sábado, 1 de junio de 2013

Capitulo 35

Capitulo 35

Tomé la mano de Peter en el camino de vuelta a casa. Se sentía como lo correcto que hacer. Como si estuviéramos en una cita real, y podríamos ser una pareja real. Mi mente nunca se desvió lejos de pensar en mi secreto. Acerca de finalmente decirle y dejar que las cosas cayeran donde pudieran. Allí estaba otra vez. La palabra caer.

—Te ves increíble.
—Gracias. Te ves muy bien. —Indirecta.
—Oh, ¿esta cosa vieja? Soy modesto —dijo.
—Idiota.
—Diosa.

Me tomó la mano y besó la parte de atrás, quitando sus ojos de la carretera por un momento.

—Así que, ¿no estás todavía enojada conmigo? Quiero decir, está bien si estás…
—No estoy enojada con exactitud. Bueno, ya no. Es sólo que... nunca pensé que tenías eso en ti.
—Lo hago —dijo—. Yo he... he perdido el control así antes, pero no por mucho tiempo. Quería ir tras de ti, pero estaba tan avergonzado de lo que había hecho. No quiero que te sientas amenazada por mí.
—Puedo cuidar de mí misma, Peter.
—Lo sé.
—No vamos a hablar más del tema. Hablar de ello no lo va a cambiar. Sucedió y ya está —le dije.
—No es así, pero estoy de acuerdo con un cambio de tema. ¿Qué te gustaría discutir?
—¿Qué le dijiste a la pianista?
—Sólo le dije que había sido un idiota y había una mujer especial que necesitaba una disculpa muy especial.
—Déjame adivinar, soy la mujer especial.

Negó con la cabeza. 

—Nop era la señora de la mesa de al lado.
—¿La chismosa? ¿Cómo te atreves?
—¿Estás bromeando? Nada enciende a un hombre como pendientes de oro gigantes y un top estampado de animal. Rawr.

Reí mientras nos deteníamos en el estacionamiento de los estudiantes. Esta vez esperé a que Peter abriera mi puerta.

—Entonces, ¿tienes algo más planeado para esta encantadora noche? —le pregunté.
—Bueno, sé cuánto te gusta la película de la boda y siempre te hace reír, así que pensé que podríamos verla con un poco de palomitas. ¿Suena bien?
—Suena perfecto. —Pude ver toda la escena en mi cabeza. Peter y yo en nuestros pijamas, conmigo sentada a horcajadas de él en el sofá, riendo tanto que nuestros estómagos se dañarían. 
—No tienes que decirme esta noche. Un secreto es suficiente por un día, ¿no crees?
—Sí. —Una parte de mí quería dejarlo escapar, para desahogarme y matar el suspenso ya. Él quería saber. ¿Cómo no iba a hacerlo? Prácticamente arranqué su secreto de él, como si cavara la perla de una almeja. Pero estaba contenta de que lo sabía. Esperaba que no se arrepintiera de decírmelo. Esperaba no arrepentirme de decirle.

Había una nota en la puerta cuando subimos las escaleras.
  
Ustedes chicos diviértanse. El lugar es todo suyo. Por favor, limpien todas las superficies sobre las que se pongan amorosos con las toallitas de la cocina. Los queremos, Candela y Rocio.

—Me pregunto quién escribió esta nota.
—Bueno, supongo que Rocio la escribió y Candela añadió la parte de las toallitas.
—Suena bastante correcto. —Bajó la nota y puso la llave en la cerradura—. Entonces —dijo cuando abrió la puerta y encendió la luz—. Supongo que somos sólo nosotros.
 
Nunca habíamos estado solos toda la noche antes. Durante el día era una historia completamente diferente.

Peter seguía sosteniendo mi mano.

—Yo, um, te dejaré cambiarte y voy a preparar las palomitas de maíz—dijo, dejándola caer como un carbón ardiente.

Una pequeña voz interior me gritó con frustración, pero me di la vuelta y me fui a la habitación de todos modos. Extendí los brazos hasta mi espalda para bajar la cremallera, pero no quería bajar. No había tenido ningún problema para subirla, pero bajarla era otra historia. Casi me arranqué los brazos intentando conseguir que la maldita cosa cooperara conmigo.

—¡Hijo de puta!
Oí un golpe en la puerta.
—¿Estás bien ahí dentro?
—Sí, estoy bien. —Traté de tirar el dobladillo del vestido hacia arriba sobre la cabeza, pero era demasiado ajustado. Bueno, mierda. Intenté una última vez antes de darme por vencida—. Está bien, ¿me puedes dar una mano? La estúpida cremallera se ha quedado atascada.
—¿En serio?
—Cierra la boca y ayúdame, ¿por favor? —Abrí la puerta y me puse de espaldas a él—. Ponte en marcha...

Dejé de hablar cuando sentí sus cálidas manos en mi espalda. Respirar de repente se volvió muy difícil. Sus dedos se tomaron su tiempo rozando a través de mi piel y poniendo mi cabello a un lado de la traidora cremallera. Tiró suavemente y hacia abajo la cremallera.
 
—Ya está. No parece tener ningún problema.
—Bueno, eso es bueno para ti —le espeté, tratando de dar marcha atrás a su alrededor.

Sostuvo mis hombros, así que no podía. Muy lentamente, presionó sus labios en el lugar que la cremallera había revelado. Mi piel se quemaba con el contacto y el resto de mi cuerpo se derretía en jalea. Quería derretirme contra de él, pero no lo hice.

—Peter —le dije. Bueno, era más como un susurro.
—Lo siento. No pude resistirme. Me siento atraído por ti. Me vuelve absolutamente loco tener que estar contigo todo el tiempo y no poder tocarte.

Quise mover mi pie para dar un paso hacia adelante, y por lo tanto lejos de él. Por último, mi pie obedeció. Me sentía de la misma manera a su alrededor, pero no podía seguir adelante. Había un secreto gigante permanentemente en nuestro camino.

—No puedo.
—Lo sé. Lo siento. Voy a comportarme. —Miré sus ojos, y tuve que apartar la mirada. Quería decirle que no. Tirar todo por la ventana y que me besara como lo había hecho cuando casi había roto el sillón reclinable.
—Tengo que cambiarme —le dije, mi voz alta en la silenciosa habitación.
—Está bien. —Se volteó y se fue.

Todavía podía sentir sus labios en mi espalda mientras deslizaba una camiseta por la cabeza y me ponía unos pantalones cortos. Debí haberme puesto un conjunto manga larga para dejar la menor cantidad de piel visible, pero era una noche caliente y nuestro apartamento tenía ventilación de mierda. Oí el pitido del microondas cuando salí.

—Creo que puede ser que necesite un poco de ayuda con mi cremallera, ¿por qué no me das una mano? —dijo Peter, dándome la espalda.
—Lo siento, mis manos están llenas —dije, agarrando la bolsa de palomitas de maíz y el recipiente que él había agarrado y sostenía—. Vas a tener que hacerlo todo por ti mismo
—Está bien. Pero te lo estás perdiendo. —Como si no lo supiera.

Cerró la puerta y me apoyé contra el mostrador. ¿Por qué, por qué las cosas que dijo empezaban a sonar tan bien? ¿Por qué quería entrar en esa habitación y decir: Demonios sí, te ayudo con esa cremallera y el resto de tu ropa, a sacarlos AHORA?

Sentí mi frente. Tal vez tenía fiebre. Tal vez fue el pastel de terciopelo rojo que me había comido de rapidez. O tal vez era la maldita canción. ¿Qué chica no se volvía tonta por un chico que podía cantar? Fue por eso que Christine había bajado a la espeluznante guarida subterránea del Fantasma. Era por eso que tantas mujeres se lanzaban a las estrellas de rock, guapos o no tanto.

En el momento en que salió, yo estaba ubicada en el sofá con las palomitas de maíz en un tazón y dos refrescos completos con portavasos. Candela tendría un berrinche si sabía que no había usado portavasos.

—Portavasos, bien pensado —dijo Peter, asintiendo a las bebidas.
—Me lo imaginaba.  

Tenía bóxer y una camiseta gris. En cualquier otra persona, habría sido bóxer y una camiseta gris. En Peter, era... malditamente caliente.

—¿Tengo algo en la cara? —dijo, pillándome mirándolo fijamente.
—No.
—Entonces, ¿por qué me miras de esa manera?
—No lo estaba haciendo. —Negar, negar, negar.
—Está bien, entonces, no lo hacías. —Se sentó a mi lado y tomó su vaso—. ¿Tienes la película?
—Sí. —Tenía el control remoto en la mano, pero no quería presionar play. Peter tomó un sorbo de su bebida y luché contra el impulso de tirarme sobre él. Agarré el cuenco de palomitas de maíz y lo puse entre nosotros como una muralla. ¿Por qué Rocio y Candela me habían hecho esto a mí? Sabía que pensaban que estaban ayudando, pero esto ciertamente no ayudaba. Presioné play en la película, con la esperanza de que sirviera como una distracción.

Funcionó durante unos cinco segundos. Entonces la mano de Peter y la mía chocaron en el tazón de palomitas de maíz en uno de los momentos de la película. Retiré la mía, pero me detuvo.

—¿Puedo ser honesto contigo en este momento? —dijo.
Tenía la boca seca mientras decía
—: Claro. ¿Cuando no eres honesto conmigo? Con la excepción de una vez.
—Sí, bueno —dijo, frotándose el tatuaje una, dos, tres veces. Uh oh—. Voy a ser brutalmente honesto, ¿de acuerdo?
—Una vez más, ¿cuándo no? Pero sigue adelante —le dije, agitando mi mano para que continuara. La película sonaba en el fondo, pero bien podría haber estado en Esperanto pero toda la atención que le prestaba era a esto.

Tomó aliento.

—Te quiero. Ahora mismo. Si dices que sí, me gustaría besarte. Te besaría hasta que ambos nos olvidáramos que los labios se hicieron para otra cosa que besar. Te quitaría ese traje, tan lindo como es. Quiero ver cómo te ves sin nada encima. Quiero hacerte suspirar como lo hiciste con el pastel. Quiero estar contigo. Ahora mismo.
—¿Ahora? —chillé.
—Ahora mismo. Que se vaya a la mierda película. —Agarró el mando a distancia y detuvo la película—. Sólo pensé que debías saber cómo me siento.

Tuve que cerrar los ojos por un segundo. Estaba tan cerca, era difícil pensar. Mi cerebro sólo se quedó en blanco, y decidió imaginar todas las cosas que había dicho. Mi piel zumbaba, lista y esperando.

—Yo...
—No te estoy pidiendo que lo hagas. Sé que esto es difícil para ti. Sólo quería que supieras que eso es algo que quería hacer. —Abrí mis ojos.
—Me has estado diciendo cosas como esas desde el primer día.
—No es así. ¿Las otras chicas? ¿Eso que hice con ellas? Era sólo sexo. No quiero volver a tener sólo sexo otra vez. Quiero tener suerte contigo. Sólo contigo. En pocas palabras.

Busqué una respuesta.

—Voy a hacer una nota de ello —le dije. 
—Está bien, entonces. —Tomó el control remoto y encendió la película de nuevo, acomodándose como si nada hubiera pasado. Qué. Diablos.

Giré mi cabeza hacia la película, pero estaba aún más distraída. Se había plantado la semilla de esa idea en mi cabeza y ahora crecía como si alguien tuviera Miracle-Gro18 y lo rociara. Ese herbicida mental no iba a trabajar con ese idiota.

La siguiente hora fue una verdadera tortura. Una parte de mí se preguntaba si lo había hecho a propósito. Para burlarse de mí. Había hecho cosas así antes. Nuestras manos no se volvieron a chocar en el tazón de palomitas de maíz, y fingió como si fuéramos dos amigos viendo una película. Cuando todo terminó, y las palomitas de maíz se habían ido, esperé a que dijera algo.

 —¿Estás cansado? —le pregunté. No tenía por qué ser demasiado temprano, pero sabía que lo estaba.
—Sí, creo que deberíamos ir a la cama.

Fue un final muy decepcionante para nuestra cita. Se levantó y recogió los restos de nuestros bocadillos para la película, y los arrojó en el fregadero.

—Voy a lavarme los dientes —dijo, acercándose a mí alrededor.

Entré en la habitación y traté de controlarme.

No es bueno, no es bueno, no es bueno.

Tuve que poner un corcho en mis hormonas. Nunca había reaccionado así por nadie. Nunca un hombre había hecho que me sintiera como si estuviera en llamas. Pensaba que todos los que hablan acerca de eso eran sólo gente siendo melodramática. Supongo que no lo eran.

Regresó y sin otra mirada a mí, se quitó la camisa y se metió en la cama. Oh, eso fue todo.

—¿Qué diablos, viejo?
—¿Qué? —Se dio la vuelta, como si no tuviera ni idea de lo que hablaba.
—¿Estás bromeando? ¿En serio? ¿Toda esa charla sobre el deseo y los besos y todo y ahora vas a fingir como que no pasó? ¿Qué diablos te pasa?
—Simplemente pensé que había empujado demasiado hacia delante y que te había asustado. Sólo te daba espacio.
—Oh.
—Entonces, ¿cómo te sientes acerca de lo que dije?

Como si me escupieran, por un segundo no pude utilizar palabras reales. Así parece.

—¿Puedo tomar esto como una confirmación de que sí, esto es algo en lo que estás interesada? —Sus ojos verdes me rogaban que dijera que sí.
—No lo sé. ¿Quizás?
—No hay un talvez en esto, Missy. Sí o no.
—¿Puedo tener un poco de tiempo?
—Claro, señorita no hay ninguna fecha de caducidad en mi oferta. Si vienes a mí en sesenta años, voy a estar esperando con una botella de Viagra.

Qué asco.

—Gracias por esta noche. Lo pasé muy bien. —¿Cómo se supone que esto funciona? Quiero decir, por lo general cuando una cita termina, el chico deja a la chica y le diría buenas noches. Con nosotros, no había buenas noches. Nos veríamos cuando nos despertáramos.
—Bueno. Ese era el plan. —Me metí en la cama, tratando de no mirar su pecho.
—¿Puedo hacer algo más? —dijo.
—Sí, claro.
—¿Puedo darte un beso de buenas noches?
—Supongo que sí.
—Parecía que lo disfrutabas las dos últimas veces.
—Cállate. —Y bésame, no lo dije.

Se levantó de la cama y caminó lentamente a la mía. Me levanté y nos miramos el uno al otro para respirar un poco de tiempo. Se inclinó, y esperé este momento.

—Buenas noches, Lali.

Se inclinó y presionó el beso más dulce y breve en la historia del mundo. Trató de apartarse, pero mis labios y el resto de mí no se lo permitieron. Lo aparté por un segundo antes de cerrar la puerta a mi deseo y fuera capaz de desprenderme de él.

—Buenas noches, Peter. —De alguna manera me fui de nuevo a la cama. Se quedó allí un momento antes de suspirar e irse a su cama.
—¿Me amas? —susurró mientras tiraba su bóxer en el suelo.
—No.
—¿Me odias?
—No tanto como la conjugación de los verbos.
—Bueno.

Mi cuerpo vibraba de energía. No había manera de que fuera a dormir en este punto. Iba a ser una noche larga.

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