domingo, 28 de abril de 2013

Capitulo 18

Capitulo 18

Los cementerios en la noche son mucho más espeluznantes que durante el día. Intenté desesperadamente ignorar a las almas cerniéndose sobre las tumbas que supuse que eran suyas. Pero era muy difícil no saltar cada vez que pasábamos por delante de una tumba y un alma aparecía frente de nosotras. Quería agarrar a Cande por el brazo y detenerla para que el alma pudiese vagar más allá, pero eso sólo la habría confundido y les haría saber a las almas que yo las podía ver. Así que en vez de eso, cerré los ojos con fuerza y traté de fingir que no caminábamos entre las almas. Oh, cómo odiaba al padre de Pablo por esta estúpida maldición.

—Hace frío aquí —dijo Cande, rompiendo el silencio.

Le miré mientras tomaba otro sorbo de la botella de vino que tenía en las manos. Había encontrado un vino de postre que yo sabía que ella podría manejar. Venir al cementerio en la noche no era mi mejor idea de pasar un rato agradable, pero no quería que ella perdiese el control o, Dios no lo quiera, que corriese asustada en la noche de la manera que corrió por el centro comercial. Yo no estaba dispuesta a perseguirla entre almas.

—Sip —dije, tirando de mi chaqueta de cuero beige y abotonándomela.  
—¿Quieres? Te calentará —Cande me ofreció la botella de vino.

La miré en su mano. El color pálido y el aroma afrutado me tentaban. Podía beber un poco para mitigar mi incomodidad. Pero yo conducía, así que negué con la cabeza.

—No, estoy bien. 
Cande esperó un segundo más antes de atraer el vino a su pecho. 
—De acuerdo, si estás segura. Pero ayuda de verdad. 

No iba a discutir con ella. Estoy segura de que el vino le ayudaba muchísimo. Tres semanas antes no habría podido pagarle para caminar a través del cementerio por noche. Tener a alguien querido enterrado aquí cambia las cosas.

—Ahí está —susurró, deteniéndose finalmente.

Mi mirada siguió la suya. La tumba de Nacho se encontraba todavía fresca y cubierta de flores. Unas pocas comenzaban a marchitarse, pero la mayor parte de las flores todavía seguía tan encantadoras como lo habían estado en su funeral.

—Sentémonos en el banco —dijo Cande casi reverentemente.

Los padres de Nacho habían puesto un banco a los pies de su tumba. Me pregunté sobre eso cuando lo vi el día del funeral. Pensé que solo estaría allí durante el funeral, pero cuando nos fuimos miré atrás y todavía estaba allí.

—Ahí está el que mandé yo —La voz de Cande se quebró mientras nos sentábamos y mirábamos los arreglos florales que había delante nuestro. La pelota de baloncesto grande y redonda que se recostaba en la cabeza de su tumba estaba hecha de claveles naranjas y botones de oro negros. Cande había insistido histéricamente al florista que hiciera un arreglo que pareciese una pelota de baloncesto. Lo hicieron para ella. Era bonito. A Nacho le habría encantado.
—Quedó muy bien —Le aseguré.
—Sí. Ojalá él pudiera verlo.

No estaba segura de cómo responder a eso. No quería empezar a decirle que su alma no estaba aquí y que yo lo vi irse. Mentir no era mi punto fuerte y lo pasé mal estando de acuerdo con ella cuando yo sabía más cosas.

—¿Recuerdas la vez que trajimos la cuatri moto de Nacho hasta aquí, por el camino del bosque de detrás de su casa? —La voz de Cande tenía un toque divertido.
—Sí —La policía nos persiguió por saltar tumbas con su cuatri moto. Nacho y yo asumimos la culpa y dejamos a Cande fuera. Nacho siempre había sido protector con ella y, honestamente, nos había rogado que no lo hiciéramos. Le habíamos escuchado durante todo el camino hasta aquí hablar sobre lo mal que estaba eso y cómo los fantasmas de las personas sobre cuyas tumbas habíamos saltado nos perseguirían. Yo sabía, claro, que se equivocaba y no me preocupaba.

—Mi madre todavía no tiene ni idea de lo que pasó. Ni siquiera le he dicho que fueron perseguidos, porque temí que no me dejase salir con delincuentes.

Me reí y una pequeña sonrisa apareció en los labios de Cande. Era tan bueno ver esas sonrisas. Eran muy pocas y distantes entre sí.

Cande tomó otro trago de vino. Sus sorbos habían vuelto tragos. La mirada vidriosa en sus ojos me dijo que conseguía el efecto deseado. Me sentí culpable de conseguirle el vino, pero ella necesitaba estar relajada para afrontar esto. Recordar el pasado. Eso era bueno. Valían la pena una botella de vino y consumo de alcohol de menores.

—Whoa, no son a quienes esperaba ver aquí —dijo Pablo mientras se acercaba a nuestro lado. Cande dejó escapar un pequeño grito, luego le siguió una risilla después de darse cuenta que era Pablo y no un zombi quien se nos había unido—¿Y bebiendo? —Los ojos de Pablo se levantaron de la botella de vino de Cande para encontrarse con mi mirada.
—Ella quería venir aquí. Me imaginé que necesitaba un poco de valor para afrontarlo.

Pablo asintió con la cabeza y un pequeño ceño frunció su frente. Me pregunté si lo sentía por la pérdida de ella o si incluso echaba de menos a Nacho.

—Puedo entenderlo —Contestó.
Cande se acercó más a mí y dio unas palmaditas en el sitio al lado suyo.
—Ven y siéntate —Le ordenó a Pablo.

Quería decirle que él era lo más peligroso aquí afuera, pero mantuve mi boca cerrada. Por lo menos, en el otro lado de Cande no tendría que ver su cara.

—Toma, está bueno —Contestó Cande, empujando la botella a Pablo torpemente. Vale, posiblemente ya ha bebido suficiente.
—Claro —Contestó él, y pude verlo inclinar la botella por la esquina de mi ojo.
—Perdón por haber huido hoy y… po habete deado allí—Cande comenzaba a balbucear. Sip, había tenido suficiente. Llegué al otro lado de ella y le cogí la botella a Pablo.
—Has alcanzado tu límite, Cande. Un poco más y mañana me odiarás. —Le expliqué mientras me sacaba el corcho del bolsillo y tapé la botella antes de ponerla entre mis pies.
—Me preocupe por ti, pero vi a Lali contigo —Respondió Pablo palmeándole la rodilla.
—Sssssí. Do zabría ge hacer zin ella —Balbuceó Cande.
Pablo se inclinó hacia delante y pude sentir su mirada en mí.
—Ella es muy especial —Concordó.

Cande asintió con la cabeza y empezó a apoyar su cabeza en mi hombro, pero falló y se cayó. Tanto Pablo como yo la agarramos antes de que pudiera caerse de cara en la tierra fresca y las flores.

Riendo, Cande se balanceó de atrás y adelante mientras la sentábamos de nuevo. Había bebido más que suficiente. Dudo que recordara algo en la mañana. Con suerte, no se despertaría abrazando la taza del baño.

—Vale, creo que es hora de que volvamos a casa —dije agachándome para coger la botella de vino y después me levanté—. Vamos. Te meteremos en la cama.
—Te ayudaré a llevarla al coche —Ofreció Pablo y comencé a negarme cuando Cande se cayó de rodillas y se rió a carcajadas.
—Sí, gracias —murmuré. Sería de mucha ayuda si Euge no hubiese desaparecido completamente hoy. Pero estaba por mi cuenta y Pablo era el único “ser” acechándome en este momento. Pablo parecía demasiado satisfecho con este giro de acontecimientos, y tuve que reprimir el impulso de decirle que yo podía hacerlo por mí misma. Porque estaba más que segura de que terminaríamos durmiendo en el cementerio si tenía que llevarla al coche sola.

Pablo se agachó y la cogió por debajo de los brazos. Ella se balanceó en sus pies y Pablo envolvió su brazo alrededor de su cintura.

—Tranquila, chica —dijo.
—Dranquila, chica —Le imitó Cande riéndose como si hubiera dicho la cosa más graciosa que nunca había escuchado. Nota para mí, Cande es un peso ligero. En el futuro, una copa de vino será su límite.
—Adiós, Nacho, de guiero musho —gritó Cande mientras Pablo la guiaba por el camino que hicimos desde el aparcamiento hasta aquí. Como yo, Pablo podía ver las almas, las esquivó y las ahuyentó así yo no tendría que atravesarlas en el camino a la salida—De guiero musho —Cande empezó a canturrear con tristeza. La borracha triste empezaba a emerger. No había pensado sobre esa posibilidad.

Pablo abrió la puerta del lado del pasajero y dejó a Cande en el asiento en vez de dejar que cayera. Lo que debía admitir era muy considerado. Especialmente para un espíritu vudú.

Me dirigía el lado del conductor cuando oí cerrarse la puerta del pasajero y abrirse la de la parte de atrás. Volviendo mi cabeza, vi a Pablo meterse en el asiento trasero. No había manera de que eso pasara. Me paré y abrí la puerta del pasajero de mi lado y metí la cabeza.

—¿Qué crees que estás haciendo? —Siseé.
—Me estoy asegurando de que lleguen a casa a salvo. —Contestó con una sonrisa educada en el rostro.
—Oh, no, no lo vas a hacer. ¡Sal fuera!
—No seas tan mala, Lali —Intervino Cande desde el lado del copiloto.

Rodando los ojos, dejé salir un suspiro exasperado. Bien, si quería ser el príncipe encantador podía serlo. No iba a tratar con el ahora mismo. Necesitaba llevar a Cande a casa antes de que se desmayase, o peor, vomitase en el coche.

—Lo que sea —refunfuñé y cerré la puerta de golpe para darle un efecto extra.

Me las arreglé para arrancar el coche y llevarlo a la carretera sin mirar atrás, ni reconocer la presencia de Pablo. Pretendí ignorarlo todo el camino hasta casa. Igual se enfadaba y desaparecía. Dios sabe que Cande no se enteraría. Deslicé mis ojos a ella y vi sus parpados ponerse pesados.

—Quédate despierta. No seré capaz de llevarte dentro si estás desmayada. No queremos que tu padre salga y te encuentre de esta manera.

Eso la animó. Si su padre la encontraba borracha estaría furioso. Bueno, puede. Sus padres habían estado tan preocupados por ella que quizás lo entendería. O podrían ingresarla en un centro psiquiátrico. Ella realmente no quería ir a uno de esos.

—Así esta mejor, mantén esos ojos abiertos —Bajé su ventana—. El aire frío te ayudará y si empiezas a marearte, por favor, asómate por la ventana y vomita.

Cande se rió y apoyó la cabeza en el reposacabezas, dejando que la fría brisa le volase el pelo de un lado a otro de su cara.

—¿De quién fue la idea de emborracharla? —preguntó Pablo desde el asiento trasero.
 Me iba apegar a mi plan de ignorarlo, así que alcancé el volumen de la radio para subirlo cuando Cande dijo arrastrando las palabras
—Deeee Laaaaaliiiii, eees tan listaaa.

Pablo rió entre dientes desde el asiento trasero. Tenía que estar de acuerdo con él. Yo también me cuestionaba mi inteligencia.

—¿Podemos hacerlo ooootra vez ma…mañana? —preguntó Cande. 
Negué con la cabeza.
—No. Créeme, el dolor de cabeza que vas a tener mañana me dará la razón. Esto ha sido cosa de una sola vez.
Cande hizo un sonido de “pffft” que causó que escupiera saliva.

Me detuve en el camino de entrada de Cande, esperando por completo que Pablo simplemente se evaporara cuando abrió la puerta del coche como un humano y procedió a sacar a Cande del coche. Genial, el Príncipe Encantador iba a seguir con su educado comportamiento. Lo seguí a la puerta y la madre de Cande se encontró allí con nosotros.
Di un paso adelante y le entregué la botella de vino medio vacía.

—Ella quería ir a ver la tumba de Nacho esta noche. Cogí esto porque pensé que lo iba a necesitar. Lo siento...
Su madre levantó la mano para detenerme.
—No, está bien. Entiendo. Esto no es peor que las pastillas que le he estado dando —El tono de voz de su madre sonó derrotado. Había escuchado ese tono antes en mi madre. Esperaba que no hiciesen con Cande lo que mi madre hizo conmigo.
—Solo vete a casa, Lali. Tu madre ya me ha llamado buscándote. Su avión llegó hace una hora. Cuidaré de Cande esta noche.

Asentí y di un paso atrás mientras Cande se metió en los brazos de su madre y cerró la puerta.

—Parece que estamos solo tú y yo —dijo Pablo, completamente satisfecho.

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