sábado, 22 de junio de 2013

Capitulo 26

26

A mi espalda, con mi cabeza en un ángulo extraño contra la puerta del copiloto, tiro de mi brazo y trato sin éxito de mover las piernas.

—¡Aléjate! —grité las palabras, sabiendo que carecerían de sentido para él. Estaba estacionada en la calle, demasiado lejos para que nadie más me escuchara—. ¡Fuera de mi camioneta! —Había dejado caer las llaves en el suelo cuando me metió en el interior y busqué en el suelo con mi mano derecha, con la intención de utilizarlas como arma.

—No lo creo. —Me agarró la muñeca derecha y sacudió la cabeza como si pudiera leer mi mente—. No vas a ninguna parte hasta que terminemos de hablar. Tú y el cabrón mentiroso de tu amigo han arruinado mi maldita vida.

Y luego, oí la voz de Ralph en mi cabeza. Tu cuerpo ya es un arma. Sólo necesitas saber cómo usarlo. De repente, dejé de luchar e hice un balance: no podía golpear. Posiblemente podría liberar mis muñecas girándolas y sacudiéndolas hacia abajo, pero entonces, ¿qué? Él simplemente me agarraría de nuevo, me inmovilizaría más.

Necesitaba tenerlo más cerca, la última cosa que, naturalmente, buscaba. Aparté mis ojos.

—¡Escúchame cuando te hablo, maldita sea! —Agarró mi barbilla rudamente, sus dedos apretándome mientras se inclinaba sobre mí y me obligaba a hacerle frente.
  
Mano derecha libre.

Mientras empujé mi mano entre nosotros, agarrando y retorciendo sus bolas, tiré de ellas tan como pude, golpeé con mí frente su nariz con tanta fuerza como pude en una trayectoria recta ascendente

La noche en el estacionamiento de la fraternidad, todo había sucedido con tanta rapidez que conseguir orientarme era imposible hasta que todo había terminado. Esta vez, todo era en cámara lenta, así que por un increíblemente largo espacio de tiempo, estaba segura de que nada de lo que acababa de hacer había funcionado.

Y entonces, gritó, y su nariz empezó a sangrar. Nunca había visto tanta sangre tan cerca. Salía de él como si hubiera abierto un grifo al tope.
  
Mano izquierda libre.

Estaba inclinado hacia un lado. Aun tirando de sus bolas, levanté la rodilla izquierda y me giré hacia él, empujando su hombro con la mano izquierda. Cayó de costado en la estrecha grieta en la parte delantera de la banqueta de mi camioneta. La sensación subió sobre mis piernas, temblores sacudiendo a través de mí, mientras iba por la puerta, empujándola la abrí con tal violencia que casi rebotó todo el camino de regreso.

Justo antes de que despejara la puerta, su mano derecha salió disparada y me agarró de la muñeca, al igual que el-psicópata-no-del-todo-muerto en una película de terror. Giré y estrellé mi puño abajo en el punto sensible de la parte superior del antebrazo, a pocos centímetros por debajo de la curva de su brazo, y me soltó, gritando con rabia y tratando de obligarse a sí mismo a ponerse en una posición vertical.

No esperé a ver si tenía éxito. Salté de mi camioneta y salí corriendo.

Este habría sido el momento ideal para gritar, pero apenas podía jadear respiraciones. Oí sus pasos golpeando de manera desigual detrás de mí y me centré en la puerta de Peter en lo alto de esos pasos. Estaba en la mitad del camino de entrada, cuando Maxi se abalanzó por detrás y se agarró a mi pelo, tirando de mí dolorosamente. Grité mientras bajábamos, inmediatamente girando a mi lado como Peter me había enseñado, desprendiéndome de él.

De pronto, Peter estaba allí. Al igual que un ángel vengador oscuro, de un tirón lanzó a Maxi lejos de mí y luego se instaló entre nosotros. Me escabullí hacia atrás, como un cangrejo. Me dio una sola mirada, sus ojos sin color quemando en la penumbra proyectada por las luces en el lado de la casa, antes de volverse hacia Maxi, que había rodado sobre sus pies. Sangre cubría el espacio entre la nariz y la boca y se extendía sobre su barbilla, pero no había nada sobre él, aparte de eso.

Un segundo reflector en la esquina de la casa apareció iluminando la escena.

Jadeando, bajo la mirada hacia mí pecho y di un respingo. Mi camisa de color rosa y blanco estaba teñida de oscuro desde el escote hasta la parte superior de mi vientre. Debido a nuestras posiciones cuando había golpeado la nariz de Maxi, mi pecho había atrapado la mayor parte de la sangre que brotaba de su rostro.

Luché con la urgencia de romper la camisa en el patio delantero de los Vazquez.

Agazapándose, trató de rodear a Peter. En lugar de girar con él, Peter se movió hacia los lados, quedando de espaldas a mí, bloqueando el alcance de Maxi sobre mí.

La voz de Maxi fue un gruñido áspero. —Voy a reventarte ese labio de par en par, chico emo. No voy a joderla esta vez. Estoy sobrio como una piedra y voy a patearte el trasero antes de follar a tu pequeña zorra, una vez más.
  
Bastardo mentiroso.

Peter no lo apresuró, no respondió al principio, y luego oí su voz muy controlada. —Te equivocas, Maxi. —Nunca apartando los ojos de él, Peter desabrochó su chaqueta de cuero, se la sacó y la arrojó a un lado. Mientras empujaba las mangas largas oscuras de su camiseta por encima de los codos, noté que llevaba los pantalones vaqueros desgastados que se había puesto más temprano y las botas vaqueras tipo militares que agarraba cuando estaba en un apuro, porque no requería desperdiciar tiempo atando las agujetas que involucraban sus botas negras de combate.

Maxi lanzó un golpe amplio y Peter lo bloqueó. Volvió a intentarlo con el mismo resultado, y luego se precipitó a los lados de la cabeza de Peter en un asimiento. Un golpe en un riñón y un puñetazo en la oreja izquierda después, Maxi se tambaleó hacia un lado, señalándome con el dedo. —Perra. Crees que eres demasiado buena para mí, pero no eres más que una puta.

Peter lo alcanzó, permaneciendo entre nosotros. Cuando Maxi me señaló, Peter agarró su antebrazo y lo giró, desgarrando el brazo de Maxi en una dirección en que los brazos no están diseñados a ir antes de darle vuelta para ofrecerle un rápido gancho en la mandíbula. La cabeza de Maxi giró hasta quedar casi mirando hacia atrás sobre su hombro. Se dio la vuelta y Peter le arrojó otro golpe directo a los labios. Manteniendo su postura defensiva y ladeando la cabeza una vez para cada lado, la sonrisa fantasmal y amenazante que Peter adoptó no estaba cuando se volvió hacia mí.

Maxi rugió, se abalanzó hacia delante y cayó al suelo. En altura, estaban parejos. En peso, Maxi tenía una clara ventaja de quince o veinte kilos, cosa que usó para atacar a Peter, golpeándolo en el lado de la cabeza dos veces antes de que Peter lo retorciera, lanzando a Maxi sobre la parte superior de su cabeza. Dejándose caer sobre su espalda, Maxi sacudió la cabeza dos veces, como si estuviera tratando de aclararla.

Peter lo derribó, lo mantuvo abajo, y lo golpeó cuatro veces en rápida sucesión. El sonido me recordó a papá ablandando filetes, y me revolvió el estómago. La cara de Maxi se estaba volviendo rápidamente irreconocible, y aunque no podía sentir lástima por él, tenía miedo que Peter estuviera alcanzando lo que podría ser interpretado como fuerza mortal.

—¡Juan! ¡Alto!

El Dr. Vazquez estaba bajando por el camino de entrada.

Alejó a Peter de Maxi, que no se movía. Por una fracción de segundo, Peter se defendió, y tuve miedo que el Dr. Vazquez fuera atacado, pero había subestimado a mi profesor y su formación en las Fuerzas Especiales. Sus brazos formaron una banda alrededor del pecho y los brazos de Peter, le gritó—: Detente. Ella está a salvo. Está a salvo, hijo. —Cuando Peter se relajó, el Dr. Vazquez aflojó su abrazo.

Los ojos de Peter me encontraron al instante y se tambaleó en mi dirección. Las sirenas sonaron en la distancia, acercándose rápidamente. Los escuché bajando en el otro extremo de la calle al mismo tiempo que Peter se dejó caer sobre la hierba junto a mí. Estaba temblando violentamente, la adrenalina todavía bombeando a través de él sin tener adonde ir. Respirando con dificultad, me miró, levantando una mano con cautela, como si temiera que yo pudiera retroceder.

Mi mandíbula palpitaba, y deduje por su expresión que se debía ver mal. Sus dedos se deslizaron sobre ella y me estremecí. Lanzó su mano hacia atrás y me puse sobre mis rodillas.

—Por favor, tócame. Necesito que me toques.

No tuve que pedirlo dos veces. Sus brazos me rodearon, tirando de mí a su regazo y acunándome contra su pecho. —¿Su sangre? ¿De su nariz? —Empujó mi camisa fuera de mi pecho y se atascó, la sangre ya seca, hasta el sostén debajo y sobre mi piel.

Asentí, disgustada.

—Buena chica. —Sus brazos se deslizaron alrededor de mí otra vez—. Dios, eres tan jodidamente increíble.

Pensé en la sangre de Maxi en mi piel y tiré de la camisa mientras mi estómago se revolvía de nuevo. —La quiero fuera. La quiero fuera.

Tragó saliva. —Sí. Pronto. —Movió sus dedos suavemente sobre mi cara—. Lo siento mucho, Mariana. Jesucristo, no puedo creer que deje que te marcharas justo ahora —Se ahogó, su pecho subiendo y bajando—. Por favor, perdóname.

Mientras me acariciaba, giré mi cabeza debajo de su barbilla, doblándome contra él tan pequeña como podía. —Lo siento por verla de esa forma. No sabía...

—Shh, nena... ahora no. Sólo déjame abrazarte. —Me estrechó todavía más después de agarrar su chaqueta de la hierba cercana y cubriéndome con ella y dejamos de hablar.

Una ambulancia llegó y los paramédicos despertaron a Maxi, quien al menos no estaba muerto. Con brazos cruzados desapasionadamente, uno de los oficiales monitoreó su cuidado cuando fue trasladado en una camilla mientras su compañero consultó con el Dr. Vazquez sobre el altercado.

—Jua... Peter —llamó—. Tú y Mariana necesitan dar sus declaraciones, hijo. —Peter se puso de pie cuidadosamente tirando de mí con él, apoyándome completamente. El Dr. Vazquez puso una mano en su hombro—. Este joven es el hijo de mi mejor amigo. Él renta el apartamento sobre el garaje. —Nos dio una mirada extraña antes de continuar—. Como he dicho, ese tipo... —Señalando a Maxi, que estaba siendo cargado en la ambulancia—, tiene una orden de restricción dictada en su contra en nombre de esta joven, la cual violó al venir a la casa de su novio. —¡Ah! Ahí estaba la razón de esa mirada.

Los ojos de los oficiales se ampliaron cuando repararon en mi camisa ensangrentada. —Es su sangre —dije, señalando hacia la ambulancia.

Uno de ellos sonrió y se hizo eco de Peter. —Buena chica.

Me apoyé en Peter y apretó sus brazos alrededor de mí. Los oficiales, ya suavizados por el Dr. Vazquez, no podrían haber sido más simpáticos. Veinte minutos y todas nuestras declaraciones más tarde, ellos y Maxi habían desaparecido, Peter y yo estábamos recogiendo las cosas de mi camioneta y de la carretera después de haberle asegurado al Dr. Vazquez y su familia que nos curaríamos cualquier lesión el uno al otro.

Sin hablar, Peter me llevó por las escaleras a su apartamento y directamente al cuarto de baño. Él abrió la ducha y me levantó sobre el mostrador para quitarme mis botas y los calcetines. Sin detenerse, me quitó la camisa y el sujetador y los tiró a la basura. Su camisa, manchada con gotas de sangre de Maxi y suya, siguió.

De pie entre mis rodillas, volvió mi rostro hacia la luz e inspeccionó mi mandíbula. —Vas a tener moretones. Vamos a poner un poco de hielo para detener la hinAgusón, después de que te duches. —Su mandíbula se tensó—. ¿Te... pegó?

Negué con la cabeza, lo que la hizo palpitar un poco. —Simplemente me sujetó muy fuerte. Duele, pero a él debe dolerle más.

—¿Lo hace? —Cepilló mi cabello hacia atrás de mi rostro y me besó en la frente con tanta suavidad que no pude sentirlo—. Estoy tan orgulloso de ti. Quiero que me lo cuentes, cuando puedas... y cuando pueda pararme a escuchar. Todavía estoy muy enojado en este momento.

Asentí. —Está bien.

Pasó los dedos por la parte trasera de mi cuello. —Sabía que la había jodido. Estaba subiendo a mi motocicleta, yendo trás de ti, y luego tú estabas corriendo hacia el camino de entrada. —Su mandíbula se apretó y flexionó—. Cuando te abordó... quería matarlo. Creo que si Nico no me hubiera parado, lo habría matado.

No me moví en el mostrador hasta que se desnudó. Él me bajó, me quitó mis pantalones y la ropa interior, y me llevó a la ducha, donde lavó e inspeccionó cada parte de mí. Los dos estábamos golpeados y heridos en lugares inesperados, apenas podía levantar los brazos.

—Eso es normal —dijo, envolviendo una toalla alrededor de su cintura y doblando otra a mí alrededor—. Durante una pelea, no te das cuenta de todos los lugares que captan un golpe, aterrizajes equivocados o caídas sobre algo. La adrenalina amortigua de forma temporal.

Su pelo oscuro rozaba sus hombros, goteando líneas de agua por su espalda y pecho. Me senté a secarme el pelo y vi como riachuelos delgados serpenteaban sobre su piel tatuada, fluyendo sobre la rosa, cortando a través de las palabras escritas en su piel, moviéndose hacia la línea de vello en su abdomen antes de que finalmente mojaran la toalla.

Cerré los ojos. —La última vez que alguien secó mi cabello para mí estaba en sexto grado, cuando me rompí el brazo.

Levantó con suavidad cada hebra, presionando la toalla para absorber el agua sin enredarlo. —¿Cómo te lo rompiste?

Sonreí. —Me caí de un árbol.

Se echó a reír, y el sonido redujo el dolor de cada lugar dolorido en mi cuerpo, hasta el más tonto dolor. —¿Te caíste de un árbol?

Lo miré a los ojos. —Creo que había un niño y un desafío involucrados.

Sus ojos ardieron. —Ah. —Se acuclilló delante de mí—. Quédate aquí esta noche, Mariana. Necesito que te quedes aquí, por lo menos esta noche. Por favor. —Tomó una de mis manos entre las suyas, y puse la otra en su cara, preguntándome cómo sus ojos podían verse como hielo picado y aun así calentarme hasta lo más profundo.

Un moretón se estaba formando cerca de uno de sus ojos y su piel estaba raspada y separada arriba en el pómulo, pero su rostro estaba de otra manera ileso.

Sus siguientes palabras fueron un susurro. —Lo último que mi padre me dijo antes de irse, fue: "Tú eres el hombre de la casa mientras estoy fuera. Cuida de tu madre.” —Mis ojos se llenaron de lágrimas y lo mismo le pasó a los suyos. Tragó pesadamente—. No la protegí. No pude salvarla.

Tiré de su cabeza a mi corazón y crucé los brazos sobre él. De rodillas, sus brazos se deslizaron a mí alrededor mientras lloraba. Mientras le acariciaba el pelo y lo mantenía abrazado, sabía que esta noche había tocado una fibra sensible en el corazón de su dolor. Lo atormentado de Peter iba más allá del horror de esa noche hace ocho años. Lo que le obsesionaba era la culpa, sin embargo, terriblemente fuera de lugar.

Cuando se tranquilizó, dije—: Me quedaré esta noche. ¿Podrías hacer algo por mí, también?

Él luchó contra su instintiva desconfianza, lo había visto hacer esto antes, pero nunca desde tan corta distancia. Inhaló un suspiro entrecortado, apuntalando su valor. —Sí. Cualquier cosa que necesites. —Su voz era áspera y ronca. Cuando su lengua rodó sobre el anillo en su labio, lo deseé tanto que fue difícil desperdiciar el tiempo hablando.

—¿Vienes conmigo al concierto de Harrison mañana por la noche? Es mi favorito de octavo grado, y le prometí que iría.

Arqueó una ceja y parpadeó. —Um. Muy bien. ¿Eso es todo?

Asentí otra vez.

Él sacudió la cabeza y se levantó, probando su sonrisa fantasma en mí. — Voy a tomar un par de bolsas de hielo del congelador. ¿Por qué no te vas a la cama?

Me levanté, apoyando mi mano en su pecho y mirándolo. —¿Es eso un desafío?

Puso una mano sobre la mía y me atrajo más cerca con la otra. Inclinándose, me besó suavemente. —Definitivamente lo es. Aunque no está permitido rendirse.

28 comentarios :

  1. Mas mas mas mas, me encaanta!! Beso :)

    Ari

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  2. Buenisimo, sabia que la iba a salvar, me gusta que lali tenga quien l cuide, gracias por el capitulo

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