domingo, 14 de abril de 2013

Capitulo 21

Capitulo 21

 Las calles están decoradas con luces navideñas en todos los árboles. Los escaparates engalanados con la alegría de las fiestas. Las calles olían a chocolate caliente y las tiendas de dulces que exhibían caramelos de bastones, se llenaban en cada esquina. La nieve se derretía perezosamente y se pegaba a los abrigos a medida que caminabas por las calles. Nacho llevaba cinco bolsas en sus manos, llenas de compras de Cande. Una brisa helada retumbaba en mi adormecida nariz. Escondí mi barbilla en la bufanda que había envuelto alrededor de mi cuello repetidas veces. No estaba acostumbrada a este clima. Nuestros inviernos en Florida, nunca tenían este frío. Pablo me atrajo hacia su lado.

—Vamos a ese café y pidamos algo que nos ayude a entrar en calor.
—Buena idea. Necesito un descanso de estas bolsas y estoy bastante seguro de que Cande no encontrará nada allí para comprar.
Me reí de Nacho a través de la bufanda que cubría mi boca. Señalé las bolsas, mirándolo.
—Tienes que estar bromeando. Sabes que puede encontrar cualquier cosa en cualquier tienda en donde entremos. Hasta ahora, hemos estado en cinco tiendas y tienes en tus manos cinco bolsas.
—Como sea. —dijo Cande, con un gesto de su peluda mano enguantada—. ¿Para qué están todas estas pequeñas y lindas tiendas, si no es para comprar cosas?

Pablo se río entre dientes detrás de mí y nos fuimos todos a una mesa. Suspiré cuando el calor de la cafetería parecía descongelarme la nariz congelada. Era la única parte del cuerpo que no había sido capaz de cubrir.

—¿Qué quieres? —Preguntó Pablo, quitándose la bufanda y colgándola junto a su gran abrigo negro, en el respaldo de la silla junto a mí.
—Un Latte caramelo con crema batida. —Contesté. Se dio la vuelta y se unió a Nacho en el mostrador y miré a Cande.
—Siento mi nariz como si hubiera sido enterrada en la nieve. —Me quejé y la froté con las manos enguantadas. Ella asintió con la cabeza y se frotó la suya también.
—Sé lo que quieres decir. Ahora que estoy aquí y no centrada en las compras, me siento adormecida.
Empecé a decir algo más, cuando noté un alma junto al cajero, observando a las personas con una expresión confusa. Ahora sabía lo que eran y por qué siempre se veían tan perdidos y confundidos, me hubiera gustado poder hacer algo para ayudarlos. Pudieron haber vivido más vidas si hubieran seguido adelante. En cambio, el miedo les había retenido y todo lo que podían aspirar era a vagar, perdidos.

—¿A quién estás mirando como si tuvieras ganas de llorar? —Preguntó Cande, asomando la barbilla a lo largo de la bufanda alrededor de su cuello. Aparté mi vista del alma y le devolví la mirada
—No, simplemente estoy perdida en mis pensamientos. —Cande miró por encima del hombro, pero todo lo que vio fue a Nacho y a Pablo caminando de regreso hacia nosotras, sosteniendo unas humeantes tazas de café. Bueno, al menos las de todos, menos la de Pablo, el suyo sería un chocolate caliente.

—Aquí vamos. Veamos si podemos hacer que la sangre helada en las venas se ponga de nuevo en marcha —dijo Nacho jovialmente, mientras dejaba el Latte de Cande frente a ella. Tomé el mío de Pablo y le di un pequeño sorbo, necesitando tener un poco de calidez fluyendo a través de mí cuerpo. Cande tomó la taza y la acercó a su nariz. Me reí y Nacho rodó los ojos.
—Ríete todo lo que quieras, pero se siente bien. —Estudié mi taza y decidí que no me importaba lo tonto que se viera, quería calentar mi nariz también. El calor de la taza provocaba una sensación maravillosa.
—Ustedes, las chicas de Florida, exageran con un poco frío.
Cande bajó la taza y miró a Pablo con incredulidad. 
—¿Un poco de frío? ¿Estás loco? ¡Es como si estuviéramos bajo cero! —Gimió y regresó la taza hasta su nariz.
—Um, no. En realidad, allí afuera hay sólo diez grados. Ni siquiera se acerca.
Coloqué mi taza sobre la mesa.
—Um, yo diría que es mucho más frío que un poco de frío. —Cande me sonrió por defenderla y le dedicó a Pablo una sonrisa de suficiencia.

El brazo de Pablo se deslizó alrededor de mí y me permití fingir que mi vida era normal: que amaba a Pablo y mi corazón no sufría daños irreparables, porque estoy enamorada de alguien que no podía encontrar y temía nunca volver a ver. La risa tintineante de mi mejor amiga y su felicidad al estar rodeada de amigos y de compras parecía tan normal. Podría fingir que esto era todo. Fingir que era feliz y pretender que un alma perdida no vagaba a través de la pared detrás de Nacho, buscando a alguien que pudiera tener la respuesta a su problema. Nadie podía ayudarle ahora. Mi sonrisa falsa era difícil de mantener, pero lo hice, porque ignorar lo sobrenatural es lo que he estado haciendo toda mi vida.

***

—Estoy pensando en que no deberíamos salir esta noche. Quiero decir, sé que no es exactamente ideal pasar el rato en una cabaña con tus padres, Pablo, pero hace mucho frío allí. —Cande fruncía el entrecejo, mientras miraba por la ventana en su lado de la Hummer, que los padres de Pablo habían alquilado, para que utilizáramos en nuestra estancia.
—Estamos dentro de un monstruo, bebé, no te preocupes. —Nacho se inclinó y besó el cuello de Cande, haciéndola reír. Observé el camino delante de mí, lejos de la feliz pareja a mi espalda.
—Nacho tiene razón, Cande. Mis padres alquilaron este vehículo para poder desplazarse fácilmente en el clima helado. Además, el Pancake House no es algo que te quieres perder. Hay pilas de panqueques cubiertos en cualquier acabado que puedas imaginar. Estoy babeando sólo de pensarlo. —dijo Pablo, con una sonrisa.
—¡Uf! Voy a tener varios kilos de más cuando nos vayamos de aquí. Todo lo que hacemos es comer. Si me hacen entrar en unas de esas tiendas de dulce, creo que saldré corriendo en sentido contrario. —Cande hizo un mohín desde el asiento trasero. Nacho se echó a reír.
—O querrás probar todas las muestras que tienen.
Cande le dio un puñetazo en el brazo bromeando. 
—Oh, cállate. No me recuerdes mi debilidad y el daño que le he hecho a mis caderas.
—Me gustan tus caderas. —Respondió Nacho en un susurro ronco, que se podía escuchar claramente en la delantera.
—Bueno, ustedes dos, los haré caminar al restaurante si no se enfrían de nuevo. —Advirtió Pablo, noté su sonrisa en el espejo retrovisor.

Mantuve mi atención en la carretera, mientras la nieve que caía, parecía volverse más pesada. Me toqué el cinturón de seguridad y una pequeña puñalada de dolor me atravesó, mientras recordaba a Peter de pie en mi habitación del hospital, diciéndome que mi cinturón de seguridad había salvado mi vida. Sin embargo, mi madre había dicho que había sido expulsada por no llevar el cinturón de seguridad y no usarlo había salvado mi vida. Hubiera sido aplastada si me hubiera quedado en el interior del coche. El recuerdo de un gran peso sobre mi pecho, dificultándome respirar, me golpeó. Estuve dentro del coche cuando por fin había dejado de rodar. Pensé que me iba a asfixiar por la pesadez sobre mí. Entonces, me habían sacado del auto y dejado en la hierba. El dolor había sido tan intenso que no podía abrir los ojos. ¿Cómo había salido del auto? Alguien me había sacado. Alguien me había desabrochado el cinturón de seguridad y me sacó del coche aplastado para dejarme a salvo en la hierba. Nunca había preguntado por el cinturón de seguridad otra vez. Ahora, mientras conducíamos por la carretera helada de la montaña, poco a poco caí en la cuenta. La persona que me había sacado del accidente, tenía que haber sido la única persona que sabía que yo había estado usando mi cinturón de seguridad. ¿Por qué no le pregunté de nuevo? Olvidé que él sabía sobre mi cinturón de seguridad. Pablo se había presentado y me permití olvidar el accidente y los acontecimientos que condujeron a ello.

—¿Estás bien? —Pablo deslizó la mano a través de mi pierna y tomó mi mano entre la suya. Oculte mi dolor y me giré para darle una sonrisa tranquilizadora.
—Sí. —Asintió hacia los árboles cubiertos de nieve fuera de mi ventana. 
—Es hermoso, ¿No?
Asentí con la cabeza, porque él tenía razón, lo eran, pero también, porque me dio una excusa para seguir con la mirada perdida en la oscuridad.
—¡PABLO! ¡CUIDADO! —La voz de Nacho rompió la tranquilidad relajante de la Hummer, como una bala y Pablo maniobró el vehículo fuera de la carretera y lo deslizó contra la ladera de la montaña antes de estar a punto de estrellarnos con un auto volcado frente a nosotros. Pablo abrió de golpe la puerta.
—¡Llamen al 911! —Nos gritó y Nacho saltó del vehículo con él. Llegué a ciegas a mi bolso, sin querer quitar los ojos del humeante carro en caso de que las viera. Las almas que se alejaban de él, si el accidente había matado a los pasajeros. Sabría pronto si habrían muerto... ¿O no?
—Ha habido un accidente muy feo frente a nosotros. —Oí la voz de Cande detrás de mí y supe que había encontrado su teléfono y había hecho la llamada. Dejé caer mi bolso y me arrastré hasta el asiento de Pablo, para salir por su puerta, porque mi lado fue atascado contra la montaña. Las chispas comenzaron a volar desde el coche y Nacho agarró el brazo de Pablo para alejarlo.
—No, hombre, detente. —dijo, y Pablo pareció debatirse en si debía tratar de ayudarles a salir o mantenerse a salvo. Las chispas y el humo significaban que en cualquier momento el auto se prendería en llamas y posiblemente explotaría.
—RETROCEDAN. —Gritó Cande, saltando fuera del coche y corriendo hacia nosotros con el teléfono en la mano. —La señora en el teléfono dice que retrocedan. El humo y las chispas son una mala señal y dijo que los paramédicos y camiones de bomberos se encuentran en camino, pero que no necesitan más accidentados, eso no ayudara en esta situación.
—Tiene razón, Pablo, vamos. Retrocede. —Pablo miró frenéticamente hacia mí.
—Retrocede, Lali. —Llamó.

Antes de que nadie pudiera reaccionar, el fuego aumentó y el coche frente nosotros ardió en llamas. Un grito hizo eco en mis oídos y me estremecí al pensar en las personas en su interior que yo no fui capaz de ayudar. Congelados por el horror, todos nos quedamos allí y miramos, sin poder hacer nada para salvarlos. Los lamentos de Cande fueron amortiguados por la suave voz de Nacho. Los brazos de Pablo llegaron a mí alrededor y me apartó del calor de las llamas. Dejé que me alejara, pero no aparté los ojos del coche. Necesitaba ver si murieron.

—No mires, Lali. —Pidió Pablo, en voz baja, en mi oído. Él no entendía por qué tenía que ver y yo no podía decírselo. Entonces lo vi. Salió de la oscuridad y se dirigió directamente al fuego. Me liberé del agarre de Pablo y corrí hacia el fuego. Estaba aquí. Peter estaba aquí.
—Lali, ¡NO! —Llamó la voz de Pablo detrás de mí.
—¡DETENLA! —Gritó Cande, con voz de pánico, pero yo no podía parar. ¡Peter estaba aquí! Él estaba allí. El fuego no le haría daño. Ahora lo comprendía. Unos brazos aparecieron alrededor de mí y me hicieron retroceder mientras luchaba en contra de ellos.
—No, déjame, no puedo… ¡Tengo que llegar hasta allí! Tengo que ver — Le rogué mientras luchaba contra los brazos de Pablo, sin apartar la vista del coche en llamas. Peter surgió con dos personas a su lado. Eran una pareja joven. Comencé a gritar mientras Pablo me abrazaba con fuerza en sus brazos, inflexible. —Por favor, por favor, déjame ir. Tengo que ir. —Le supliqué, viendo como Peter se detenía y me miraba. Sus ojos eran de un verde intenso, brillante en la oscuridad, mientras me veía luchar y gritarle desde los brazos de Pablo. Él estaba allí, tan cerca, y la gente a su lado miraba al coche en llamas del que acababan de escapar. Apartó la mirada y con un gesto de su mano, los tres desaparecieron. Vi con horror cómo volvía la oscuridad. El coche seguía ardiendo y escuché los camiones de bomberos que se acercaban.

—Vamos, Lali. Vuelve, bebé. —Susurró Pablo, en mi oído.
—Están muertos. —Le susurré, sabiendo por qué había venido Peter.

Pablo me atrajo hacia sí y me sostuvo en un fuerte abrazo. Lo dejé. No tenía ni idea de lo que acababa de ver. Nadie la tenía. Todo lo que veían era el vehículo en llamas. Acababa de ver la hermosa alma, que había robado mi corazón, emerger de la oscuridad y tomar las almas de las personas en el interior del coche en llamas. Él no era un alma normal. Siempre me había dicho que era diferente. Ahora comprendía lo que quería decir. Él es diferente.

Su existencia era fría y solitaria. Un sollozo sacudió mi cuerpo y me estrujé contra el cuerpo de Pablo. Lloré con la comprensión de que a Peter nunca se le daría una oportunidad para enamorarse. Vivía dentro de la tristeza. Tenía que caminar de la mano con la muerte. Escuché la voz de Pablo tratando de consolarme, pero no podía aceptar sus palabras. Nada de lo que dijo hizo que me sintiera bien. A Peter no se le dio una oportunidad para vivir y ser feliz. Mi respiración era entrecortada por los disparos de dolor a través de mi corazón. Todo era demasiado. Tenía un límite y acababa de sobrepasarlo.

—No, señor, que no está herida. No estábamos lo suficientemente cerca cuando el vehículo se accidentó y todos llevábamos los cinturones de seguridad, tuve que maniobrar para salir de la carretera. Ella no puede con todo lo que vimos y.... —La voz de Pablo se fue apagando. Una voz desconocida habló desde detrás de mí.
—Tiene que ser ingresada y darle algunas medicinas para calmarla. Ese tipo de trauma emocional puede dejar efectos devastadores. — Apreté mi cuerpo contra Pablo. No puedo ir al hospital ahora. No quería ver más almas enfermas o perdidas. Negué con la cabeza violentamente contra su pecho.
—Está aterrorizada y no puedo dejarla ir sin mí. No puedo dejarla. — Oí a Pablo discutir.
—Se puede montar con ella, pero necesita un poco de atención médica. Esta no es una forma normal de tratar con algo así. La otra chica está manejándolo bien, pero ella parece estar perdida.
—Bien, pero no voy a apartarme de ella. —dijo Pablo, con firmeza en su voz.
—No quiero ir a un hospital. —dije , presa del pánico. Me aparté de Pablo, tratando de escapar, así podría correr hacia una persona segura, alguien que no me obligara a ir. Nadie entendía lo que yo había visto. Lo que había visto esta noche.
—No, no. —Escuché las protestas de Pablo y pensé por un momento que me hablaba a mí, pero después sentí el pinchazo de una aguja y el mundo fue nebuloso, antes de volverse negro.

***

—No, le dieron un tranquilizante para noquearla. Intenté detenerlos, pero sucedió antes de que pudiera evitarlo. —Escuché la voz de Pablo en la oscuridad.
—He llamado a su madre y se ha preocupado muchísimo. Le dije que no viniera. Nos iremos de aquí en unas pocas horas. —La voz de la señora Martinez sonaba preocupada.
—¿Cómo están Cande y Nacho? —Preguntó, antes de que los dedos de Pablo suavemente acariciaran mi brazo. Sabía que era su tacto.
—Ambos están muy bien. Cande está bien. Está muy preocupada por Lali. Le aseguré que está descansando. —Hubo unos minutos de silencio. Dejé que la caricia de Pablo me confortara. Ayudándome a luchar contra el horror que a duras penas podía contener. Sabía que era el dolor que me esperaba, pero no estaba lista para enfrentarlo.
—Cariño, ¿Es siempre tan inestable? Sé que fue una cosa horrible depresenciar, pero no para que enloquezca completamente, bien ¿Crees que tiene algunos problemas mentales de los cuales pueden no ser conscientes? —Pablo no dijo nada al principio, y me pregunté si negaba con la cabeza o se encogía de hombros. Le oí suspirar.

—No sé, mamá. —dijo en voz baja. Pablo siempre parecía completamente ciego a mis problemas. Siempre me había preguntado si notaba la manera en que yo presenciaba y veía cosas que él no podía ver. Luego, mis cambios de humor, que él siempre parecía pasar por alto. Tal vez había visto más de lo que yo me había dado cuenta. Una oleada de pánico me apretó el pecho cuando noté que podía estar perdiendo a Pablo también. Esta vez no sería capaz de ignorar mis serios problemas. Yo no era normal. Nunca lo había sido.
—Puede que tengas que pensar sobre tu relación con ella. No es saludable involucrarse con alguien que es emocionalmente vulnerable. La gente que es débil emocionalmente puede ser peligrosa. —La mano de Pablo dejó de acariciar mi brazo.
—No pedí tu opinión. No digas cosas como esas sobre Lali nunca más. ¿Me entiendes? No hay nada malo con ella que sea peligroso o nocivo. Sólo siente más que otros. —Pensé en lo mucho que amaba a Peter y no podía discutir con él. Sentía más profundamente de lo que era normal.
—Lo siento, cariño. No debería haber dicho nada, pero es la preocupación de una madre, eso es todo. Quiero lo mejor para ti. Asegúrate de que ella lo sea.
Quería abrir los ojos y decir: "Escucha a tu madre. No soy buena para ti, Pablo” pero no lo hice. Porque era egoísta y me encontraba asustada.

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