viernes, 14 de junio de 2013

Capitulo 3

3

Obedientemente le envié un e-mail al tutor de economía cuando volví al dormitorio después de clase, y empecé mi tarea de historia del arte. Mientras estaba escribiendo un ensayo sobre un escultor neoclásico, mascullé un agradecimiento a mi neurótica interior por mantenerme al día en mis clases no economistas.

Con Cande en el trabajo, me pude concentrar en una tarde de estudio tranquilo. Aquí en nuestra microscópica habitación, ella no podía dejar de ser una distracción casi constante. La semana pasada, mientras intentaba estudiar para un examen de algebra, tuvo lugar la siguiente conversación:

—¡Tenía que tener esas zapatillas para mi trabajo, papi! —argumentó en su celular—. Dijiste que querías que aprendiese el valor de trabajar mientras estoy en la universidad, y siempre dices que una persona debería vestirse para el éxito, así que sólo estoy tratando de seguir tus sabias palabras.

Cuando me miró, rodé mis ojos. Mi compañera de habitación era camarera en un elegantísimo restaurante en el centro, una posición que usaba frecuentemente como excusa para sobrepasar su presupuesto en ropa. Unos zapatos de trescientos dólares, ¿esenciales para un trabajo que pagaba nueve dólares la hora? Ahogué una risa cuando me guiñó un ojo. Su padre siempre se derrumbaba, especialmente cuando ella usaba la palabra que empieza con P— papi.

No esperaba una respuesta rápida de Juan Lanzani. Como alumno de segundo ciclo, y tutor de una enorme clase como la del Dr. Vazquez, tenía que estar muy ocupado. También estaba segura de que no estaría muy entusiasmado por enseñar a una decepcionante estudiante de segundo año que se había saltado los exámenes de mitad de trimestre y dos semanas de clase, y que nunca había asistido a una de sus sesiones de tutoría. Estaba preparada para demostrarle que trabajaría duro para ponerme al día y que saldría de su cabeza tan pronto como fuera posible.

Quince minutos después de que le enviara el e-mail, mi bandeja de entrada sonó. Él había contestado, en el mismo tono formal que yo había elegido después de cambiar una y otra vez el nombre por el apellido y viceversa, al final decidiéndome por Sr. Lanzani.

“Srta. Esposito, 
El Dr. Vazquez me ha informado de su necesidad de ponerse al día en macroeconomía y el proyecto que usted necesita completar para remplazar el examen de mitad de trimestre. Puesto que le ha dado su consentimiento para hacer este trabajo, no hay necesidad de compartir conmigo la razón por la que ha quedado tan rezagada. Estoy contratado como tutor, así que esto entra dentro de la descripción de mi trabajo.
 
Podemos encontrarnos en el campus, preferentemente en la biblioteca, para hablar del proyecto. Es detallado, y requerirá una gran cantidad de investigación de su parte. He sido instruido por el Dr. Vazquez en cuanto al nivel de asistencia que debo proporcionar. Básicamente, él quiere ver lo que usted puede hacer sola. Estaré disponible para preguntas generales, por supuesto.
 
Mis sesiones de tutoría en grupo son los lunes, miércoles y jueves de 1:00 a 2:00, pero esos cubren la materia actual. Asumo que usted necesitará más asistencia por la materia que se perdió durante las dos pasadas semanas. Déjeme saber las horas en las que está usted disponible para encontrarnos en sesiones de tutoría individuales, y coordinaremos desde ahí.
JL.”

Apreté la mandíbula. Aunque era perfectamente educado, el tono de este e-mail apestaba a condescendencia… Hasta su firma al final del todo: JL ¿Estaba él siendo amistoso, o casual, o estaba ridiculizando mi intento de sonar como una estudiante seria y madura? Había aludido a la ruptura en mi e-mail, esperando que no quisiera o preguntaría los detalles. Ahora me sentía como si él no sólo había evitado saber lo detalles, sino que pensó mal de mí por dejar que una crisis amorosa afectara a mi vida académica.

Leí su email otra vez y me enfadé aún más. ¿Así que pensaba que yo era demasiado tonta para entender el material del curso sola?

“Sr. Lanzani,
No puedo asistir a sus sesiones porque tengo historia del arte los lunes y miércoles de 1:00 a 2:30, y enseño los jueves por la tarde en la escuela media. Vivo en el campus y estoy disponible para encontrarme con usted los lunes y los miércoles por la tarde, y casi todos los días al anochecer. También estoy libre los fines de semana cuando no estoy enseñando.

He empezado a leer el material del curso sobre el PIB, IPC, e inflación, y estoy trabajando en las preguntas de revisión que hay al final del capítulo 9. Si quiere reunirse conmigo para transmitirme los requisitos del proyecto, estoy segura de que puedo ponerme al día en el curso normal yo sola.
Mariana.”

Pulsé enviar y me sentí superior durante unos veinte segundos. En realidad, apenas había mirado el capítulo 9. Hasta ahora, parecía más una algarabía con signos de dólar y cambios confusos arrojados por diversión, que unos gráficos comprensibles de oferta y demanda. En cuanto el PIB y el IPC, sabía lo que esos acrónimos significaban… O algo así.

Oh, Dios. Había rechazado altivamente al tutor proporcionado por mi profesor —el profesor que no estaba obligado a darme una segunda oportunidad, pero que lo había hecho.

Cuando mi bandeja sonó otra vez, tragué saliva antes de abrirla. Había un nuevo mensaje de Juan Lanzani.

“Mariana,
Si prefieres ponerte al día por tu cuenta, es tu decisión, claro. Reuniré la información del proyecto y nos podemos reunir, digamos, ¿el miércoles justo después de las 2:00?
JL
PD: ¿Qué enseñas?”

Su respuesta no parecía enfadada. Era cortés. Simpático, incluso. Yo estaba tan sensible últimamente que no podía juzgar nada claramente.

“Juan,
Doy clases particulares a estudiantes de orquesta —en la escuela media y superior—, de contrabajo. Acabo de recordar que quedé en ayudar con el transporte de los instrumentos de dos de mis estudiantes a un programa, este miércoles por la tarde (conduzco una camioneta, para transportar mis propios instrumentos, y ahora me inundan constantemente con peticiones de transportar instrumentos musicales grandes, sofás, colchones…). 
¿Estás libre algún día al anochecer? ¿O el sábado?
ME”

Había tocado el contrabajo desde que tenía diez años. En cuarto curso, uno de los dos bajistas de la orquesta tuvo una pequeña colisión jugando al futbol el segundo fin de semana del curso, teniendo como resultado una clavícula rota. Nuestra profesora de orquesta, la Srta. Peabody, había mirado sobre el enorme mar de violinistas, buscando a alguien para que lo remplazara.

—¿Alguien? —chirrió.

Cuando nadie se ofreció voluntario, levanté la mano.
Incluso el instrumento de medio tamaño me empequeñecía en aquel entonces; necesitaba un peldaño para tocarlo, un hecho que había dado a mis compañeros de orquesta una diversión sin fin. Las burlas no pararon en la escuela.

—Cariño, ¿no es raro para una chica elegir ese instrumento? —preguntó mi madre. Todavía estaba enfadada porque yo había rechazado aprender a tocar el piano en lugar del violín. Ella estaba inmediatamente en desacuerdo con mi
nueva preferencia.

—Sí —la fulminé con la mirada y ella rodó los ojos. Mi madre nunca había perdido su desdén hacia el instrumento que amaba tocar por la manera en que unía y dirigía al resto de la orquesta. También me encantaba la incredulidad en las caras de los otros concursantes durante las competiciones regionales, su seguridad de que yo no era tan buena como ellos por mi género, y la manera en que les demostraba que yo era mejor.

Para cuando cumplí los quince años, había alcanzado mis 1,67 metros de altura y podía actuar con un instrumento que medía tres cuartos, sin necesidad de ajustar la altura, aunque era algo cercano.

Durante el pasado año, había dado clases a estudiantes locales —todos ellos chicos—cada uno, petulante e impertinente hasta que me escuchaban tocar.

“Mariana,
¿Contrabajo? Interesante.
Estoy ocupado al anochecer esta semana, y también la mayoría de los fines de semana. No quiero que pierdas tiempo en esto, así que te enviaré la información del proyecto esta noche, y podemos discutirlo por e-mail hasta que podamos sincronizar nuestros horarios. ¿Te parece bien?
JL
PD: Te tendré en cuenta si compro un aparato grande o necesito mudarme.”
 
“Juan
Gracias, sí, eso sería genial (me refiero a que me mandes la información, no a tu descarada resolución de usarme por la capacidad de mi coche. ¡No eres mejor que mis amigos! Ellos evitan los alquileres de U-Haul, los gastos de reparto, y me pagan con cervezas).
ME”
 
“Mariana,
Te mandaré los detalles específicos del proyecto cuando llegue a casa, y podremos discutir. El sistema de trueque es sólo la economía primitiva del trabajo, ya sabes. (¿Y eres suficientemente mayor para beber cerveza?)
JL”
 
“Juan,
Está lejos de mí hacer un uso efectivo de la economía prehistórica. Y supongo que los amigos que pagan con cerveza son mejores que los que no pagan de ninguna manera. (Respecto a mi edad—no creo que la calificación del trabajo de Tutor de economía te haga estar al tanto de ese tipo de información personal.)
ME”
 
“Mariana,
Touché. Sólo confiaré en que no hagas que me arresten por suministrar alcohol a menores.
Tienes razón—los estudiantes universitarios empobrecidos y carentes como yo deberían respetar los métodos de negociación de transporte probados y verdaderos.
JL”

Sonreí a su sincera admisión de no tener coche, mi cara cayó cuando lo comparé con el sentido de auto-importancia que tenía Benjamin de su coche. Justo antes de que nos graduáramos sus padres le dieron su Mustang a su hermano de dieciséis años, quien había destrozado su Jeep el fin de semana anterior. Como un regalo de graduación temprano, ellos sustituyeron el Mustang de Benjamin por un nuevo BMW—negro y elegante, con todas las mejoras disponibles, incluyendo asientos de cuero y un equipo de música que podías escuchar a una manzana de distancia.

Maldita sea. Tenía que dejar de vincular cada cosa que me pasaba con Benjamin. Entonces me di cuenta de que él todavía era mi defecto. Durante los tres últimos años, nos habíamos convertido en el hábito del otro. Y aunque él había separado su hábito de mí cuando se fue, yo no había separado mi hábito de él. Todavía lo estaba atando a mi presente, a mi futuro. La verdad era que ahora Benjamin pertenecía a mi pasado, y ya era hora de que empezara a aceptarlo, por mucho que doliera hacerlo.

***

Tan pronto como llegamos al campus el primer año, Benjamin se había comprometido con la fraternidad de su padre. A pesar de la necesidad de mi novio de una elitista afiliación, yo nunca había compartido esa aspiración. A él no pareció importarle cuando le dije que prefería no meterme en ninguna hermandad, siempre que yo apoyara su necesidad de pertenecer a una para su futuro político. Una vez me dijo que de alguna manera le gustaba que yo fuese una novia MI.

—¿Una MI? ¿Qué es eso?

Él se rió y dijo: —Significa que eres malditamente independiente.

Cuando se marchó de mi habitación hacía ya casi tres semanas, no se me había ocurrido que se estaba llevando con él mi círculo social cuidadosamente cultivado. Sin mi relación con Benjamin, no tenía invitación automática a las fiestas o eventos de la fraternidad, aunque Agus y Cande podrían invitarme a algunas porque entraba dentro de la lista de cosas aceptables que llevar a cualquier fiesta: alcohol y chicas.

Impresionante. Había pasado de ser una novia independiente a una parafernalia de fiesta.

Pasar al lado de grupos de mis antiguos amigos era incómodo en el mejor de los casos. Justo fuera de la biblioteca principal, mesas de chicos de fraternidad vendían café, jugo y pasteles todas las mañanas durante una semana para ganar dinero como entrenamiento de liderazgo. Armados con barbacoas portátiles, los Tri-Delt acamparon en tiendas sobre el césped para mostrar la situación de los sin-techo (le sugerí a Enrique que la mayoría de los sin techo no tendrían barbacoas Coleman portátiles y equipos de camping REI, y él resopló y dijo: —Sí, ya lo dije. Mi aviso cayó en oídos sordos).

No podía dejar mi dormitorio y caminar en cualquier dirección sin pasar al lado de personas con quienes yo había tenido relaciones sin complicaciones tan sólo unos días antes. Ahora, sus ojos se deslizaban a otro lado cuando caminaba junto a ellos, aunque algunos todavía sonreían o saludaban antes de pretender estar metidos en una conversación con cualquier otra persona. Unos pocos me decían “Hola, Lali”. No les dije que ya no usaba ese nombre.

Al principio, Cande insistió en que los desaires estaban en mi cabeza, pero después de dos semanas, ella de mala gana estuvo de acuerdo.

—La gente siente que necesita elegir bandos cuando una relación termina, es la naturaleza humana—dijo, sus clases de psicología entrando en acción—. Aun así, cobardes.

Aprecié que ignorase su desinteresado análisis para apoyarme.

No me sorprendió que prácticamente todos eligieran a Benjamin. Era uno de ellos, después de todo. Él era futuro líder extrovertido y encantador. Yo era la novia tranquila y linda, pero algo extraña… Después de la ruptura, me convertí en sólo una estudiante no hermanada—para todos, excepto para Cande.

El martes, pasamos a la pareja real del campus. Katie era la presidenta de la hermandad de Cande y D.J. era el vicepresidente de la fraternidad de Benjamin.

—¡Hola, Cande! Magnífico conjunto —dijo Katie, como si yo no estuviera allí. D.J. levantó la cabeza y le sonrió a Cande, sus ojos se posaron en mí, pero no reconoció mi existencia más de lo que su novia lo había hecho.
—¡Gracias! —dijo Cande— Gilipollas —murmuró justo después, enlazando su brazo con el mío.

Cuando me mudé a mi dormitorio hacía ya un año, estuve horrorizada al descubrir que tenía una compañera de habitación que encarnaba el estereotipo de chica de hermandad. Cande ya había reclamado la cama que estaba más cerca de la ventana. Encima de la cabecera había pegado los pompones azules y dorados de la escuela a un recorte enorme que decía “CANDE” que estaba recubierto con purpurina dorada. Alrededor de las letras gigantes había carteles cubiertos de fotos de eventos y bienvenidas, de animadoras con corpulentos jugadores de futbol.

Mientras estaba parada mirando con la boca abierta a su reflectante lado de nuestra pequeña habitación, ella apareció a través de la puerta.

—Oh ¡Hola! ¡Tú debes de ser Mariana! ¡Soy Cande!

Diplomáticamente, no expresé el comentario de ninguna mierda de las que se me vinieron a la cabeza.

—Como no estabas aquí, elegí la cama, ¡espero que no te importe! Casi he terminado de desempacar, así que puedo ayudarte.

Vistiendo una camiseta de la universidad,que combinaba casi exactamente con su cabello cobrizo sin peinar, tomó mi bolsa más pesada y la balanceó sobre la cama.

—He puesto una pizarra en la puerta para que podamos dejarnos mensajes la una a la otra. Fue idea de mi madre, realmente, pero pareció una sugerencia útil, ¿no crees?

Parpadeé hacia ella, murmurando “Uh-huh”, mientras ella abría mi bolsa y empezaba a sacar las pertenencias que había traído de casa. Tenía que haber algún error. Había llenado una larga hoja de preferencias de atributos de compañera de habitación, y esta chica parecía que no tenía ninguna de esas deseadas cualidades. Yo básicamente había descrito: un ratón de biblioteca silenciosa y estudiosa que se fuera a la cama a una hora decente. Una no-fiestera que no trajera un desfile de chicos a nuestra habitación, o la convirtiera en la sede de planta de la cerveza pong.

—Es Lali, en realidad —le dije.
—Lali ¡muy lindo! Aunque tengo que admitir que me gusta Mariana. Tan elegante. Tienes suerte, ¡puedes elegir! Yo de alguna manera estoy atascada con Cande. Es bueno que me guste, ¿eh? Bien, Lali, ¿dónde deberíamos colgar este cartel de… qué es esto?

Miré al cartel que sostenía, el retrato de uno de mis cantantes favoritos, quien también tocaba el contrabajo.

—Esperanza Spalding
—Nunca he oído nada de ella. ¡Pero es linda! —Había cogido un puñado de tachuelas y saltó sobre mi cama para presionarlo contra la pared—. ¿Qué tal aquí?

Cande y yo habíamos recorrido un largo camino en quince meses.

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