domingo, 14 de abril de 2013

Capitulo 19

Capitulo 19

Eché un vistazo a mi ID. Mi madre estaría encantada. Esto iba a lucir maravilloso en mis aplicaciones de la universidad. Entre más servicio a la comunidad mejor, bueno, mientras que sea voluntario y no obligatorio. Me habían asignado el deber de leer a los niños hoy, como era mi primer día y no tenían a nadie más que pudiera entrenarme para los trabajos más difíciles.

Me bajé del ascensor en la planta de pediatría y tres de las almas que había pasado en la planta anterior se detuvieron a mirarme. Asentí con la cabeza a ellos.
—Hola. —dije, alegremente, y todos ellos parecieron sorprenderse. Me volví y seguí las instrucciones que el voluntario de recepción me había dado. No tardé más que solo unos segundos en darme cuenta de que la planta de pediatría se encontraba llena de almas errantes. Caminé pasando a unos niños en silla de ruedas mirándome con curiosidad. Sonreí y dije hola al pasarlos. Mi corazón empezó a doler por otras razones que la de mi pérdida. Ver las pequeñas sonrisas en sus rostros pálidos no fue fácil. Una niña pequeña con un largo, rizado y rojo cabello llamó mi atención. Se paró en la puerta de su habitación de hospital mirando, no a mí, sino a ambos lados y detrás de mí con curiosidad antes de mirarme directamente a mí. Reduje mi andar y miré hacia atrás, dándome cuenta de que la mayoría de las almas a las que les había sonreído comenzaban a seguirme. Ella podía verlos. Me detuve y estudié su pequeño y dulce rostro. Estaba de pie con el uso de lo que parecía ser un andador. Miró hacia las almas de nuevo y sonrió cálidamente, luego sus pequeños ojos me encontraron.

—¿Los ves? —Le pregunté en un susurro, temerosa de que alguien pudiera escucharme y pensar que estoy demente. Asintió con la cabeza, haciendo que todos los rizos rojos rebotaran a su alrededor.
—¿Y tú? —Me preguntó en un fuerte susurro. Yo asentí con la cabeza.
—Genial. —Contestó, sonriente. Le guiñé un ojo y luego seguí mi camino hacia la sala de actividad. No podía pararme a hablar con una niña en los pasillos sobre las almas que ambas podíamos ver, sin llamar la atención. Yo nunca había conocido a nadie más que pudiera ver a las almas. Fue difícil el solo caminar lejos de su pequeña cara conocedora. Pero sabía que la vería de nuevo. Tenía la intención de encontrarla más tarde.

Encontré la puerta azul cielo con la frase “Hoy tú eres tú, eso es más que cierto. No hay nadie vivo que sea más tú que tú.” Dr. Seuss, en colores brillantes pintado en ella. Aquí era donde se suponía que debía estar. La abrí e inmediatamente encontré la estantería de libros a la derecha.

Me di la vuelta y le sonreí a las almas que me habían seguido dentro.

—¿Alguno de ustedes tiene una sugerencia? —Todas me estudiaron y algunas se deslizaron más cerca para mirarme o tocarme. Yo no podía sentirlas—. ¿Nadie? —La habitación permaneció en silencio. Suspiré y mevolví a los libros—. Muy bien, voy a elegir uno yo misma.
—Mi favorito es “Donde viven los monstruos” —Giré de nuevo, pensando que un alma por fin había hablado. Todas las almas veían a la pequeña niña de cabellos rojos desde el pasillo. Estaba de pie en la puerta, sonriéndome—. No van a hablarte, ya sabes. No pueden. —dijo al tiempo que entraba.
—¿No pueden hacerlo? —Pregunté mirando hacia abajo, hacia sus ojos que parecían más viejos que su pequeño cuerpo.

Sacudió su cabeza lentamente y suspiró.

—No, yo he tratado de hacer que lo hagan. Les gusta que tú hables con ellos —Hizo una pausa—. Bueno, algunos de ellos les gusta que tú les hables, pero no pueden responder. Son almas luchando por su regreso, así que permanecen aquí vagando sin rumbo —Miró hacia atrás, por encima de su hombro, hacia las almas, suspirando—. Pero empiezan a olvidar quiénes son o por qué están aquí. Es en verdad triste. Si se hubieran ido a la primera oportunidad, se les habría asignado otro cuerpo y otra vida en lugar de esta existencia sin sentido.
Me acerqué y me senté en la silla frente a ella. 
—¿Cómo sabes eso? — Pregunté, sorprendida de que alguien tan pequeño pudiera saber mucho más que yo sobre las almas que he visto toda mi vida.
Se encogió de hombros. 
—Supongo que él no quería que yo tuviera miedo. Ellas le temen, como puedes ver, y no quería que yo le tuviera miedo. Y creo que, tal vez, no quería que yo me convirtiera en algo como ellas.
Sacudí la cabeza tratando de averiguar de quién hablaba. 
—¿A qué te refieres? ¿Quién es él?
Frunció el ceño y las almas que se habían reunido en la habitación se desvanecieron. 
—Tienen miedo de él, como he dicho. Es lo único que recuerdan, porque fue la última cosa que vieron mientras estaban vivos. Tonto, de verdad, eso no es culpa suya. Simplemente les había llegado su hora. —Me quedé helada ante sus palabras y me aferré al brazo de la silla en la que me encontraba sentada en busca de apoyo.

Mi corazón empezó a palpitar en mi pecho mientras preguntaba:

—¿A qué te refieres con “su hora”?
Ella me miró un momento y luego susurró: 
—Era su tiempo designado para morir. Al igual que el mío, que llegará pronto. Me lo dijo. No se suponía que me lo dijera, pero puede romper las reglas si quiere. Nadie puede detenerlo. Al final, es su decisión.
Tragué mi mal genio ante la mención de la pequeña niña al hablar sobre su muerte.
—¿Quién te lo dijo? —Pregunté otra vez.
Ella sacudió la cabeza. 
—No te pongas tan triste. Dijo que este cuerpo que tengo, está enfermo, y una vez que me muera, voy a conseguir un cuerpo nuevo y una nueva vida. Las almas no están obligadas a vagar por la Tierra. Solo aquellas demasiado asustadas para seguir, son dejadas aquí para vagar. Si eliges dejar la Tierra, regresarás en un cuerpo nuevo y en una nueva vida. Tú alma será, sin embargo, la misma. Él me dijo que el hombre que escribió mis libros favoritos, Las crónicas de Narnia, dijo que “Tú no eres un cuerpo. Tú tienes un cuerpo. Tú eres un alma.” —Ella sonrió ante la idea, como si fuera brillante.
Respiré hondo, para tranquilizarme antes de preguntar una vez más.
—¿Quién es “él”?
Ella frunció el ceño. 
—¿El autor? C.S. Lewis.
Negué con la cabeza.
—No, el “él” que te ha dicho todo esto. El “él” al que las almas tanto le temen. —Frunció el ceño y se volvió para irse—. No, por favor, espera… necesito saber quién es. —Le rogué.
Volteó para atrás, mirándome y sacudió la cabeza. 
—Hasta que te llegue la hora, no puedes saberlo. —Se fue.

Sostuve el libro, “Donde viven los monstruos”, en mis manos, lista para leer cuando los niños se presentaran, pero no vino con ellos. Forcé una sonrisa y un tono alegre al leer las palabras que recordaba de mi infancia.  Varios niños pidieron otros libros cuando terminé y, aturdida, tomé cada libro fuera de la estantería y les leí los que me pidieron hasta que las enfermeras insistieron en que era hora de regresar a sus cuartos para la cena. Después de varios abrazos y “gracias”, me dirigí de nuevo por los pasillos. Esta vez no me molesté en sonreírle a las almas. Ellas no me podrían ayudar. Estoy bastante segura de que la única que podría, era la pequeña niña que había hablado con “él” y en el fondo me temía, que yo sabía exactamente quien era “él” y qué era lo que hacía.


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