jueves, 13 de junio de 2013

Capitulo 2

2

La voz de Cande me despertó. —Mariana Esposito, saca tu trasero de la cama y ve a salvar tu promedio de calificaciones. Por el amor de Dios, si yo hubiese dejado que un chico tirara por los suelos mi confianza académica, nunca habría escuchado el final de la misma.
 
Hice un ruido desdeñoso desde debajo del edredón antes de asomarme para mirarla. —¿Qué confianza académica?
 
Sus manos estaban en sus caderas, y estaba envuelta en una toalla, recién salida de la ducha. —Ha, Ha. Muy graciosa. Levántate.
 
Resoplé, pero ella hizo como que no me oía. —Voy muy bien en las otras clases. ¿No puedo simplemente suspender esta?
 
Ella se quedó boquiabierta. —¿Acaso te estás escuchando a ti misma?
 
Sí, me estaba escuchando a mí misma. Y estaba tan disgustada con mis sentimientos cobardes como Cande —incluso puede que más. Pero la idea de estar sentada al lado de Benjamin durante una hora y media, tres días por semana, era insoportable. No podía saber con certeza lo que su reciente estado de soltería significaría en términos de coquetería y flirteo abierto, pero fuera lo que fuese, no quería verlo con mis propios ojos. Ya era bastante malo imaginarme los detalles.
 
Ojalá no lo hubiera presionado para tomar, al menos, una clase conmigo ese semestre. Cuando nos apuntamos para las clases de otoño, me preguntó por qué quería tomar Economía —puesto que no era un curso necesario para conseguir mi título de Educación Musical. Me pregunto, si él había imaginado por aquel entonces que ese sería el lugar donde terminaríamos. O si lo había sabido.
 
—No puedo.
 
Puedes, y lo harás —arrancó el edredón de mis manos—. Ahora levántate y métete en la ducha. Tengo que llegar a tiempo para la clase de francés, o el señor Bidot me preguntará sin piedad el passé composé. Apenas sé el pasado simple en inglés. Dios sabe que no puedo hacerlo en français a primera hora de la mañana.

Llegué delante de la clase justo a las 9:00, sabiendo que Benjamin, siempre puntual, ya estaría allí. El aula era grande y amplia. Deslizándome por la puerta trasera, lo vi, en el medio de la sexta fila. El asiento a su derecha estaba vacío — mi asiento. El señor Vazquez había hecho un mapa con la disposición de los alumnos y sus asientos durante la segunda semana de clases, y solía usarla para pasar lista o sumar puntos por la participación en clase. Tendría que hablar con él al finalizar la clase, porque de ninguna manera volvería a sentarme ahí.
 
Mis ojos recorrieron las filas de atrás. Había dos asientos vacíos. Uno estaba tres filas más atrás, entre un chico que apoyaba su cabeza en la mano, medio dormido, y una chica que estaba bebiendo algo mientras no paraba de hablar con su compañero. El otro asiento libre estaba en la última fila, al lado de un chico que parecía estar garabateando algo en su libro de texto. Giré en esa dirección al mismo tiempo que el profesor entraba por la puerta lateral a la clase, y el artista levantó la vista para analizar la parte delantera del aula. Me quedé inmóvil, reconociendo a mi salvador de hacía dos noches. Si hubiese podido moverme, me habría dado la vuelta y habría salido huyendo de la clase.
 
El ataque se reprodujo de nuevo en mi cabeza. El desamparo. El terror. La humillación. Me había acurrucado en la cama y había llorado toda la noche, agradecida por el mensaje de Cande, que me decía que pasaría la noche con Agus. No le conté lo que había hecho Maxi —en parte porque sabía que ella se sentiría responsable de haberse ido y haberme dejado sola. Por otra parte, porque quería olvidar lo que había sucedido.
 
—Cuando todo el mundo tome asiento, empezaremos la clase. —El comentario de mi profesor me sacó de mi estupor: yo era la única estudiante que estaba de pie. Me apresuré a sentarme entre la chica habladora y el chico dormido.
 
Ella me echó un vistazo, sin dejar de contar lo que le había pasado el fin de semana, y cómo, cuándo y con quién había estado. El chico entreabrió un poco los ojos, lo justo como para notar que me deslizaba en la silla que estaba a su lado, pero no hizo ningún movimiento.
 
—¿Está ocupado este asiento? —le susurré. Él negó con la cabeza y murmuró:
—Lo estaba. Pero ella renunció. O dejó de venir. Lo que sea…
 
Empecé a sacar mis cosas de la mochila, aliviada. Intenté no mirar a Benjamin, pero la disposición de los asientos convirtió ese esfuerzo en un auténtico reto. Su perfectamente arreglado cabello rubio, y la familiar camisa de botones planchada que solía llevar, atraían a mis ojos cada vez que se movía. Sabía el efecto que causaban esos cuadros azules de su camisa con el azul brillante de sus ojos. Lo conocía desde noveno grado. Lo vi cambiar de estilo, pasar de ser el chico que llevaba pantalones cortos y zapatillas de deporte todos los días, a ser el joven que mandaba las camisas a ser planchadas, que tenía los zapatos siempre limpios, y que siempre parecía que había salido de la portada de una revista.
 
Había visto a más de una profesora girar la cabeza a su paso, para después estudiar atentamente su cuerpo perfecto y fuera de lo común.
 
Durante el tercer curso de secundaria teníamos Inglés juntos. Él centró su atención en mí desde el primer día de clase, mostrando su sonrisa con hoyuelos en mi dirección antes de sentarse, invitándome a unirme a su grupo de estudio y preguntándome por mis planes para el fin de semana, hasta que finalmente, él también se convirtió en parte de ellos. Nunca me habían convencido para algo tan rápido. Como nuestro delegado de clase, era conocido por todos, e hizo un esfuerzo considerable para llegar a familiarizarse con todo el mundo. Como deportista, era toda una estrella para el equipo de béisbol. Como estudiante, su nivel de calificaciones se encontraba entre los diez mejores. Como miembro del equipo de debate, era conocido por sus argumentos concluyentes y su récord imbatible.
 
Como novio, era paciente y atento, y nunca me presionaba demasiado lejos o demasiado rápido. Nunca olvidaba un cumpleaños o un aniversario. Nunca me hizo dudar de sus intenciones sobre nosotros. Una vez que nuestra relación se hizo oficial, él cambió mi nombre —y todo el mundo siguió su ejemplo, incluida yo.
 
—Tú eres mi Lali —me dijo, refiriéndose a la mujer de Jack Kennedy, su ídolo.
 
No tenía una gran familia. Sus padres se encontraban casados sólo políticamente, por lo demás, estaban siempre en desacuerdo el uno con el otro. Tenía una hermana llamada Reagan y un hermano llamado Carter.
 
Habían pasado tres años desde que había dejado de ser Mariana, y empecé a luchar a diario para recuperar esa parte de mí misma que había dejado de lado por él. No era la única cosa a la que había renunciado, ni la más importante. Pero era la única que podría recuperar.

*** 

Entre el intento de evitar mirar a Benjamin durante los cincuenta minutos que duró la clase, y el hecho de que me había saltado ese período durante dos semanas, mi cerebro estaba lento y poco cooperativo. Cuando la clase terminó, me di cuenta de que había absorbido muy poco de la lección.

Seguí al señor Vazquez hasta su oficina, pensando en todas las apelaciones que podía hacerle para que me diera tiempo de ponerme al día con sus clases. Hasta ese momento, no me había preocupado por suspender la asignatura. Ahora que la posibilidad de hacerlo se había convertido en una probabilidad, estaba aterrorizada. Nunca había suspendido una clase. ¿Qué iba a decirles a mis padres y a mi asesor escolar? Este suspenso estaría en mi expediente para el resto de mi vida.
 
—Está bien, señorita Esposito —el señor Vazquez retiró un libro de texto y un montón de notas de su desordenada carpeta, y giró en dirección a su oficina como si yo no estuviera ahí—. Explíqueme su caso.
 
Me aclaré la garganta. —¿Mi caso?
 
Cansadamente, me miró por encima de sus gafas. —Has faltado dos semanas enteras a clase… incluyendo el examen semestral, y hoy tampoco has asistido. Supongo que estás aquí de pie, en mi oficina, para darme un intento de explicación sobre por qué no deberías suspender Macroeconomía. Espero con ansias esa explicación —suspiró, mientras guardaba su libro de texto — . Siempre pienso que he escuchado todas las excusas posibles, pero acaban sorprendiéndome muchas veces. Así que, adelante. No tengo todo el día, y supongo que usted tampoco.
 
Tragué saliva. —Sí estuve hoy en clase. Es sólo que me senté en otro sitio.
 
Él asintió con la cabeza. —Voy a creerte, puesto que te has acercado a hablar conmigo justo al final de la clase. Eso es un día más de participación a tu favor —que asciende a un cuarto de punto. Pero sigues teniendo seis clases perdidas y un cero en un examen muy importante.
 
Oh, Dios mío. Como si hubiera quitado un tapón, las excusas y aclaraciones empezaron a salir a borbotones. —Mi novio me ha dejado, y está en estas clases, y no soporto verlo , y mucho menos volver a sentarme a su lado… ¡Oh, Dios mío, me perdí el examen semestral! Voy a suspender. Nunca he suspendido ninguna clase… —Como si ese discurso no hubiera sido lo suficientemente humillante, las lágrimas empezaron a salir, y se extendieron por mis mejillas. Me mordí los labios para no empezar a llorar abiertamente, concentrándome en observar su escritorio, incapaz de mirar la expresión de repulsión que imaginaba que él tendría.
 
Oí un suspiro al mismo tiempo que un pañuelo apareció delante de mi vista.
 
—Es su día de suerte, señorita Esposito.
 
Tomé el pañuelo y lo presioné contra mis mejillas mojadas, mientras me giraba para mirarle cautelosamente.

—Da la casualidad de que tengo una hija sólo un poco menor que usted. Recientemente pasó por una ruptura muy desagradable. Mi perfecta estudiante de promedio diez se convirtió en un desastre emocional, que no hacía otra cosa que llorar, dormir, y volver a llorar, durante unas dos semanas. Entonces, recapacitó y decidió que ningún chico arruinaría su récord escolar. Por comprensión a mi hija, le daré una oportunidad. Una. Si la desperdicia, recibirá la nota que se ha ganado al final del semestre. Lo entiende, ¿verdad?
 
Asentí con la cabeza, mientras más lágrimas se resbalaban por mis mejillas.
 
—De acuerdo —mi profesor empezó a sentirse incómodo, y me dio otro pañuelo—. Oh, por el amor de Pete; como le dije a mi hija, no hay ningún chico en el planeta que se merezca toda esta angustia. Lo sé bien, yo solía ser uno de esos chicos… —garabateó algo en un papel y me lo entregó — . Aquí está el correo electrónico de un tutor que da mis clases, Juan Lanzani. Si no está usted familiarizada con sus sesiones de enseñanza suplementaria, le aconsejo que empiece a familiarizarse con ellas. Usted, sin duda, necesita también una serie de tutorías cara a cara. Él fue un estudiante excelente en mi clase, hace dos años, y ha sido mi tutor particular, al que recurro desde entonces. Le daré los detalles del proyecto que quiero que me entregue, como remplazo del examen trimestral que no hizo.
 
Se me escapó otro sollozo cuando le di las gracias, y pensé que él estaba por explotar de desagrado.
 
—Bueno, bueno, está bien, de nada… —sacó la distribución de asientos de clase —. Enséñeme dónde se sentará a partir de ahora en mis clases, así podrá ganarse esos cuartos de punto por la asistencia.
 
Le señalé mi nuevo asiento, y él escribió mi nombre en el rectángulo. Tenía la oportunidad que necesitaba. Solamente debía ponerme en contacto con ese tal Juan y centrarme en el proyecto. No podía ser tan difícil, ¿no?

***

La cola en el Starbucks para el sindicato estudiantil era ridículamente larga, pero llovía y yo no estaba de humor para empaparme cruzando la calle, e ir a la cafetería indie que había detrás del campus, para obtener mi dosis antes de las clases de la tarde. Por otro lado, ese era también el lugar en el que probablemente estaba Benjamin; íbamos allí casi todos los días después de comer. En principio, él solía evitar las “empresas monstruosas” como Starbucks, incluso aunque el café fuera mejor.

—De ninguna forma me dará tiempo a cruzar el campus si espero en esta cola —gruñó Cande irritada, inclinándose para ver cuántas personas había delante de nosotras — . Nueve personas. ¡Nueve! Y otras cinco esperando sus bebidas. ¿Quién demonios son todas estas personas? —el hombre que estaba delante nuestro nos miró por encima de su hombro con el ceño fruncido. Ella le devolvió el gesto, y yo me mordí los labios para no reírme.
 
—¿Adictos a la cafeína como nosotras? —sugerí.
 
—Uff —resopló, y luego me agarró del brazo—. Casi se me olvida, ¿has oído lo que le pasó a Maxi el sábado por la noche?
 
Mi estómago se redujo. Precisamente la noche que quería olvidar, no me dejaba tranquila. Negué con la cabeza.
 
—Le asaltaron en el aparcamiento de detrás de la casa. Un par de chicos querían su cartera. Probablemente gente sin techo, dijo él — eso es lo que logramos por tener el campus justo en el centro de una gran ciudad. Al final no consiguieron nada, los desgraciados, pero, maldita sea, la cara de Maxi está bien golpeada —se acercó más a mí —. Él realmente se ve mucho más caliente así. Rawr, si entiendes lo que quiero decir.
 
Me sentí enferma, quedándome allí quieta y muda, fingiendo interés en vez de refutar las explicaciones de Maxi sobre cómo le habían partido la cara.
 
—Bueno, mierda. Voy a tener que traquetear como una estrella de rock para llegar a tiempo a la clase de poli-ciencias. No puedo retrasarme, tenemos examen. Te veo después —me dio un abrazo rápido y salió corriendo.
 
Avancé hacia adelante con la cola, mientras mi mente viajaba hasta la noche del sábado por enésima vez. No podía quitarme aún de la cabeza lo vulnerable que me había sentido. Nunca había estado ciega sobre el hecho de que los chicos eran más fuertes. Benjamin me había levantado en sus brazos tantas veces que ni las podía contar, una vez incluso me había lanzado sobre su hombro y había corrido por las escaleras conmigo, mientras yo me agarraba a su espalda, boca abajo y riendo. Fácilmente me había abierto frascos y botes que yo no podía abrir, o había trasladado muebles que yo a duras penas habría podido desplazar un poco. Su fuerza para mí se hizo evidente incluso cuando yo le ayudaba a entrenar, y veía sus duros músculos.
 
Hacía dos semanas, me había roto el corazón, y nunca antes me había sentido tan herida, tan vacía.
 
Pero él nunca usó su fuerza física en mi contra.
 
No, eso lo hizo Maxi. Maxi, un buen mozo del campus que no tenía ningún problema en conseguir chicas. Un chico que nunca me había dado a entender que pudiera —o quisiera hacerme daño, o que me veía como a alguien más que la novia de Benjamin. Podría culpar al alcohol… pero no. El alcohol te desinhibe. No provoca violencia criminal donde antes no la había.
 
—Siguiente.
 
Salí de mis ensoñaciones y miré por encima del mostrador, preparada para hacer mi pedido habitual, y allí estaba el chico de la noche del sábado. El chico al lado del cual había evitado sentarme esa mañana en economía. Mi boca estaba abierta, pero no dije nada. Otra vez, la noche del sábado se recreó en mi mente. Me sonrojé, recordando la posición en la que había estado, todo lo que él seguramente había visto antes de intervenir, lo tonta que debía considerarme.
 
Pero después, él me había dicho que no era mi culpa.
 
Y me llamó por mi nombre. El nombre que no había utilizado, desde hacía dieciséis días.
 
Mi pequeño deseo de que no me reconociera no fue concedido. Le devolví su mirada penetrante, y pude ver que él me recordaba, claramente. Me mortificó. Me sonrojé.
 
—¿Estás lista para hacer tu pedido? —su pregunta me sacó de mi desconcierto. Su voz era tranquila, pero sentí su exasperación por los clientes que estaban detrás de mí.
 
—Un Gran Café Americano. Por favor —mis palabras fueron un murmullo, por lo que esperé a que me pidiese que lo repitiera.
 
Pero él marcó la copa, y fue entonces cuando noté las dos o tres capas de gasa fina y blanca, envueltas alrededor de sus nudillos. Pasó la copa a la barista y pidió la bebida, mientras yo le extendía mi tarjeta de crédito.
 
—¿Te encuentras bien hoy? —me preguntó, sus palabras sonando aparentemente casuales, sin embargo, estando llenas de significado para nosotros. Tomó mi tarjeta y me la devolvió junto con el recibo.
 
—Estoy bien. —Los nudillos de sus manos estaban raspados, pero no severamente heridos. Mientras agarraba la tarjeta y el recibo, sus dedos rozaron los míos. Tiré rápidamente de mi mano. —Gracias.
 
Sus ojos se agrandaron, pero no dijo nada más.
 
—Quiero un macchiato de caramelo, y que sea ligero. —La chica impaciente que estaba detrás de mí ordenó su pedido desde mi hombro, sin tocarme, pero presionando demasiado mí espacio personal para mi comodidad. Su mandíbula se tensó casi imperceptiblemente cuando desvié la mirada hacia ella.

Marcando la copa, él le dijo el total en un tono cortado, mientras me miraba una vez más a medida que me apartaba. No sé si me volvió a mirar después de eso. Esperé mi café al otro lado del establecimiento, y me alejé sin añadir mi dosis habitual de leche y tres sobres de azúcar.
 
La economía era un campo de estudio, por lo que la lista de anotados era enorme —probablemente unos doscientos estudiantes. Podía evitar el contacto visual con dos chicos en medio de tanta gente durante las seis semanas de clase que quedaban del semestre de otoño, ¿verdad?

19 comentarios :

  1. ME ENCANTA, CREO QUE VA A ESTAR GENIAL!

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