sábado, 1 de junio de 2013

Capitulo 39

Capitulo 39

El poco oxígeno que había en mis pulmones salió en una bocanada de aire.

—¿Qué?
 
Peter me miró con un signo de interrogación en su rostro. Me aparté de él.
 
—Puede que le den la condicional. Hay una audiencia en de un par de semanas.
—Pero tiene para dos años más.
—Lo sé, pero ya sabes cómo funciona. Consiguió la cita hace casi dos meses, pero olvidaron dejárnoslo saber.
—No pueden dejarlo salir —susurré.
—Sí que pueden.
—¿Podemos ir?
—Deberíamos poder, ya que los dos somos víctimas. También deberían haber llamado.
 
Había recibido una llamada antes, pero dejé que fuera al buzón de voz ya que no conocía el número. ¡Qué idiota!
 
—¿Qué pasa? Estás temblando. —Peter puso sus manos sobre mis hombros.
—¡No me toques, joder! —grité.
—¡Lali! No te asustes. Todo saldrá bien. No dejarán que salga. ¿Dónde estás? —dijo Julieta.
—En Camden.
—¿Qué estás haciendo allí?
—Nada importante.
—Bien, bien, quiero que regreses a tu apartamento y te quedes allí. ¿Hay alguien que se quede contigo?
—Ajá. —Peter no me tocó, pero comenzó a guardar nuestras cosas.
—Es Peter, ¿no? ¿Se lo has dicho? —dijo Julieta.
—No.
—Déjame hablar con él.
—¡NO!
—No voy a contárselo. Déjame hablar con él.
—Quiere hablar contigo. —Le entregué el teléfono. Nada de lo que había dicho sobre Travis parecía real.
—Hola, Julieta, ¿qué pasa? —Su voz estaba entrecortada. Se alejó de mí y escuchó, y después respondió en voz baja—. Está bien, vamos.
 
No me moví. No estaba segura de que pudiera.
 
—Suponíamos que tendríamos dos años más. Luego me marcharía de aquí y me iría donde no pudiera encontrarme —dije a cualquiera que escuchara.
—Vamos, tenemos que llevarte a casa —dijo Peter. Mis piernas no obedecerían—. Está bien, nena, voy a levantarte, ¿de acuerdo?
—No, puedo hacerlo. —Alcancé su mano y me levantó.
—No siempre tienes que hacer todo por ti misma —dijo, tomando mi brazo con una mano y llevando su guitarra con la otra.
 
Me tropecé como si estuviera borracha de regreso al coche de Peter. No quería que me tocara, pero luego me di cuenta de que no habría podido volver al coche por mí misma.
 
Peter no pidió detalles mientras conducía lo más rápido que pudo por la sinuosa carretera hacia abajo de la montaña.
 
—Baja la velocidad.
—Te estoy llevando a casa.
—Bueno, me gustaría llegar de una pieza.
—Bien.
—¿Julieta te lo dijo?
—No. Dijo que tú lo harías. Lo único que me dijo fue que te llevara a casa y nos quedáramos allí.
—¿No te dijo nada más?
—No. ¿Deseabas que lo hubiera hecho?
—Entonces supongo que estás esperando una explicación. —Mi conmoción se descongelaba un poco con él allí.
—He querido una desde que te conocí. Tienes la palabra secreto escrita sobre ti. Pero yo no soy nadie para hablar de eso. Me gustaría que confiaras en mí. Sé que no debe ser fácil para ti cargar con ello.
—No lo es. —No iba a llorar.
—Me gustaría ayudarte. Decirte lo de mis padres me hizo sentir mejor, no peor. A parte de la familia, tu eres la única a quien realmente se lo dicho, y fue aterrador, pero después me sentí bien. La verdad nos hará libres y todo eso.
—Tengo miedo de lo que vayas a decir.
—Missy, no hay nada que puedas decirme que me haga pensar diferente.
 
Oh, pero lo había. Tenía el poder de cambiarlo todo. Sobre todo ahora. 

—Me gustaría poder creer eso.
—Entonces hazlo. Créelo. Créeme.
 
 Quería. Más que nada.
 
Me senté en mi asiento y traté de calmar mi acelerado corazón. Puse de nuevo The Head and the Heart. Me pareció que el folk, con melodías blue-grass era ligeramente calmante.
 
—¿Puedes darme mi teléfono? —dijo cuando llegamos a la entrada del parque. Detuvo el coche, pero lo dejó encendido. Le pasé el teléfono y marcó la marcación rápida.—Hola, Pablo. Necesito un favor. ¿Te puedes llevar a Cande toda la noche? Necesito un poco de tiempo con Lali. Sí. Ajá. Gracias, hombre. Sí, ya sé que te lo debo. Gracias. Adiós.
 
Golpeó para marcar otro número. 

—Hola, Ro. ¿Me puedes hacer un favor? Lali y yo, um, necesitamos otra noche. Sí. No, lo haré. No te preocupes. Nos vemos mañana. Adiós.
 
Tiró el teléfono en su soporte para vasos.

—Pensé que no querrías mucha gente alrededor atosigándote. —Me conocía demasiado bien—. No voy a ninguna parte, ¿de acuerdo?
—Sí.
 
Toda la lucha había salido de mí. Mi mente ya imaginaba a Maxi saliendo de la cárcel y luego cumpliendo la promesa que me hizo esa noche.
 
No hablé durante la siguiente media hora mientras Peter conducía tan rápido como podía sin dejar de conducir con seguridad. Seguí oyéndole contar en voz baja.
 
Uno, dos, tres, cuatro, cinco.
 
Lo escuché y me dejé llevar por una especie rara de insomnio. Era como esa sensación cuando miras fijamente hacia el espacio. Sólo que no terminó.
 
En el momento en que llegamos al apartamento, Rocio y Candela ya se habían ido. Nos habían dejado una pequeña sorpresa en forma de un corazón hecho de pasteles.
 
—Mírame —dijo Peter, mientras entrábamos por la puerta. Racionalmente, sabía que no había manera de que Travis estuviera allí, pero de todos modos mi cabeza se asomó—. Nadie va a hacerte daño. No eres una chica débil. Me metiste una patada en las pelotas a las primeras horas de conocerme. No le tienes miedo a nadie —dijo. Sólo tenía miedo de una persona. 
—Estoy bien.
—No, no lo estás. Ve a darte una ducha y prepararé algo para cenar.
—No tengo hambre.
—Lo siento, pero Julieta me dijo que hiciera algo de comer. —Eso era algo que ella diría. También solía obligarme cuando éramos más jóvenes.
—No me digas qué hacer.
—Está bien.
 
Fue a la nevera y empezó a reunir los ingredientes.
 
—Voy a darme una ducha.
—Está bien, entonces. —Sonrió y sacudió la cabeza.
 
Poco a poco abrí la puerta de mi habitación con el pie. Esperé un segundo antes de entrar y encender la luz. Poco a poco entré, mi corazón latía todo el tiempo. Eché un vistazo completamente en cada rincón antes de entrar en la habitación.
 
Agarré mi ropa y otras cosas para ducharme tan rápido como pude y corrí al baño. Me di una ducha rápida, saltando con cada ruido. Me acordé también de este sentimiento. Había vivido años de mi vida así, pero se había amortiguado en los últimos pocos. Ahora estaba de vuelta con toda su fuerza, volvía a tener doce años de nuevo y vomitaba por miedo todos los días. Casi me había dado una úlcera. Fue entonces cuando la terapia había comenzado.
 
Salí y Peter estaba ocupado con la sopa de tomate y unos sándwiches de queso asado.
 
—Hice los margherita que te gusta, junto con el aguacate —dijo.
—No tengo hambre.
—Te vas a comer un maldito sándwich y un plato de sopa, incluso aunque tenga que darte un beso para someterte. ¿Entiendes?
—Por favor, no me toques.
—Entonces come.
—Te odio.
—Buen intento. No voy a irme a ninguna parte. —Puso el sándwich en un plato, lo cortó transversalmente para que pudiera ver la mozzarella que se derretía. Normalmente lo hubiera devorado y me quemaría la boca, pero no quería comer nunca más.
 
Se sirvió un plato de sopa. Incluso había añadido leche para que fuera cremosa.
 
—¿Por qué no tenemos una bandeja? Tenemos que conseguir una bandeja —murmuró.
 
No tenía ni idea de qué hablaba. Me pasé los dedos para peinar mi cabello y esperé a que viniera.
 
—Ve a sentarte en el sofá.
—No me digas qué hacer. —No quería que me tratara como a un inválido. Lo que es peor, no quería que me tratara como si tuviera que cuidarme. Como si fuera una especie de carga. Una persona a la que estaba obligado a cuidar.
 
Fui y me senté en el sillón en vez del sofá y encendí la televisión, cambiando de un canal a otro, sin ni siquiera darme cuenta de lo que había antes de cambiarlo.

—Aquí tenemos. —Puso el plato y la taza sobre la mesa, acercándolo al sillón reclinable. Me entregó una cuchara y una servilleta—Te aconsejaría que comieras, pero no estoy diciendo qué lo tengas que hacer. Ya que no quieres que lo haga —dijo.
—Así es.
 
Alcanzó su cena y se sentó en el extremo opuesto del sofá, tan lejos de mí como podía y todavía estar mientras estuviera en la sala de estar.
 
Me encontré con un maratón de  comedias románticas, comenzando con Pretty Woman.
 
—Tiene demasiados dientes. Y una prostituta nunca se ve así, te lo puedo garantizar —dijo Peter, sentándose y comiendo su emparedado.
 
Lo ignoré y traté de ver la película, pero seguí saltando con cada pequeño sonido. Mi cerebro se había convencido de que Maxi iba a entrar a través de la puerta en cualquier momento. Deseaba tener un objeto punzante, pero tendría que conformarme con la cuchara o el mando a distancia. O con Peter. Probablemente lo usaría como un arma en caso de apuro.
 
—¿Puedo ofrecerte algo? —dijo. ¿Qué tal un arma? Me sentiría mucho mejor si tuviera una. Oh, ¿Por qué no había ido aún al campo de tiro?—. ¿Lali?
—¿Qué?
—¿Puedo ofrecerte algo? —repitió.
—No.
—¿Estás segura?
—¿Por qué no me dejas en paz? —espeté.
—Tal vez si me dijeras lo que te tiene así, lo haría. Hasta entonces, estaré vigilándote como un halcón. —No me gustó su intensa mirada, pero yo tampoco quería estar sola. Así que estaba a partes iguales, de acuerdo en tenerlo allí.
 
—Estoy bien.
—Seguro. —Se levantó para tomar mi plato y me aparté de él.
—Oh, Missy, me gustaría que me lo dijeras —Negué con la cabeza, apretando mis cerrados labios—. Qué cabezota eres. —Llevó nuestros platos al fregadero y empezó a lavarlos, tarareando la canción de platos que había escrito. Traté de mantener mis ojos pegados a la película.

Tenía la costumbre de tener mucho frío cuando me estaba volviendo loca y empecé a temblar incontrolablemente, los dientes me castañeaban. Me envolví los brazos, tratando de evitar volar en mil pedazos. Había pensado que esto había terminado. Nunca vi llegar el día que iba a salir realmente, pero tal vez no lo dejaría escapar. Tal vez podría enviarlo a prisión para que se quedara el resto de su tiempo.
 
Pero todavía tenía que verlo. Eso era lo que me asustaba más que nada. Eso era lo que no quería decir a nadie. Que toda mi ira y confianza, eran en realidad, un miedo interno de una niña de doce.
 
—Toma —dijo Peter, viniendo detrás de mí y colocando una manta sobre mí.
—No me toques.
—Sólo te estoy poniendo una manta. Cálmate.
—Dije que no me toques.
 
Se puso delante, ignorándome y tratando de poner la manta a mí alrededor.
 
—¡Basta! —Le golpeé, pero no me soltó. Trató de levantarme, pero estaba lista para él, puñetazos y patadas a su derecha e izquierda. Su rostro estaba blanco. De alguna manera, me puse de pie y la manta cayó. Era como si hubiera desatado algo oscuro y violento que se había estado revolviendo en mi interior desde aquella noche hace ocho años.—¡Basta! ¡Basta ya! ¡Basta ya! —Le golpeé en el pecho. Le di una bofetada y una patada. Seguí adelante hasta que mis pulmones estaban agitados y mis brazos doloridos, y un sollozo ahogado escapó de mi boca.
 
Se puso de pie con los brazos a los lados. Tenía la cara roja por mis bofeteadas.
 
Mis rodillas cedieron, y me llamó antes de irme hacia abajo, darme la mano y ponerme en el sofá.
 
—No me toques.
 
No respondió, pero envolvió sus brazos alrededor de mí cuando comencé a sollozar. Nunca lloraba, pero ahí estaba yo, saladas lágrimas corriendo por mi cara, que se derramaban por Peter, el chico que había molido a palos.
 
Me sacudió, sus fuertes brazos rodeándome con fuerza.
 
Comenzó a tararear, pero estaba demasiado destrozada para reconocer la melodía.

Me dolía la garganta de tanto llorar, mis lágrimas goteaban por todas partes, pero no me importaba.
 
Empecé a hiperventilar, y Peter tenía que decirme que respirara lentamente para no perder el conocimiento. Eso había ocurrido antes, pero él no lo sabía. Había tenido episodios como este antes, sólo que aquellas veces estaban mamá y Julieta cuidando de mí.
 
Peter esperó hasta que en su mayoría estuviera gritando y sólo esnifando. Por suerte, tenía una servilleta de repuesto y me soné la nariz.
 
—¿Estás bien? —dije.
—En mi línea.
—Lo siento por golpearte.
—Está bien. Necesitabas sacarlo.
—No lo he hecho en mucho tiempo. —Sentí sus labios en mi sien.
—Me has asustado —dijo.
—Lo siento.
—No tienes que disculparte. Estaré bien.
—Pero yo no.
 
Inhaló lentamente. 

—Cuando mis padres murieron, solía tener estos ataques en que me volvía loco y rompía todo lo que quería. Mi madre tenía una colección de animales de cristal de millones de dólares. Rompí cada uno de ellos. Joe estaba furioso, pero, ¿qué podía hacer él? Terminaron sacando todo lo rompible de la casa y me llevaron donde Hope y John lo más pronto posible. Hicieron una casa a prueba de Peter, pero seguí encontrando cosas para romper.
 
Era mi turno.

29 comentarios :

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  4. Otroooooooooooo Otroooooooooooo me encanta.

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  5. Otrooooooo quiero saber si ella le cuenta

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  6. Porr favorr subii otro para no dejarnoss asiii!! Quiero saber si lali cuenta q le sucedio

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