jueves, 20 de junio de 2013

Capitulo 22

22

Eres un buen cocinero —agarré los vasos vacíos y seguí a Peter hasta el fregadero. Enjuagó los restos de los platos y se giró para tomar los vasos que sostenía.

—La pasta es fácil. La versión universitaria de un buen partido es impresionar a tu cita con tus habilidades culinarias.

—Así que, ¿Esto es una cita? —Antes de que él pudiera retractarse, agregué—: Y tú hiciste el pesto desde cero, te observé. Eso es impresionante por sí solo. Además, nunca has vivido en un dormitorio, donde la única pasta que comes es de sopa instantánea, se compran dos sopas a precio de una y ocasionalmente, comida precocinada. Créeme, tus habilidades son bastante impresionantes.

Se echó a reír, dedicándome una sonrisa plena que adoré. —¿En serio?

Le devolví la sonrisa, pero se sintió falso, como si alguien más hubiera estirado las comisuras de mis labios para representar más felicidad de la que en realidad sentía. —En serio.

En cada minuto, he luchado con el creciente temor sobre lo que aprendí en Internet la noche anterior y lo del Dr. Vazquez horas antes. Peter ha atravesado un infierno y no lo comparte con nadie, por lo que sé. Dijo que había cosas que no sabía sobre él, que nunca sería capaz de revelar, y en lugar de respetar sus secretos, yo los descubrí. Quería ser alguien a quien permitiera entrar en su vida, pero mi interrupción fácilmente podría convertirse en una excusa para cerrarme la puerta.

—Supongo que arruinaría mi intachable reputación como chef si te dijera que tengo una caja de brownies como postre —su expresión era seria.

—¿Estás bromeando? —Rodé mis ojos—. Amo los brownies en cajas. ¿Cómo lo supiste?

Él trataba de mantener una actitud seria y falló. —Está llena de contradicciones, Srta. Esposito.

Lo miré y arqueé una ceja. —Soy una chica. Está en mi naturaleza, Sr. Lanzani.

Secó sus manos en un paño de cocina y lo arrojó sobre la mesa, tirando de mí hacia él. —Soy muy consciente del hecho de que eres una chica —sus dedos se entrelazaron con los míos y él atrapó mis dos manos detrás de mí, con suavidad, presionándolas en mi espalda baja. Mi respiración se aceleró junto con mi ritmo cardíaco mientras nos mirábamos el uno al otro.

—¿Cómo podrías deshacerte de esta prisión, Mariana? —sus brazos rodeándome y mi cuerpo inclinado hacia el suyo.

—No me gustaría salir de aquí —susurré—. No quiero.

—Pero si tuvieras que hacerlo. ¿Cómo lo harías?

Cerré mis ojos y visualicé. —Podría darte un rodillazo en la ingle. Pisar con fuerza tu empeine. —Abrí mis ojos y calculé nuestras diferencias de estatura—. Eres demasiado alto para darte un cabezazo, creo. A menos que salte, como nos enseñaron a hacer en el campo de fútbol.

Una de las esquinas de su boca se curvó. —Bien —se inclinó, nuestros labios separados por unos centímetros—. ¿Y si te beso y tú no quieres?

Quería con tantas ansias que lo hiciera, mi cabeza daba vueltas. —Y-yo te mordería.

—Oh, Dios —respiró, sus ojos cerrándose—. ¿Por qué eso suena tan bien?

Me incliné hacia él, parándome de puntillas tanto como pude, pero sus labios aún se encontraban fuera de mi alcance y mis brazos atrapados detrás de mí, no podía utilizarlos para tirar de él—. Bésame y averígualo.

Sus labios eran cálidos. Me besó con cuidado, mordisqueando y succionando mi labio inferior. Dibujé el borde de sus labios con la punta de mi lengua, hasta que llegué a su delgado anillo, gruñó y tiró de mí tan fuerte que apenas pude respirar. Mis manos fueron liberadas de repente y él tomó mis caderas, levantándome hasta el mostrador para que así nuestros ángulos se invirtieran.

Pasando mis dedos por su cabello, adentré mi lengua en su boca, con cautela, trazando sobre el duro paladar justo detrás de sus dientes mientras envolvía mis brazos y piernas alrededor de él. Succionó mi lengua dentro de su boca y jadeé. Nunca nadie me había besado así; nunca había sido besada así. Una mano detrás de mi cuello, dirigiéndome, la otra equilibrándome en el borde del mostrador, me incitaba a hacerlo nuevamente y cuando lo hice, él acarició mi lengua con la suya, sus dientes mordiendo mi labio inferior cuando me retiré.

—Santa mierda —Jadeé antes de que él volviera a introducir su lengua en mi boca, finalmente, mis manos se deslizaron por todas partes, queriendo tocarlo.

Apartándome del mostrador, me llevó a su habitación y caímos en su cama, mis piernas aun envueltas. Apoyado sobre mí, me besó profundamente, acariciando el interior de mi boca hasta que me retorcí debajo de él. Se detuvo, quitó mi suéter y desabroché su camisa. Dejándola colgar abierta, comenzó a desabrochar mis vaqueros, deteniéndose para escanear mi rostro.

—Sí —No hubo vacilación en mi voz.

Bajó la cremallera lentamente, observándome; sentí la presión de su deseo mientras estaba acostada, jadeando en voz baja, levanté mi mirada hacia él. Una mano en mi muslo y la otra todavía en la base de mi cremallera, murmuró: — No he intentado esto con nadie… importante, en mucho tiempo. Nunca lo había sentido.

Traté de frenar la muy evidente incredulidad en mi tono de voz. —¿No has tenido sexo antes?

Cerró sus ojos y suspiró, sus manos moviéndose para agarrar mi cintura desnuda. —Sí. Pero no con nadie que me importe o… conozca. Eso es todo —sus ojos se encontraron con los míos.

—¿Esa es toda la historia?

Sonrió tristemente, sus dedos bajando por mi cintura. —No es que hubiera cientos de chicas. Hubo muchas antes, en el instituto, no tantas desde que estoy aquí.

No sabía cómo responder a eso. No podía concentrarme en nada más que el tacto de sus dedos enganchados en la pretina de mis vaqueros.

—¿Peter? dije sí y lo dije en serio. Quiero esto, siempre y cuando tengas protección. Quiero hacer esto, contigo. Así que, está bien —balbuceaba preocupada de que esto terminara antes de comenzar. Exhalé un suspiro y hablé en un susurro—: Por favor, no me pidas decirte que te detengas.

Mirándome, se apartó y levanté mis caderas. Mis pantalones se deslizaron por mis piernas y los arrojó a un lado, se quitó la camisa y se deshizo de sus vaqueros. —Quiero que esto sea mejor que bien. Te mereces algo mejor que “bien” —Después tomó un condón de una caja en su buró y lanzó el pequeño cuadrado en la cama, se colocó entre mis piernas. Yo temblaba, no tenía ninguna experiencia en esto—. Estás temblando, Mariana. ¿Quieres…?

—No —puse mis dedos temblorosos en su boca—. Tengo un poco de frío—y estoy muy nerviosa.

Apartó la colcha debajo de mí y la levantó por encima de nosotros. Su peso se presionaba sobre mí, me besó profundamente antes de mirarme a los ojos, sus dedos deslizándose en mi rostro. —¿Mejor?

Tomé una respiración profunda, mis miedos se disolvieron con su toque, la anticipación creció más rápido, que lo ocurrido hace unos minutos en la cocina.

—Sí.

Mientras su pulgar acariciaba mi sien, las yemas de sus dedos se adentraban en mi cabello. Sus ojos eran tan pálidos de cerca que podía ver cada faceta fragmentada—. Sabes que puedes decirlo —su voz fue baja, suave—. No quiero presionarte.

—Bueno —respondí, levantando mi rostro para capturar sus labios, mis manos subiendo sobre los duros músculos de su espalda antes de enterrar mis uñas en el centro de sus omóplatos hasta regresar a sus caderas.

Su vacilación anterior desapareció, removió los últimos restos de tela que vestíamos, colocó el condón en su lugar, me besó con fiereza y se deslizó dentro de mí.

Si esto hubiera sido con Benjamin, habría terminado en un par de minutos.

Fue mi último pensamiento coherente, mientras Peter se tomaba su tiempo besando, tocando cada parte de mí que podía alcanzar y mi cuerpo se arqueó hacia el suyo, era oh… así que, así era como se debía sentir.

***

Nos encontrábamos cara a cara, acurrucadas bajos las sábanas, nuestros hombros sobresaliendo. Observé su mirada deslizarse por mi rostro, deteniéndose en cada rasgo como si estuviera memorizándolo: oído, mandíbula, boca… mentón, garganta, la curva de mis hombros.

Regresó su mirada a mis ojos, levantando su mano y trazando cada atributo individual, mientras observaba mi respuesta. Cuando sus dedos trazaron mis labios, frotó mi labio inferior, tragué y me concentré en respirar. Sus ojos se posaron allí y me miró por un largo rato antes de trazar mi cuello, acercándose a mí y besándome tan suavemente que fue difícil sentirlo, hasta que la delgada conexión me atrapó y me atravesó, curvando los dedos de mis pies como una corriente.

Suspiré y nuestras respiraciones se mezclaron. Apartando los cobertores hasta mi cintura, me indicó que me colocara sobre mi espalda para que su mano continuara su lectura. Mi piel expuesta debió haber sentido frío, pero estaba excitada bajo su examen. —Quiero dibujarte así —su voz fue tan suave como su toque, ahora bordeando a través de mi clavícula, de ida y vuelta, antes de moverse más abajo.

—¿Puedo asumir que no terminará en la pared?

Sonrió hacia mí. —Er, no, esto no terminara en la pared, por muy tentadora que sea la idea. He hecho algunos dibujos tuyos que no van a la pared.

—¿Los tienes?

—Mmm.

—¿Puedo verlos?

Se mordió el labio inferior, sus dedos trazando las curvas de mi pecho y luego bajando a cada costilla. —¿Ahora? —su cálida mano se curvó alrededor de mi cintura y tiró de mí más cerca.

Lo miré a los ojos mientras yacía sobre mí. —Quizás, dentro de un rato…

Se escabulló más abajo. —Bien, porque tengo un par de cosas que hacer primero.
***

Se puso sus bóxer negros antes de ir a la cocina. Escuché una puerta abrirse y cerrarse, su voz un murmullo mezclado con los insistentes maullidos de Francis. Regresó con un enorme vaso de leche y un plato de brownies.

Me entregó el plato, tomó un sobre de leche antes de colocar el vaso en el buró. Me senté con la sábana cubriendo mis pechos y lo observé moverse a través de la oscura habitación. Él encendió la luz del escritorio y tomó el cuaderno de dibujo. Apilados en una esquina del escritorio, había más cuadernos como el que sostenía.

En el centro de su espalda estaba una cruz de aspecto gótico, no era lo suficiente grande como para llegarse a ver por el cuello de una camisa. Había pequeñas letras unidas en secuencias que se unían en torno a la cruz, no podían ser leídas desde la distancia, al igual que el poema en su costado izquierdo. Su piel era más clara del lado de su hombro izquierdo. Girándose, me pilló estudiándolo —No pude apartar la Mirada, así que no escondí mi apreciación.

Caminó de regreso a la cama, quitó las almohadas y se colocó detrás de mí, sus piernas a ambos lados de mis caderas debajo de las sábanas. Mientras me recosté contra su pecho y mordisqueé el brownie, abrió su cuaderno de dibujo y hojeó las páginas, algunas contenían solo líneas, formas vagas y otros tenían retratos detallados de personas, objetos o escenas. Algunos estaban terminados y con fecha, pero la mayoría parcialmente completos.

Finalmente, abrió el primer dibujo mío, el cual debió haberlo hecho durante clases, cuando me senté al lado de Benjamin. Mi barbilla apoyada en mi mano, el codo en el escritorio. Tomé el cuaderno y navegué página tras página, lentamente, sorprendida de su habilidad. Dibujó dos viejos edificios de la universidad, un chico patinando en la calle, y un mendigo en las afueras del campus hablando con un par de estudiantes. Era una mezcla de ilustraciones y rostros.

Giré la página a otro dibujo mío, este era más de cerca los rasgos faciales y la forma de mi cabello. Garabateado en la esquina inferior estaba la fecha, dos o tres semanas antes de que Benjamin me botara.

—¿Te molesta… que estuviera observándote antes de que me conocieras?—su tono fue precavido.

Era imposible molestarme por algo en este justo momento, abrazada por él como lo estaba. Negué con la cabeza. —Sólo eras un observador y por alguna razón me encontraste como un tema interesante. Además, has dibujado a una gran cantidad de gente que no sabía que los observas tan de cerca, supongo.

Se rió y suspiró. —No sé si eso me hace sentir mejor o peor.

Inclinándome hacia un lado, apoyé mi cabeza contra su brazo tatuado, y lo miré. Aun agarrando la sábana en mi pecho con una tardía modestia, o inseguridad, vi su mirada ardiente deslizarse allí antes de subir a mi rostro. —No me molestó que no me dijeras que eras Juan. La única razón por la cual me enojé fue porque pensé que jugabas conmigo, pero era todo lo contrario a eso —dejé la sábana caer, y su mirada ardiente bajó a ese lugar. Levantando mis dedos, acaricié la suave piel de su mandíbula. Debió haberse afeitado justo antes de regresar—. Nunca podría tener miedo de ti.

Sin decir alguna palabra, tomó el plato de mi regazo y el cuaderno de mi mano antes de levantarme y girarme en su regazo. Sus brazos me rodearon, su boca se movió sobre mi pecho mientras mis manos se enredaban en su cabello. Ignoré el reproche en mi mente, el que insistía que estaba reteniendo información y aunque no temía de Peter directamente, temía de su rechazo si le decía lo que sabía y cómo lo supe.

Inhalando su ahora familiar aroma, deslicé mis dedos a través de las palabras y diseños de su piel mientras me besaba, desterrando muy lejos mi dolorosa punzada de conciencia.

22 comentarios :

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