —Yo... la verdad es que debería haberte enviado hace años. Cuando eras pequeña hablabas de personas en las paredes. Pensé que era tu imaginación, pero ahora me pregunto si, de alguna manera, tienes alguna enfermedad y este trauma que has experimentado ha provocado algo. —Olfateó. —Te hablas a ti misma en la noche aquí. Te escucho hablarle a alguien. Cariño, necesitas ayuda. —Asentí con la cabeza. Sabía que iba a aliviar su miedo. Ella se preocupaba mucho por mí y yo no podía explicar nada sin que pensara que estoy loca.

Sonrió a través de sus lágrimas y asintió con la cabeza. 
—Está bien, bueno. Te voy a dar algo de tiempo, pero hay que levantarse y tomar una ducha. Entonces vístete y vamos a ir a ver a la doctora Hockensmith. Nos está esperando.

Asentí con la cabeza de nuevo y vi que mi madre salió de la habitación, dejando la puerta abierta como un recordatorio de que necesitaba levantarme. Había aceptado ir a ver a un psiquiatra. Mi madre perdería el dinero, pero yo sabía que tenía que ir, o ella tendría que ver a un psiquiatra, por la tensión que le provoco emocionalmente. Odiaba estar disgustándola, pero me parecía que no había una manera de salir de la desesperación que me consumía. 

***

La enorme casa, de dos pisos, de estuco blanco, daba vista a lo largo del Golfo de México. Mi mamá ralentizó y se quedó mirando la casa, lo suficientemente grande como para contener al menos cinco familias cómodamente. Pero no era una casa para una familia. La alegre casa en la playa, era un lugar para sanar a las adolescentes que sufren de problemas psiquiátricos.

Eché un vistazo a mamá, me esperaba para dar el primer paso. Habíamos empacado mis cosas en silencio, después de que estuve de acuerdo con el psiquiatra, de que sufría un trastorno de estrés postraumático y necesitaba ayuda. Estuve dispuesta a aceptar cualquier cosa para salir de la oficina donde era obvio que ella realmente quería que cambiáramos personalidades o admitiera mi locura. Yo no era una psicópata y este parecía ser el diagnóstico que me dieron.

—¿Quieres hacer un par de llamadas antes de ir a instalarte? Una de las reglas es que no se puede tener el teléfono aquí. —La expresión de mamá me dijo que temía que la noticia de ningún teléfono iba a destrozarme. Asentí, pensando en Pablo y Cande. Tenía que hacerles saber dónde iba a estar por un tiempo. Mamá asintió con la cabeza. —Está bien. Voy a empezar a llevar tus maletas y a registrarte. —dijo las palabras con un pequeño hipo, como si estuviera a punto de romper a llorar. Había manejado todo esto tan bien y ha sido tan fuerte, pensando que esto es lo que necesito. Estiré la mano y cogí la suya, apretándola con fuerza.

—Mamá, estoy bien. Creo que me va a ayudar. No te pongas tan sentimental. Todo va a estar bien. —Asintió con lágrimas en los ojos. Sabía que tenía que mejorar para ella. Tenía que encontrar una manera de vivir con el agujero en mi pecho. Mamá subió las escaleras con las maletas en la mano y cogí el teléfono, marcando primero a Cande.
—Bueno, todo el jodido tiempo veo tu nombre moviéndose por mi pantalla. ¡Por Dios, Lali! Me has estado asustando. —Sonreí aliviada al escuchar su voz.
—Lo siento. —Tomé una respiración profunda. —He sido diagnosticada con trastorno de estrés postraumático. Estoy a la espera de ser ingresada en este centro de rehabilitación para personas con problemas similares. No puedo tener mi teléfono, pero me dijeron que podía recibir visitas, por si quieres venir a verme alguna vez.

Cande se quedó en silencio y comencé a preguntarme si mi teléfono había colgado su llamada.
 
—Entonces, puedes mejorar... Quiero decir, ¿Te ayudarán? —Preguntó lentamente, sonando como si estuviera aterrorizada.
—Sí, pueden hacerlo. —Le dije para tranquilizarla. Pero sabía que no me podía sanar. Nunca podría ser normal. Sólo quiero aprender a fingir, para que mis seres queridos no se preocupen por mí.
—¿Le has dicho a Pablo? —Su voz había perdido la alegría de antes, y odiaba que fuera mi culpa.
—No, te llamé primero. —Con un suspiro irregular dijo 
—Te quiero. — Sentí las lágrimas ardiendo en mis ojos por primera vez. Yo también la quería.—Llama a Pablo y te visitaré lo antes posible.
—Está bien. Nos vemos pronto. Adiós. —Presioné el botón para terminar la llamada y luego llamé a Pablo.
—Lali. —Su voz sonaba tan aliviada como la de Cande.
—Eh, tú. —dije, necesitando tranquilizarlo antes de asestarle la misma noticia que acababa de dar a mi amiga.
—¿Te sientes mejor ahora? Espero que sí, Lali, porque te extraño como loco. —Sonreí ante la calidez que su voz siempre me causaba.
—Tengo trastorno de estrés postraumático, Pablo. Fui a ver a un psiquiatra.
—¿Qué es eso? ¿Te dará alguna receta para medicina? —En su voz sonaba el pánico.
—No exactamente. Tengo problemas para volver a la normalidad por el trauma que sufrimos. Ustedes lo manejaron normalmente. Yo no. Podría ser un desequilibrio químico, pero no están seguros. Estaré en un centro psiquiátrico por un tiempo. Se supone que me curaré aquí. No tendré mi teléfono, pero puedo recibir visitas. 

Pablo parecía estar tomando una respiración profunda. 

—¿Entonces podré ir a verte? ¿Por cuánto tiempo estarás allí? 
—Sí, puedes venir, y no estoy segura todavía.
—Siento mucho lo que te está sucediendo, Lali. Lo siento mucho. — Su voz sonaba llena de dolor y culpa.
—Escúchame, Pablo. Estoy lidiando con esto, por las cosas que están mal conmigo. Lo que hemos visto sólo lo provocó. Voy a mejorar. — Necesitaba escuchar esa mentira, tanto como él. Después de tranquilizarlo varias veces más, colgué el teléfono y dejé mi celular en el asiento del pasajero del coche. Mi bolso quedó en el asiento trasero, así que lo tomé y me dirigí hacia las escaleras, hasta mi nuevo hogar, al menos por ahora.

***

 La sala de color amarillo pálido que me habían asignado contenía una pequeña ventana redonda con vistas a la playa. Abracé a mi madre en la planta baja hacía treinta minutos. Recordándome que hacía esto por ella. Sería de gran ayuda para lidiar con sus miedos de mi locura. Y estar lejos de mi dormitorio, donde hay tantos recuerdos de la existencia de Peter, eso me ayudaría a encontrar una manera de vivir sin él.

Una señora mayor se quedó afuera en la arena, con una bolsa de lo que parecía pan, lanzándolo en el aire mientras las gaviotas volaban en círculos sobre su cabeza. O bien era una turista y no se daba cuenta de que le caía caca en la cabeza, o era una paciente psiquiátrico, demasiado loca como para preocuparse por el excremento de pájaro.

Me aparté de la oleada creciente de pájaros hambrientos y estudié la pequeña habitación de madera de por lo menos la mitad de una habitación regular. Teniendo en cuenta que este lugar ocupaba veinticinco pacientes a la vez, y diez enfermeras y dos médicos, las habitaciones no podrían ser demasiado grandes, incluso si la casa era de dos plantas. Una cama individual se asentaba en el centro de la habitación con una pequeña mesa redonda, blanca, la cual sostenía una lámpara cubierta de conchas. Un solitario espejo ovalado colgaba en la pared en un armario con tres cajones. Un armario muy pequeño, sólo lo suficientemente grande como para colgar quince artículos y mantener tres pares de zapatos, estaba en la pared opuesta. Se me permitió sólo una hora en mi habitación durante el día. Podría usarlo para estar aquí toda la hora, también podía no venir. Era su manera de mantener a los pacientes rodeados de otras personas. Evitar la depresión del aislamiento, era su regla de oro aquí.

Le eché un vistazo al pequeño despertador que había dejado sobre la mesa redonda. Ya había utilizado diez de mis minutos en mi habitación. Tenía que ir a pasear y ser vista, así tendría tiempo para volver más tarde.

Caminé por el pasillo y cerré detrás de mí. La pequeña llave que me habían dado seguía en mi bolsillo y cerré mi puerta con ella. Al parecer, no había motivos para preocuparse de los robos entre pacientes. No se permitía traer cualquier cosa de valor contigo, pero aquellos que sufrían de trastornos de la personalidad tomaban cualquier cosa y yo necesito mi ropa. Sólo había sido asignada una cantidad pequeña y necesitaba lo que tenía.

Una puerta se abrió por el pasillo y una niña con el pelo espeso, de color castaño, y enormes gafas redondas se me quedó mirando, y luego, rápidamente, estampó su puerta para cerrarla. Oí el seguro haciendo clic detrás de ella. Se asustó con facilidad y espanto. Debe de ser alguien que realmente sufre de Trastorno de Estrés Postraumático, ya que está aquí. Me quedé mirando las otras puertas cerradas, preguntándome si todo el mundo en esta sala tenía el mismo trastorno. Si las noches iban a ser ruidosas, con gritos causados por pesadillas.

Bajé las escaleras hasta el salón principal, o lo que ellos denominan la Gran Sala. Allí era donde las televisiones interpretaban comedias y lo juegos de mesa eran jugados. No había ordenadores o Internet para los pacientes. Una enfermera me sonrió alegremente mientras caminaba con una cesta llena de aperitivos.

—Comeremos nuestra merienda pronto. Pásate por aquí y conseguirás algo para comer y conocer a algunos de los otros pacientes. Tenemos varios de tu edad. —Conocer adolescentes con trastornos psiquiátricos no era muy atractivo para mí. Pero no dije nada. En su lugar, me dirigí a las puertas dobles de cristal que daban hacia el piso.
—No serás capaz de abrirlas. Se bloquean. Ya sabes, para nosotros, los locos podemos tener el salvaje capricho de comprobar si volamos. Aunque, me imagino que la arena amortiguaría el golpe. —Me di vuelta para ver a una chica joven con el pelo teñido de rubio que le llegaba hasta los hombros. Lo tenía peinado en dos coletas en la cima de su cabeza. Llevaba labial rojo brillante, que contrastaba con su piel pálida.
—Gracias. —Ella se encogió de hombros.
—No hay problema. Si deseas salir y disfrutar de la playa puedes pedir que una enfermera te acompañe. Les gusta tener una excusa para salir a la calle. —Recordé la señora alimentando a las aves. Sola. Realmente no quiero saber quién era, por lo que una vez más asentí y dije
—Gracias. —Inclinó su rostro delgado de lado a lado y actuó como si estuviera examinando algo más espectacular.

—No estás loca, ¿verdad? —No esperaba que esta chica extraña hiciera tal observación precisa. Después de todo, los médicos, todos creían que necesitaba ayuda. Me encogí de hombros, sin saber cómo responder.
—Bueno, parecen pensar que lo estoy. —Arqueó sus oscuras cejas.
—Pueden equivocarse. Lo han estado antes. —Me pregunté si se refería a sí misma. Miré a la enfermera, sentada detrás de un escritorio de trabajo en un ordenador portátil. No parecía reaccionar a la acusación de que había gente aquí que no era loca.

—Karen sabe que es verdad. Pero no lo va a admitir. ¿Ves a la enfermera Karen? —La rubia sonreía a la enfermera, quien levantó la vista y rodó los ojos con cariño y volvió a escribir. —Ella lo sabe, pero está demasiado ocupada en Twitter para admitirlo. —La enfermera se acercó y le dio unas palmaditas a la pila de papeles que había a su lado antes de mirar a la rubia de nuevo.
—Estoy revisando medicamentos y resultados de pruebas.
—Bla, bla, bla. No dejes que te engañe, ella es una adicta de Twitter. Por eso esta todo el jodido tiempo pegada allí. —La enfermera le disparó una mirada de advertencia.
—Cuida tu lenguaje, por favor. Perderás diez minutos de tu tiempo de habitación si no tienes cuidado.

La rubia se encogió de hombros y me miró.

—Como he dicho, no siempre tienen la razón por aquí. Lo puedo ver en tus ojos. Estás muy sana. No tienes los demonios en tus ojos, como la mayoría de la gente de aquí. —Se puso de pie y se estiró, mostrando un muy pálido y plano estómago. Tenía una gran barra negra a través de su ombligo.
—Soy Euge, por cierto. —Alargó su brazo, extendiéndola hacia mí, cuando fui a sacudirla, ella retiro la mano. —Regla número uno, no estreches la mano de nadie. Este lugar está lleno de locos.
Sonreí.
—Supongo que no eres uno de ellos.
Ella soltó una carcajada. 
—Oh no, yo estoy tan jodida como ellos creen. —Comenzó a pasear y golpeó los papeles en los que la enfermera tenía a su lado mientras pasó por allí.
—No Twitees demasiado, Karen, es malo para los ojos. Es una estupidez.
—Diez minutos, Euge. —dijo a la enfermera, sin levantar la vista. Euge miró hacia atrás y me guiñó un ojo.
—No les gusta las malas palabras, así que si tienes una boca de marinero necesitas dominarla.
—Veinte minutos, Euge. —dijo la enfermera de nuevo, todavía centrada en la pantalla. Euge soltó una carcajada de nuevo y se dirigió hacia el comedor. La enfermera me miró. —Euge es definitivamente un caso especial. Aprenderás a no hacerle caso. Es hora de la merienda en el comedor, poder si quieres comer algo y conocer a otros pacientes.

Sonreí.

—Gracias, pero no estoy muy hambrienta. ¿Puedo quedarme aquí y ver la televisión? —La enfermera Karen asintió con la cabeza y volvió a su trabajo. Me acurruqué en un sillón y me quedé mirando fijamente a la pantalla de televisión, sintiéndome más sola que nunca.

24 comentarios :

  1. esto cada vez es mejor

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  2. muy feliz de que paresca euge

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  3. prendi la pc solo pra firmar

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