viernes, 13 de diciembre de 2013

Capitulo 36

—Porque me amas, no lo niegues.
 
Gimo y me muevo lejos de él. Me jala y me pone de vuelta contra él.
 
—Buenas noches Peter —suspiro.
 
—Buenas noches, Lali.


Capitulo 36

El sábado y el domingo pasan volando. Solo pasamos el rato en el apartamento. Trato de enseñarle a Peter cómo cocinar y eso termina siendo un desastre. Podría ser porque tenemos una guerra de comida. En el momento en que se termina, tenemos que limpiar el piso, los armarios, los mostradores y parte de la nevera. Terminamos ordenando comida, porque la cena está por toda la pared.
 
Honestamente, al menos para mí, es como si Peter y yo nos hubiéramos conocido toda nuestra vida. Estoy tan acostumbrada a estar cerca de él. Nos reímos, bromeamos, todavía lloro de vez en cuando, sin embargo, eso es cada vez menos frecuente. Por último, estoy sentada en el sofá con él. Ya es tarde y estamos viendo las noticias. Peter se vuelve hacia mí.
 
—¿Estás lista para mañana?
 
—Sí. —Suspiro.
 
—¿Estás segura de que quieres volver? —pregunta.
 
Encogiéndome de hombros, respondo—: Tengo que volver tarde o temprano. No quiero atrasarme demasiado en la escuela. Planeo graduarme con honores si puedo llevarlo a cabo.
 
—Está bien, bueno, te llevaré a la escuela en la mañana, entonces. Probablemente debemos alistarnos para dormir.
 
—Sí —murmuro, totalmente asustada—. Veremos cómo va.
 
A la mañana siguiente estoy de pie en el baño. No puedo dejar de juguetear con la bufanda alrededor de mi cuello. Tengo tanto miedo de que los moretones se vean a través de ella. No importa cómo me coloque la bufanda, el hematoma no se ve, así que eso me hace sentir un poco mejor.
 
Peter llega a la puerta.
 
—¿Estás lista?
 
—Creo que sí —Suspiro—. No quiero llegar tarde.
 
Es muy silencioso mientras nos dirigimos a mi escuela. Cuando nos detenemos, solo me siento allí y me quedo mirando.
 
—No tienes que ir allí Lali. Puedo llevarte a casa.
 
—No —susurro—. Tengo que hacer esto. —Miro a Peter y le doy una débil sonrisa—. Estaré bien.
 
—Si necesitas irte, llámame. Vendré a recogerte —afirma seriamente.

Agarro su mano y la aprieto.
 
—Creo que estaré bien. Debería entrar, sin embargo, antes de que se me haga tarde.
 
—Está bien cariño, te veré cuando llegue a casa del trabajo. ¿Tienes tu llave? ―pregunta.
 
Sacándola, la hago sonar.
 
—Justo aquí.
 
—Bueno, ten un gran día —murmura Peter mientras se inclina hacia adelante. Él me da un suave beso en la frente.
 
—Adiós —digo, mientras salgo del auto. Cierro la puerta detrás de mí y permanezco allí por un segundo. Respirando profundamente, avanzo. Tengo este miedo abrumador de que todo el mundo va a detenerse y mirarme. Como si tuviera una gran señal sobre mí diciendo que algo pasó. Pero nadie mira, nadie dice nada.
 
La ansiedad comienza a disminuir y puedo respirar mejor.
 
Los pasillos son un hervidero de gente y me siento mejor perdiéndome en la multitud. Voy a mi casillero y la abro. Pongo todos mis libros a excepción de los que necesito. De repente, oigo:
 
—Mariana.
 
Me volteo para ver a Pablo.
 
—Hola ―susurro.
 
—¿Dónde has estado? Iba a enviarte un mensaje de texto hoy si no estabas aquí. Todos nos preguntábamos dónde estabas.
 
¿Se dieron cuenta de que no estaba aquí?
 
—Tuve una emergencia —respondo finalmente.
 
—¿Todo bien? ―pregunta Pablo.
 
¿Qué debo decir a eso?
 
—Las cosas han estado mejor, pero estoy bien.
 
—Bueno —dice Pablo, sonriendo—. ¿Vas a almorzar con nosotros hoy?
 
Mi estómago se tuerce un poco.
 
—Umm —murmuro—. No lo sé.
 
Pablo frunce el ceño.
 
—¿Segura de que estás bien?
 
—Sí —contesto en voz baja—. Simplemente han sido unos largos siete días. No me estoy sintiendo completamente social en estos momentos.

—¿Por qué tú y yo no almorzamos, entonces? Podemos ir a uno de los salones de ciencias. —Ofrece.
 
Arqueo una ceja.
 
—¿Quieres almorzar conmigo?
 
—Por supuesto —responde—. No necesitas comer sola, si no quieres estar en torno a un grupo de personas.
 
—Eso estaría bien. Gracias. —Tímidamente alejo la mirada—. Bueno, debería ir a clase —digo—. ¿Te veré en el almuerzo?
 
—Sí —contesta—. Nos encontraremos aquí.
 
Sonrío.
 
—Bueno, te veo entonces. —Con eso me volteo y voy a clase. Incluso estando asustada de estar aquí, no puedo evitar sonreír. Perdí el equivalente a una semana de escuela, pero por suerte no estoy tan atrasada.
 
Cuando llega la hora del almuerzo, Pablo está inclinado contra nuestros armarios. Él sonríe.
 
—¿Estás lista?
 
—Sí, déjame tomar mi almuerzo —digo. Él se aleja de nuestros casilleros. Abro el mío y agarro mi bolsa—. ¿En qué salón quieres comer?
 
—El Sr. Berd deja que las personas coman en los salones de biología. Así que, podemos ir allí.
 
Pablo se dirige por el pasillo y comenzamos a caminar.
 
—Entonces, ¿puedo preguntar cuál era tu emergencia? No hablas mucho acerca de tu vida privada. ¿Le pasó algo a Peter?
 
Sacudiendo mi cabeza, respondo:
 
—No, él está bien. Si no fuera por él, no sé dónde estaría ahora.
 
Hay silencio mientras caminamos hacia el aula de clase de ciencia. No hay nadie más allí, lo cual es agradable. Tomamos asiento en una de las mesas.
 
—Estoy contento de escuchar que Peter está bien.
 
Un dolor comienza a formarse en mi pecho. Aprieto mis manos con fuerza.
 
—Yo también —susurro.
 
—Así que, de todos modos —comienza Pablo—. ¿De qué puedes hablar? ¿Qué hiciste esta semana pasada?
 
La opresión en mi pecho crece y las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos. ¡No, no, no, esto no puede suceder! Agarrando mis cosas, me pongo de pie.
 
—Lo siento Pablo, no puedo hacer esto. Tengo que ir a casa.
 
—Mariana —dice él, agarrando mi brazo, obligándome a detenerme— . Espera, quédate, no voy a forzarte. Lo que sea que pasó, está bien. Nosotros no tenemos que hablar de ello.
 
Las lágrimas gotean por mi cara y las limpio.
 
—No debería estar cerca de alguien en este momento —murmuro.
 
—Oye, relájate y siéntate. Somos los únicos aquí. Incluso iré a cerrar la puerta. Sólo siéntate y come.
 
Me volteo hacia él y me da una mirada gentil.
 
—Está bien —susurro.
 
Torpemente, me vuelvo a sentar.
 
Pablo se levanta y hace lo que dijo que haría, cierra la puerta.
 
Cuando regresa, Pablo dice:
 
—Mira, ahí, nadie más alrededor.
 
—Gracias. —Nos sentamos en silencio durante un rato. Jugueteo con la bolsa de mi almuerzo—. Algo malo pasó —susurro—. Algo muy malo.
 
—Está bien —responde Pablo—. Puedes decirme si lo deseas. No voy a juzgar.
 
Mis ojos se desvían a un lado.
 
—No lo sé. Apenas nos conocemos. Quiero decir, no sé si puedo confiar en ti... sin ánimo de ofender.
 
—No me ofendo —dice Pablo—. Estoy aquí si quieres hablar. De lo contrario, podemos comer el almuerzo. ¿Te gustaría una bolita de queso? —Me da la bolsa.
 
Eso me hace reír.
 
—Sí, gracias. ―Estiro la mano y tomo uno. —Sabes que probablemente estaríamos muy disgustados si averiguáramos que era esta cosa de queso en polvo.
 
—¿¡Qué!? —jadea Pablo—. ¿¡No es auténtico queso!? Di que no es así.
 
Resoplando, digo:
 
—Sí, los elfos hacen polvo mágico de queso.
 
—Lo hacen, mi mamá lo dijo. —Pablo sonríe mordiendo una.
 
Solo niego con la cabeza.

—Voy a tener que averiguar lo que está en esas cosas y te lo haré saber.
 
Pablo voltea la bolsa y mira a un lado.
 
—Pues bien, en las primeras veinte cosas que están etiquetadas, ninguna de ellas es queso.
 
—Asco —me quejo—. ¡Eso es horrible!
 
Él lanza otro en su boca y gime.
 
—Pero son taaaan buenas. —Empujando la bolsa, Pablo sonríe. —Sabes que quieres disfrutarlas.
 
Sonriendo, estiro la mano y tomo una.
 
—Gracias.
 
—De nada.
 
Saco mi almuerzo.
 
—Peter exigió que comiera sano, así que no tengo nada divertido, como bolitas de queso. No quería conseguir más que papas fritas y galletas para comer en el apartamento. Le dije que no podíamos sobrevivir con eso, así que ahora está en una onda saludable. Nada de comida basura para mis almuerzos.
 
—Espera, ¿qué? ¿Él vive contigo? —pregunta Pablo con escepticismo.
 
—Oh —susurro—. Umm, no... en realidad... yo vivo con él. Me acabo de mudar allí la semana pasada.
 
Con una expresión atónita, Pablo dice:
 
—Entonces, ¿vives con él? ¿Cómo sin tus padres?
 
—Sí, por favor, Pablo, no puedes decirle nada a nadie. Por favor, por favor, no digas nada —ruego.
 
Sacudiendo su cabeza, asegura:
 
—No, te prometo que no voy a decir nada, pero Mariana, crees que es una buena idea. Quiero decir ¿cuánto tiempo has estado saliendo con este tipo? Es decir, sólo eres de último año.
 
—No estamos saliendo, por decirlo de alguna manera. Somos compañeros de cuarto —afirmo.
 
—¿Por qué te mudarías con un tipo con el que no estás saliendo? Estoy muy confundido.
 
Poco a poco, bajo mi almuerzo.
 
—Está bien, voy a explicarlo, pero estoy confiando en que no digas nada. Me arruinarías si lo hicieras.

—Está bien, no voy a repetir nada ―responde Pablo, bajando sus cosas—. Ahora, dime.
 
—Bueno, la razón por la que soy tan tímida sobre mi vida en casa es porque mi mamá es una alcohólica. En realidad, no es ni siquiera una madre; ella solo me dio a luz. De todos modos, la otra noche su novio estaba en casa... y algo sucedió. —Me detengo y miro a Pablo.
 
Él frunce las cejas.
 
—¿Él le hizo algo a tu mamá? —Respiro profundamente y niego. Es entonces cuando una lágrima cae por mi mejilla. Yo la limpio. Pablo me mira y luego tiene una mirada de horror—. ¿¡Te hizo algo a ti!?
 
Ahogando mis palabras, respondo:
 
—Sí. —Cuidadosamente, quito la bufanda de alrededor de mi cuello. La mano de Pablo se dirige rápidamente a su boca—. Él me sujetó e intentó... pero no lo logró. Peter no me dejaría volver. No quiero volver. Así que, es por eso que me mudé con él. —Rápidamente, envuelvo de nuevo la bufanda alrededor de mi cuello.
 
—Lo siento mucho Mariana —dice Pablo en voz baja—. ¿Estás bien?
 
—He estado mejor —me rio con nerviosismo—. Peter está cuidando bien de mí y sentí que podría lograr pasar por un día de escuela.
 
Pablo se estira a través de la mesa y pone su mano sobre la mía.
 
—No le diré nada a nadie, lo prometo. Los chicos de por aquí pueden ser despiadados. Puedo entender por qué estás tan asustada. No hiciste nada malo, Mariana.
 
—Es difícil pensar de esa manera. —Suspiro—. A veces, es como que no pasó, como si fuera tan irreal, que no podría haber sucedido.
 
—Me alegra que Peter estuviera, bueno, que este ahí para ti. Si necesitas algo, puedes pedírmelo. Me doy cuenta de que sólo tengo 18 y todavía vivo con mis padres, pero estoy aquí, si me necesitas.
 
Eso me hace sonreír.
 
—Gracias. No me importaría tener una bolita de queso.
 
Sonriendo, Pablo dice:
 
—Puedo hacer eso.
 
Nos sentamos por el resto del almuerzo hablando en voz baja. El no trae a colación de nuevo lo que le dije. Es agradable no tener a alguien fisgoneando al respecto. En realidad, hay unas pocas veces en las que me río. Mientras caminamos fuera del salón, le digo:
 
—Gracias Pablo. Esto fue agradable.

—Oye, voy a conseguirte tu propia bolsa de bolitas de queso mañana. Solo no le digas a Peter. Tengo la sensación de que no estaría muy feliz conmigo. Estoy siendo una mala influencia, tratando de conseguir engancharte en una merienda con carbohidratos de queso falso.
 
Con una risita respondo:
 
—Vas a ser mi distribuidor de queso falso.
 
—Sí, voy a conseguir engancharte con ellos y luego te cobro el doble. Un dólar noventa y nueve contra noventa y nueve centavos.
 
—No sé si pueda manejar un recargo tan exagerado. ―Suspiro sarcásticamente—. Peter puede preguntarse a dónde va todo el dinero.
 
Pablo se ríe.
 
—Oh, Dios mío, ahora te traeré una bolsa todos los días, solo porque es divertido.
 
—Increíble ―replico—. Bueno, mi clase es por el otro lado. Así que, te veré más tarde. Gracias por pasar el rato conmigo.
 
—No hay problema señorita. Que te diviertas en tus clases, o al menos, inténtalo. Sé que las mías son bastante aburridas.
 
Encogiéndome de hombros, digo:
 
—De hecho, me gustan mis últimas clases.
 
—Bueno, ahora estoy celoso. ―Pablo suspira—. Bueno, entonces puedes divertirte. Hasta luego. ―Él se despide con la mano y se da la vuelta para irse.
 
Lo veo alejarse y entonces voy a clase. Mi mente, en realidad, se mantiene en sintonía con la clase. Cuando el último periodo llega, me estoy sintiendo muy bien. Entro en clase y le sonrío a mi profesor de arte.
 
—Hola.
 
—¡Señorita Esposito está de vuelta! Excelente. Acaba de perderse un proyecto pequeño, pero puedo darte un día o dos para terminar tu proyecto mientras tanto —comenta.
 
Asintiendo, le respondo:
 
—Gracias. Creo que puedo terminarlo hoy.
 
—Maravilloso —exclama mi maestro.
 
Sonriendo, voy a buscar mi proyecto y suministros. Sentándome, respiro profundamente. Ahora esto, esto es lo que me hace sentir completa. Levantando un lápiz me pongo a trabajar.

20 comentarios :

  1. maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas

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  2. Quiero laliter juntos
    Que Pablo y lali solo sean amigos
    Porfíss no me hagas sufrir jajaja
    Subí más noveeee me encanta

    ATTE: Valeria : )

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  3. Holis!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! ODE!! Quieroo laliter juntos .. Y pablo solo estorba para que llegue la parte laliter juntitos.. Nose ocea que sean amigos espero no quiera mas -.- Porque si no NO HABRIAA LALITERR!!. Bue.. siempre llega la parte laliter.. Bueno no me preocupo, Si re bipolar yo


    Att: andrea antequera
    laly angels
    Subi mas :D

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  4. yo quiero a Laliter juntos
    pero el gesto que tuvo Pablo con Lali me mato del amor
    por fin alguien mas le estaba hablando
    me encantaaaa
    besos

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  5. Espero k Peter fracase en conseguirle la cita con Pablo.
    Y k la relación d Pablo y Lali sea tan solo d amigos ,y el no esté jugando.

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  6. nooooooo!!! Por fa maratón quiero LALITER besos Naara

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  7. cuando podes hacer maraton genia??

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  8. tengo aftinencia de tu noveee!! me encanta maas!

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