domingo, 16 de junio de 2013

Capitulo 12

12

Acuné mi cabeza contra su hombro, las manos rozando mis caderas, impulsándome más cerca hasta que no quedaba espacio entre nosotros. Sus labios siguieron moviéndose contra los míos, implacables y dulces, mi cabeza daba vueltas mientras barría su lengua en mi boca, su mano agarrando mi muslo, dibujándolo con el fin de que nuestras piernas quedaran juntas. Me apoyé en él y se quejó, una mano amasando mi cadera y la otra acariciando por debajo de mi suéter, con los dedos calientes extendidos a través de mi espalda.

Uno de mis brazos estaba aplastado entre nosotros, el otro lo puse en su pecho, tocando la abertura de su camisa de franela, deslizando los botones de los ojales, sintiendo la variación entre la superficie lisa de la franela y la textura desigual de la camisa de punto térmico debajo de ella. Una vez desabotonada la camisa, la moví a un lado y deslicé mi mano por debajo de ella, en su duro abdomen. Su respiración se cortó y me aparté para apoyarme en mi codo y mirarlo hacia abajo.
 
—Quiero ver tus tatuajes.

—Tú, ¿eh? —Sus ojos quemaron los míos. Cuando asentí, él retiró su mano de debajo de mi suéter y se sentó, doblando su ceja hacia mí, cuando veo hacia la camisa desabotonada. Mi cara se calentó y se rió entre dientes, quitándose la camisa y arrojándola a un lado.

Alcanzándose detrás del cuello, quitó la térmica blanca del modo que los chicos lo hacen —tirando hacia adelante sobre la parte posterior de la cabeza— despreocupado por el rímel arruinado, o que el colorete manche la tela. Dejó caer esta camisa, al revés, en la parte superior de la franela, y se recostó en el piso, ofreciéndose a sí mismo para mi inspección.

Su piel era suave y hermosa, su torso dividido con las definiciones de músculo y adornado por dos tatuajes que había visto en mi dormitorio —un diseño intrincado octagonal sobre su lado izquierdo, y cuatro líneas escritas sobre su derecho.

Había otro —una rosa sobre su corazón, los pétalos de color rojo oscuro, el tallo de color verde oscuro ligeramente curvada. En sus brazos eran en su mayoría diseños y dibujos, delgado y negro como el hierro forjado.

Pasé los dedos sobre cada uno de ellos, pero no se volvió y no podía leer el poema —como líneas que serpentean alrededor de su lado izquierdo. Se veía como un poema de amor, y estaba celosa de quienquiera que lo haya inspirado, el tipo de devoción que debió sentir para hacer aquellas palabras tan permanentes. Me pregunté si la rosa la representaba a ella también, pero no podía preguntar.

Cuando mis dedos se arrastraron bajo su abdomen hacia la línea de pelo debajo de su ombligo, él se sentó. —Tu turno, creo.

Confundida le dije: —No tengo tatuajes.

—Me lo imaginé —Se puso de pie y estiró una mano hacia mí—. ¿Te gustaría ver el dibujo ahora?
 
Me pedía que fuera a su dormitorio. Pensé que debería devolver con algo inteligente, como ¿Te debería llamar Peter o Juan en la cama? Pero no podría manejarlo. Me acerqué y tomé su mano, él me levantó sin esfuerzo. Sin soltarme la mano, se dirigió hacia el dormitorio y lo seguí.

La luz tenue de la habitación externa iluminaba los muebles y la pared al lado de su cama, donde al menos veinte o treinta dibujos estaban clavados. Encendió una lámpara y vi que toda la superficie de la pared estaba cubierta de corcho.

Me pregunté si él lo había instalado, o si estaba aquí, y cuando fue en busca de un lugar para vivir, supo de inmediato que este iba a ser suyo. Las dos paredes descorchadas fueron pintadas en marrón terroso, y su mobiliario estaba oscuro y no del típico chico-universitario —desde la cama de plataforma muy grande al escritorio sólido y el aparador.

Me moví en el estrecho espacio entre la cama y la pared de dibujos, buscando por mí misma, pero distrayéndome con los otros —dibujos de escenas conocidas como: el horizonte de la ciudad y desconocidas como: niños y ancianos, y una pareja de Francis en reposo.

—Son increíbles.

Vino a pararse junto a mí justo cuando mis ojos se encontraron con mi propio rostro entre los demás. Había optado por el carbón, uno de mí sobre mi espalda, mirando hacia él. Su colocación era baja sobre el lado derecho de la pared. Aparentemente, este espacio indicaría una menor importancia, pero era muy consciente en donde se encuentra con relación a su cama —justo enfrente de la almohada.

¿Quién no quisiera despertar con esto? Él había dicho.

Me senté en su cama, mirando fijamente, y se sentó también. Estaba repentinamente consciente de su pecho desnudo, y su declaración en la otra habitación: Tu turno, creo. En cuanto a él, vi que estaba mirándome. Había estado tan segura que este tipo del momento convocaría las memorias debilitantes de Benjamin —de su beso, de nuestros años juntos. Pero la verdad era, que no lo eché de menos. No podía sacar a relucir una sola punzada de dolor. Me pregunté si estaba anestesiada por el dolor de perderlo —lo cual sería preocupante— o si ya había llorado tanto y tan profundamente afligida en las últimas semanas que ya estaba sobre de ello. Sobre él.

Peter se inclinó hacia mí y la burbuja de Benjamin estalló por completo. Su aliento en mi oído, se pasó la lengua a lo largo del borde curvo, chupando el lóbulo carnudo y mi pequeño perno de diamante en su boca, y mis ojos fueron a la deriva cerrados mientras balbuceaba un débil sonido de deseo. Acariciando mi cuello, él rodó besos suaves por el costado, con la mano acercándose a la cuna del peso de mi cabeza, que había caído a un lado.

Su peso dejó la cama cuando él se arrodilló en el suelo y sacó las botas de mis pies antes de volver a su asiento y quitarse las suyas. Sus labios jugaron sobre los míos, y me atrajo hacia el centro de la cama, tendiéndome. Abrí los ojos cuando él se echó hacia atrás y me miró. —Dime que pare, cada vez que lo quieras. ¿Entiendes?
 
Asentí con la cabeza.

—¿Quieres parar ahora?

Mi cabeza se movió hacia adelante y hacia atrás en la almohada.—Gracias a Dios —dijo, con su boca regresando a la mía, su lengua hundiéndose en mi interior mientras yo clavaba mis dedos en sus brazos sólidos. Le acaricié su lengua con la mía, chupando hasta el fondo de mi boca, y él gemía, puse la distancia suficiente, para levantarme un poco y quitarme el suéter. Burlándose, puso la yema del dedo sobre la curva de mi pecho, él siguió el arco con sus labios.

Cuando me empujé contra su hombro se detuvo, sus ojos estaban desenfocados. Lo empujé sobre su espalda y me senté sobre él a horcajadas, sintiéndolo duro y listo, a través de nuestros pares de jeans. Sus manos se suavizaron hasta mi cintura y me jaló hacia abajo, y nos besamos profundamente mientras me mecía contra él.

Minutos más tarde, sacudió los ganchos libres en la parte posterior de mi sostén y tiró de las correas de mis brazos. No había salido por completo, antes de que se deslizara hacia arriba y tomara un pezón en su boca.

—Oh —jadeé, quedando floja en sus brazos.

Rodamos otra vez y yo estaba debajo de él, sus manos rastreándome y dando vueltas, seguido por su boca. Entonces él desabotonó mis vaqueros y tocó la cremallera y todo se estrelló alrededor de mí.

Arranqué mi boca de la suya. —Espera.

—¿Qué pare? —jadeó, mirándome.

Me mordí el labio y asentí.

—¿Dejo todo o solamente no voy más lejos?

—Sólo... sólo no vayas más lejos —le susurré.

—Hecho —Él me tomó en sus brazos y me besó, con una mano enredada en mi pelo y la otra acariciando mi espalda, nuestros corazones latiendo a una cadencia que el músico en mí tradujo como un concierto de lujuria.
***

Mantuve mis ojos abiertos en el viaje a casa. Echando un vistazo por encima del hombro de Peter, viendo el paisaje al pasar —y fue estimulante, no espantoso. Confiaba en él. Lo he hecho desde aquella primera noche cuando dejé que me llevara a casa.

Benjamin nunca se habría detenido así. No es que nunca me hubiera forzado o intentar acercarse. Cuando le pedí que parase, él se detuvo y se puso hacia atrás, una mano sobre su cara, calmándose y diciendo: —Dios Lali, vas a matarme —Después de eso, no hubo más actividad física; no más besos, no tocarnos. Y siempre me sentí culpable.

Pensé que la culpa se marcharía una vez que nosotros en realidad durmamos juntos, porque era raro cuando yo pediría un indulto del sexo, pero en todo caso, mi auto-reproche fue peor. Él se apartaba, de repente, como si le doliera. Era todo o nada. Él tomaría unas cuantas respiraciones profundas, jugaría a un juego, navegaría por un canal, o iríamos a comer algo. Y me sentiría como la peor novia del mundo.

Peter había continuado haciéndolo por otra hora.

Antes de que todo terminara, había deslizado su mano entre mis piernas, sobre mis jeans. —¿Esto esté bien? —preguntó, y en mi respuesta afirmativa sin aliento, él acarició sus dedos allí, besándome profundamente, y de algún modo me hizo venir a través de una capa de tela vaquera. Me quedé muy sorprendida y un poco avergonzada, pero una mirada a su rostro me dijo que él saboreó la respuesta de mi cuerpo, y su capacidad de provocarlo. Él no me dejaría devolver el favor.

—Déjame algo para esperar —Me había susurrado.

Ahora que me estaba dejando en el frente de mi edificio, completamente despierta del paseo frío, aunque él hubiera colocado mis manos bajo su chaqueta durante el paseo, para que no se estuvieran congelando.

Se puso el casco y los guantes a un lado y tiró de mí más cerca, con las manos debajo de mi chaqueta, por encima de mi jersey. —¿Te gustó el carbón?

Asentí con la cabeza. —Sí. Gracias por mostrarme tus dibujos… y el movimiento de defensa.

Descansando su frente en la mía, él cerró los ojos.

—Mmm-hmm. —Besó la punta de mi nariz, y luego movió sus labios a los míos.

Casi dolió besarlo, casi. Suspiré en su boca.

—Es mejor que entres antes de… —Él me besó de nuevo, más hambriento, y encogí mis manos entre nosotros contra su pecho duro.

—¿Antes de…?

El inhaló y exhaló por la nariz, su boca una línea apretada, con las manos agarrando mi cintura. —Sólo. Antes.

Le besé el borde de la mandíbula y se apartó.

—Buenas noches, Peter.

Se quedó apoyado en la Harley y me miró. —Buenas noches, Mariana.

Caminé por las escaleras de mi edificio, y no fue hasta que llegué a la puerta que levanté la mirada y vi a Benjamin de pie en un escalón arriba, sus ojos estrechados y curiosos chasqueaban entre Peter y yo. —Lali —Él me miró cuando me acerqué a su lado—. Vine aquí, pensando que podríamos hablar. Pero Cande me dijo que estabas fuera, y ¿no estaba seguro si regresarías? —Le había dejado una nota a Cande diciéndole dónde me encontraba. Ella debe haber disfrutado restregando mi noche de paseo en la cara de Benjamin. Él volvió a mirar a la acera, pero no me volví para ver si Peter seguía allí o ya se había ido.

—¿Por qué no me mandaste un mensaje? ¿O llamaste?

Se encogió de hombros, peinando el cabello de la frente hacia atrás conuna mano, y la otra metida en el bolsillo delantero de sus pantalones. —Yo estaba en el edificio.

Enfoqué mi cabeza. —¿Estabas en el edificio y pensaste en pasar por aquí y quedarte en mi habitación? —Había planeado estar sola en mi habitación, pero era inútil.

—No, por supuesto no asumí que estabas aquí. —Dio marcha atrás—. Tenía la esperanza de que fueras a estar allí —Miró hacia la acera otra vez—. Es… ¿Ese chico está esperando por ti o algo así?

Entonces me volví y vi a Peter, con los brazos cruzados sobre el pecho, todavía apoyado en su motocicleta. No podía distinguir sus rasgos faciales desde esta distancia, incluso con las luces de inundación que rodean la residencia. Sin embargo, su lenguaje corporal lo decía todo. Levanté una mano y lo saludé, para hacerle saber que no estaba siendo amenazada. —No, él solamente me dejaba.

Después de una sonrisa satisfecha de desdén en la dirección de Peter, Benjamin volvió sus ojos azules fuertes hacia mí. —A mí parecer, no entiende el concepto de “dejarte”, si me preguntan.

—Bueno, no te pregunté. ¿Qué quieres, Benjamin?

Algún chico que entró, gritó: —¡B-Amadeo! —Y Benjamin lo saludó con la barbilla levantada antes de contestarme.

—Te lo dije, quiero hablar.

Me crucé de brazos, comenzando a sentir el frío en el aire que no había sentido presionada a Peter. —¿Sobre qué? ¿No has dicho todo lo que hay que decir? ¿Quieres devaluarme más? Porque tengo que decirte, no soy realmente susceptible a ello.

Él suspiró, como si tolerará algún tipo de arrebato loco, una consecuencia familiar de mí ser inflexible —su palabra— que yo había visto muchas veces en los tres años pasados. Me había olvidado de esto hasta ahora, que lo vi otra vez.

—No hay necesidad de ser inflexible —dijo entonces, como si leyera mi mente.

—¿En serio? Creo que hay un montón de razones por mi falta de flexibilidad. O terquedad. U obstinación. O terquedad...

—Lo entiendo, Lali.

Mis manos se apretaron en puños en mi cadera. —Es Mariana.

Se acercó, sus ojos quemaban. Por una fracción de segundo, pensé que él estaba enojado —pero eso no era ira en sus ojos. Era deseo.

—Lo entiendo, Mariana. Te he hecho daño. Y me merezco todo lo que estás diciendo, y todo lo que sientes —Levantó su mano a mi cara y retrocedí un paso, fuera de su alcance, y mis pensamientos caóticos. Dejó caer la mano y añadió—: Te extraño.

27 comentarios :

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  3. maldito benjamin qe aparece ahoraaa!! tiene qe estar cn peteeer

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  4. me encanto :) que se joda benjamin ahora q la ve bien y con otro dice q la
    extraña :/ m...

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  5. subiras? que esta demasiado buena!!!!!!!!

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