viernes, 14 de junio de 2013

Capitulo 4

4

Al llegar un minuto antes de que economía comenzara, el miércoles por la mañana, lo último que esperaba era ver a Benjamin, inclinado contra la pared fuera de la clase, intercambiando números con una Zeta novata. Riendo después de tomarse una foto de sí misma, ella le devolvió el teléfono. Él hizo lo mismo, sonriéndole.

Él nunca me sonreiría así otra vez.

No me di cuenta que estaba congelada en aquel sito hasta que un compañero de clase me golpeó, tirando mi pesada mochila de mi hombro. — Disculpa —gruñó, su tono era mucho más como un apártate de mi camino, que un siento chocar contigo.

Cuando me agaché para recoger mi mochila, rezando porque Benjamin y su admiradora no pudieran verme, una mano agarró la correa y balanceó la mochila desde el suelo. Me incorporé y miré dentro de unos ojos color verde grisáceo.

—La caballerosidad no está muerta realmente, ya sabes. —Su profunda y calmada voz era justamente igual como la recordaba del sábado por la noche, y del lunes por la tarde, detrás del mostrador de Starbucks.

—¿Oh?

Él deslizó la correa de vuelta a mi hombro. —No, ese chico sólo es un idiota —gesticuló hacia quién me había golpeado, pero podía jurar que sus ojos cayeron por encima de mi ex, también, quien estaba cruzando la puerta, riéndose con la chica. Sus pantalones de chándal naranja brillante decían ZETA en la parte trasera.

—¿Estás bien? —por tercera vez, esta pregunta, viniendo de él, tenía un significado más profundo que la implicación normal de todos los días.

—Sí, bien. —¿Qué podía hacer sino mentir?—, Gracias —me giré y entré en la clase, tomé mi nuevo asiento y pasé los primeros cuarenta y cinco minutos de clase con mi atención fija en el Dr. Vazquez, la pizarra que llenó y las notas que tomé. Obedientemente copié el esquema de equilibrio a corto plazo y la demanda agregada, todo eso me parecía algo sin sentido. Me di cuenta, que tendría que rogarle a Juan Lanzani para que me ayudara después de todo. Mi orgullo sólo me causaría que me deslizara más atrás.

Minutos antes de que la clase acabara, me giré y alcancé mi mochila como excusa para mirar furtivamente al chico de la última fila. Él estaba mirando hacia mí, con un lápiz negro perdiéndose entre sus dedos, tamborileando la libreta que tenía delante. Encorvado en su asiento, con un codo apoyado detrás del mismo, y una bota casualmente apoyada en la parte baja del escritorio. Cuando nuestros ojos se encontraron, su expresión cambió sutilmente de ilegible a la más mínima sonrisa, aunque resguardada. No quitó la mirada, incluso cuando yo miré dentro de mi mochila y lo observé otra vez.

Volví mis ojos hacia delante, con el rostro ardiendo.

Los chicos habían mostrado interés por mi durante los últimos tres años, pero aparte de un par, ciertamente nunca me rebelé o actué sobre alguno de los enamoramientos —uno fue mi propio tutor universitario, y otro mi compañero de laboratorio de química— nunca me he sentido atraída por nadie a parte de Benjamin. Con la lección de economía como un balbuceo de fondo, no podía decidir si mi respuesta a ese extraño era un ligero sentimiento de vergüenza, gratitud por haberme salvado de Maxi, o un simple flechazo. Quizás las tres.

Cuando la clase terminó, guardé mi libro de texto dentro de la mochila y resistí la urgencia de mirar en su dirección otra vez. Me entretuve lo bastante para que Benjamin y su admiradora se fueran. Cuando me levanté para irme, el chico persistentemente somnoliento que se sentaba junto a mí, habló.

—Oye, ¿qué preguntas dijo que teníamos que hacer para los créditos extras? Debí quedarme dormido cuando las dictó, mis notas son indescifrables. — Miré hacia el lugar donde él indicaba sus notas, y de verdad sus garabatos se volvían menos y menos legibles—. Soy Benji, por cierto.

—Oh, hum… Déjame ver —busqué a través de mi libreta de espiral y apunté a los detalles asignados, impresos en la parte superior de la página—. Aquí están —mientras él las copiaba, yo añadí—: Soy Mariana.

Benji era uno de esos chicos con los que la adolescencia no había sido buena. Un montón de acné le salpicaba la cara. Su pelo estaba demasiado largo y rizado —un estilista especializado podría domesticarlo, pero probablemente, él era asiduo a los sitios estos de ocho dólares, con pantallas planas con deportes sin parar. Dado su abdomen medio pastoso, dudaba que pasara mucho rato en el gimnasio de la universidad. La camiseta estrecha en la parte de su barriga le daba un aire de “Hermano, es mejor dejar las instrucciones sin leer”. Unos ojos marrones expresivos y una sonrisa que se le arrugaba adorablemente eran su gracia salvadora en el departamento de miradas.

—Gracias, Mariana. Esto salvó mi trasero, necesito esos puntos extra. Te veo el viernes —chasqueó su cuaderno cerrándolo—. A menos que inconscientemente me duerma —añadió, dándome una sonrisa genuina.

Le devolví la sonrisa cuando me moví por el pasillo. —Sin problemas.

Quizás yo era capaz de hacer amigos fuera del círculo de Benjamin. Esa interacción, junto con la deserción de la mayoría de nuestros amigos con Benjamin después de la ruptura, me hizo darme cuenta de lo dependiente de él que me había vuelto. Estaba un poco sorprendida. ¿Por qué nunca había tenido este pensamiento? ¿Por qué nunca pensé que Benjamin y yo pudiéramos romper?

Tonta, supuestamente ingenua. Obviamente.
***

 La habitación estaba casi vacía, el chico de la última fila incluido. Sentí una punzada de irracional decepción. Así que él me había estado mirando en clase —gran cosa. Quizás él solo estaba aburrido. O se distraía fácilmente.

Pero cuando salí de clase, lo vi por el pasillo atestado, hablando con una chica de clase. Su actitud era relajada, traía una camisa azul marino abierta sobre una camiseta gris, con las manos metidas en los bolsillos delanteros de sus pantalones. Los músculos no se notaban debajo de su camisa de manga larga desabrochada, pero su abdomen parecía plano, y él había puesto a Maxi en el suelo y lo había hecho sangrar con bastante facilidad el sábado por la noche. Su lápiz negro estaba sobre su oreja, sólo se veía la punta rosa de la goma, el resto desaparecía en su pelo oscuro y desordenado.

—¿Así que es una cosa de tutoría en grupo? —preguntó la chica, enrollando un bucle rubio de su pelo largo alrededor de su dedo—. ¿Y dura una hora?

Él se enganchó la mochila, quitándose el flequillo rebelde se sus ojos. —Sí, de una a dos.

Cuando la miró hacia abajo, ella inclinó su cabeza y cambió su peso de lado a lado, como si ella estuviera a punto de bailar con él. O para él. —Quizás vaya para verlo. ¿Qué vas a hacer después?

—Trabajar.

Ella resopló con aire molesto. —Siempre estás trabajando, Peter —su tono caprichoso golpeó mis oídos como si alguien hubiera pasado sus uñas por una pizarra, como siempre me pasa cuando alguna chica mayor de seis años lo utiliza. Pero como bonificación, acababa de aprender su nombre.

Él levantó la mirada entonces, como si me hubiera sentido ahí parada, espiando. Salté hacia otra dirección y empecé a caminar rápido, era demasiado tarde para fingir que no había estado escuchando su conversación. Pasé a través de la avalancha de gente en el atestado pasillo, enganchando la salida lateral.

No había manera de que yo fuera a esas clases de tutoría si Peter asistía a ellas. No estaba segura de lo que él se refería —o si no era nada en lo absoluto— mirándome de esa manera durante la clase, pero la intensidad abierta de su mirada me hacía inestable. Además, yo aún estaba en periodo de luto por mi relación rota recientemente. No estaba preparada para empezar nada nuevo. No es que él estuviera interesado en mí de ese modo. Incluso yo puse los ojos en blanco a mis propios pensamientos. Había pasado de una parte mínima de interés a una posible relación en un salto.

Desde una perspectiva puramente observacional, él estaba acostumbrado a que chicas como aquella rubia se tiraran a sus pies por los pasillos. Justo como mi ex. Los títulos de clase de Benjamin y su presidencia del cuerpo estudiantil eran equivalentes al estatus de una pequeña celebridad, y él lo había disfrutado. Yo había pasado los dos últimos años del instituto ignorando a las chicas que lo habían acosado durante nuestra relación, esperando a que él hubiera acabado conmigo. Para el momento en que nosotros dejamos el pueblo para ir a la universidad, estaba muy segura de él.

Me preguntaba cuándo iba a parar de sentirme como una imbécil sin idea de que la confianza estaba fuera de lugar.
***

“Juan,
Estoy teniendo más problemas con el material actual que con el que dejé, pero no sé si seré capaz de hacer una de tus sesiones de tutoría. ¡Es demasiado malo que mi ex no se deshiciera de mi lo suficientemente pronto este semestre para prescindir de esta clase! (No te ofendas. Tú probablemente eres un gran economista y esas cosas) 


He empezado a investigar en los periódicos de la red para el proyecto. Gracias por descodificar las notas del Dr. Vazquez antes de enviármelas. Si me las hubieras enviado sin traducción, estaría en busca del más alto edificio/paso elevado/torre de agua desde la que gritar “Adiós mundo cruel”
ME” 


“Mariana,
Por favor, no saltes desde estructuras elevadas. ¿Tienes alguna idea que cuánto daño causarías a la reputación de mis clases de tutorías? De lo contrario, piensa en el efecto que tendría en mí. 


He creado hojas de cálculo para la sesiones de tutoría, adjuntando el valor de las tres últimas semanas. Utilízalas como guías de estudio o rellénalas y envíamelas otra vez, así veremos dónde te confundes.
En realidad estoy en ingeniería, pero tenemos que tomar economía. Pienso que todo el mundo debería, sin embargo —es un buen punto para empezar a entender como la economía, la política y el comercio trabajan juntos para crear este caos total que es nuestro sistema económico.
JL
PD. ¿Cómo lo hiciste las competiciones regionales? Y por cierto, tu ex es obviamente un idiota.”


Descargué las hojas de cálculo, recordando sus últimas palabras en mi mente. Si Juan conocía a Benjamin, o no —improbable, dado el tamaño de la universidad y sus distintas especializaciones—, él se puso de mi lado. Yo, una chica tan absurdamente desquiciada por una ruptura que me había saltado las clases por dos semanas.

Él era inteligente y divertido, y después de sólo tres días, yo ya buscaba su nombre en mi buzón de entrada, nuestras bromas de ida y vuelta. De repente me pregunté cómo sería su aspecto. Dios. Simplemente ayer, había dejado la clase diciéndome que debía ignorar las miradas pensativas de un chico de clase, porque necesitaba tiempo para superar el abandono de Benjamin, y aquí estaba yo, soñando despierta con un tutor que bien podía parecerse a Chace Crawford. O a… Benji.

No importaba. Necesitaba tiempo para recuperarme, incluso si Juan estaba bien. Incluso si Benjamin era un idiota.

Pulsé en la primera hoja de cálculo, abrí mi libro de texto de economía, y di un suspiro de alivio.

“Juan,
Las hojas de cálculo definitivamente van a ayudar. Ya me estoy sintiendo menos asustada de suspender esta clase. Hice las dos primeras. Cuando tengas tiempo ¿me las podrás comprobar? Gracias otra vez por perder el tiempo conmigo. Intentaré pillarlo rápido. No estoy acostumbrada a ser una estudiante que es un dolor en el trasero. Tuve dos estudiantes de primer año de escuelas rivales compitiendo entre sí. Ambos me preguntaron, por separado, gracias a Dios, quién era mi favorito (a cada uno de ellos les dije: “Eres tú, por supuesto” ¿Eso estuvo mal?). Estaban muy presumidos entre ellos cuando llegaron a las bases de mi camioneta, y yo rezaba para que ninguno de ellos mencionara su estatus de favorito delante del otro. CHICOS.
¿Ingeniería? Guau. No me extraña que parezcas tan inteligente.
ME” 


“Mariana,
Las hojas de cálculo están geniales. Te marqué un par de fallos menores con los que puedes encontrarte en el examen, así que míralos. Ah, parece como que tus estudiantes de primer año tienen un enamoramiento contigo. Una chica universitaria que toca el bajo me habría dejado sin habla a los catorce. ¡Por supuesto que soy inteligente! Soy el tutor sabelotodo. Y en el caso de que te lo estés preguntando… sí, eres mi favorita.
JL”
***

El sábado por la noche, Cande estaba otra vez amenazándome con arrastrarme fuera de la habitación, ignorando mis protestas y resistencia. Esta vez, las tres nos dirigíamos a la banda para entrar a algunos clubs con nuestros carnets falsos.

—¿No recuerdas como la fiesta del fin de semana pasado fue para mí? —le pregunté cuando me puso un vestido ceñido negro sobre mis brazos extendidos. Por supuesto que ella no lo recordaba; yo no se lo había dicho. Todo lo que sabía era que me había rescatado temprano.

—Mariana, cariño, sé que es duro. ¡Pero no puedes dejar que Benjamin gane! No puedes dejar que te convierta en una ermitaña, o que continúes asustada de enamorarte de alguien nuevo. Dios, amo esta parte, la caza de un chico nuevo, todo lo desconocido, inexperto, la masa de posibilidades calientes delante de ti, esperando a ser descubiertas. Sino codiciara a Agus tanto. Estaría celosa de ti.

Por la forma que ella lo describía, el proceso sonaba como una excursión a un continente exótico. No compartía sus sentimientos, en lo más mínimo. La idea de encontrar a un chico nuevo sonaba exhaustiva y depresiva.

—Cande, no creo que esté preparada.

—Eso es lo que dijiste el fin de semana pasado y ¡lo hiciste bien! —frunció el ceño, pensando, y por centésima vez, casi le cuento lo de Maxi—. Incluso si te fuiste pronto. —Ella volvió a colgar el vestido que no tenía intención de usar, y yo me mordí la lengua, perdiendo mi oportunidad otra vez. No estaba segura de por qué no podía decírselo. Estaba mayormente asustada de que se enfureciera. Lo más irracional, tenía miedo a que no me creyera. A ninguna de las respuestas quería hacerle frente; sólo quería olvidar.

Pensé en Peter, molesta porque su presencia en economía hacía el proceso imposible ya que estaba irremediablemente conectado al horror de aquella noche. Él no me había mirado en todo el viernes —por lo que yo sabía. Cada vez que me escabullía hacia atrás para mirarlo, él parecía estar dibujando más que tomando notas, con su lápiz negro sujetado suavemente entre sus dedos, y una expresión concentrada en su rostro. Cuando la clase terminó, él puso su lápiz detrás de su oreja, se giró y salió de la clase sin mirar atrás. Fue el primero en salir.

—Ahora esto va a mostrar la mercancía —dijo Cande, irrumpiendo en mi ensoñación. Lo siguiente fue un top ceñido de corte bajo, morado. Cargándolo con la percha, me lo lanzó—. Póntelo con tus pantalones ajustados y esas botas impresionantes que te hacen ver como la novia de un pandillero. Esto se ajusta a tu estado de ánimo, te-desafío-a-tener-buen-humor, de todos modos. Tienes que vestirte para atraer a los chicos correctos, y si te pongo demasiado linda, los vas a apartar a todos con tu mirada, y la irritable manera en que pones tus enormes ojos marrones en blanco.

Suspiré y ella se rió, tirando del vestido negro por su cabeza. Cande me conocía demasiado bien.
***
Había perdido la cuenta de bebidas que Cande presionó contra mi mano, diciéndome que, como ella era el conductor designado, yo tenía que beber por dos. —Tampoco puedo tocar a ninguno de eso chicos caliente, de todos modos, así que tengo que vivirlo indirectamente. Ahora termínate tu margarita, deja de fruncir el ceño, y mira a uno de esos chicos hasta que él sepa que no va a perder el miembro por invitarte a bailar.

—¡No estoy frunciendo el ceño! —junté mis cejas, obedeciendo y vaciando mi bebida. Hice una mueca. El tequila barato se negó a permanecer oculto bajo la mezcla de la margarita, más barata aún, pero eso es lo que consigues por no cubrir los cargos y bebidas de cinco dólares.

Aún era relativamente temprano, el pequeño club que decidimos ocupar esta noche no estaba muy lleno de estudiantes y pueblCandeos que se dejarían caer pronto. Cande, Maggie y yo reclamamos una esquina de la vista casi vacía. Después de haber derribado las bebidas y equipadas perfectamente, me moví con la música, perdiéndome gradualmente mientras me reía de las poses de porrista de Cande y los movimientos de vallete de Maggie. El primer chico que se nos acercó se dirigió a Cande, pero ella sacudió su cabeza y vocalizó con sus labios la palabra novio. Ella lo giró hacia mí y pensé: Esa soy yo: sin novio. Si más relación. Sin más Benjamin. Sin más Tú eres mi Lali.
—¿Quieres bailar? —gritó el chico sobre la música, moviéndose como si estuviera listo para desaparecer si me negaba. Asentí, ahogando el dolor sin sentido, casi físico. Era la no novia de alguien, por primera vez en tres años.

Nos movimos a un espacio abierto a unos cuantos metros de Cande y Maggie, quien también tenía novio. No me tomó mucho averiguar que ellas dirigirían a cada chico que les pidiera bailar hacia mí. Era su proyecto mascota de esa noche.

Dos horas después, había bailado con tantos chicos que no podía recordar, esquivando manos peligrosas y rechazando cada bebida que Cande me ofrecía. Una mesa alta al lado de la pista estaba llena de gente, nosotras apoyamos las caderas en los taburetes que la rodeaban, mirando la actividad de ligue de alrededor. Cuando Maggie volvió saltando y haciendo piruetas de su camino al baño, le pregunté si podíamos irnos ya, y Cande me echó una mirada que se reservaba generalmente para los clientes mal educados del restaurante. Sonreí hacia ella y sorbí mi bebida.
Cuando el próximo chico se acercó por detrás de mí, supe inmediatamente que Cande y Maggie lo aprobaban, porque sus ojos se ampliaron simultáneamente, y se centraron sobre mi hombro. Unos dedos rozaron la parte de atrás de mi brazo, y yo tomé una profunda respiración y exhalé antes de girarme. Cosa buena, también, porque era Peter el que estaba parado ahí, sus ojos cayeron en mi escote por una milésima de segundo. Él me miró a los ojos y elevó una ceja, sin disculparse por mirar. Los tacones de mis botas estaban matándome los pies, pero no eran lo suficientemente altos para poder mirarlo a los ojos.

En vez de elevar la voz como todos los demás, él se inclinó cerca de mí y me susurró: —¿Bailas conmigo? —Sentí su respiración caliente e inhalé la esencia de su loción de afeitado, algo básico y masculino, antes de que él se retirara, con sus ojos sobre los míos, esperando una respuesta. Un entusiasta empujón entre mis hombros me dio el voto de Cande—: Ve a bailar con él.

Asentí, y tomó mi mano para hacer el camino hacia la pista, maniobrando entre la multitud, que se apartaba fácilmente para él. Una vez alcanzamos el piso de roble desgastado, se volvió y me empujó cerca, nunca soltando mi mano.

Como encontramos el ritmo de la canción lento, bailando juntos. Unió mi otra mano a la suya y puso ambas detrás de mi espalda, gentilmente manteniéndome captiva. Mis pechos contra su pecho y luché por no jadear por el sutil contacto.

No había dejado que nadie me tocara en toda la noche, rechazando categóricamente todos los bailes lentos. Mareada por los débiles pero abundantes margaritas, cerré mis ojos y dejé que él me guiara, diciéndome a mí misma que esa diferencia la hacía el alcohol en la sangre, nada más. Un minuto más tarde, él liberó mis dedos, paseó sus manos a través de la parte baja de mi espalda, y mis manos se movían por su bíceps. Sólidos, como sabía que serían. Siguiendo aquel camino, mis manos encontraron sus hombros igual de duros. Al final enganché mis dedos por detrás de su cuello y abrí mis ojos.

Su mirada era penetrante, sin dudar un momento, y mi pulso golpeaba bajo su escrutinio silencioso. Al final me estiré hacia su oreja, y él se inclinó para escuchar mi pregunta. —Ah… Así que, ¿cuál es tu especialidad? —suspiré.

De reojo vi torcerse la esquina de su boca. —¿Realmente quiere hablar sobre eso? —Mantuvo la cercanía, nuestros torsos apretados desde el pecho hasta los muslos, al parecer esperando mi respuesta. No podía recordar la última vez que estuve tan llena de deseo puro, incondicional.

Tragué. —¿Entonces de qué quieres hablar?

Él se rió, y sentí las vibraciones de su pecho a través del mío. —¿Si no hablamos? —sus manos en mi cintura se apretaron un poco más, con los pulgares presionando en mis costillas y sus dedos aún en mi espalda.

Parpadeé por un momento, sin entender lo que sus palabras implicaban, y al siguiente sabiéndolo sin dudas.

—No sé a lo que te refieres —mentí.

Él se inclinó hacia mí aún más, su mejilla rozando contra la mía mientras murmuraba. —Sí, lo sabes. —Me golpeó de nuevo su esencia, limpia y sutil, a diferencia de las colonias modernas que Benjamin prefería, las que siempre parecerían dominar cualquier olor que usara. Sentí el impulso de llevar mis dedos sobre su rostro y pasarlos por su mandíbula recién afeitada, la sexi barba de ayer se había ido. Su piel no enrojecería la mía ahora si me besara, fuertemente. No sentiría nada más que su boca contra la mía, o tal vez ese pequeño anillo en el borde de su labio…
El errante pensamiento hizo que mi respiración se atrapara.

Cuando sus labios tocaron justo el sur del lóbulo de mi oreja, pensé que a lo mejor podría pasar.

—Vamos a bailar —dijo. Echándose hacia atrás lo suficiente para mirarme a los ojos, dibujó mi cuerpo contra él suyo, y mis piernas obedecieron cuando él dijo vamos.

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