martes, 20 de agosto de 2013

Capitulo 8

Peter

Algo Perdido

―Dámelo ―dice Belen.

―No lo creo.

―¡Dame mi lapicero!

―¡Shhhh! ―susurra una chica en la otra mesa.

―Los siento ―digo. La chica tiene razón. Es una librería.

Belen avanza hacia mí sobre el sofá en el que hemos estado las dos últimas horas.

―Dame ―susurra―, mi… lapicero…

―No… lo… creo…

―Vas a caer, Peter.

Varias imágenes en rayos X de Belen pasan por mi mente. No es la primera vez. La he imaginado de esa manera.
 
Cuando me di cuenta que estaba coqueteando conmigo en Economía, no estaba seguro de qué pensar. Noté pequeñeces al principio. Cosas como que siempre no encontrábamos en el comedor a la hora del almuerzo. O como nos deteníamos en mi cuarto para saludarnos un par de veces, aun cuando ella ni siquiera vive en mi dormitorio. O como cocina galletas para mi sin razón alguna.
 
Belen es cálida y bonita y divertida. Entiende de donde vengo. He escuchado que es como las mentes se encuentran una a la otra en la universidad. Ella es prácticamente la única persona que he conocido aquí que no tiene un fondo fiduciario. Ambos tenemos ayuda financiera. Incluso trabaja y estudia. Yo lo hubiera conseguido si el ingreso de papá no hubieran sido treinta y ocho dólares por encima del punto límite.
 
Cuando estoy con Belen, me puedo relajar. No me hace sentir tenso como lo hacen el resto de estas chicas Penn. Me hace creer que podría dejar entrar a alguien de nuevo. Así que empezamos a salir.
 
Pero lo que tenemos no le llega a la magia que sentí con Lali. Cuando tienes una fuerte conexion con alguien instantáneamente, cuando se siente como si la hubieras conocido de toda la vida incluso aunque apenas si acaban de conocer, la intensidad es innegable. Así es como fue con Lali. Innegable. Belen obviamente cree que las cosas son serias entre nosotros dos. Ha sido tan dulce que odio decepcionarla. Si no podía ir con Lali, no hay manera de dejar a Belen a la altura de una posibilidad.
 
Belen se sienta en mi regazo y alcanza el lapicero que estoy sosteniendo.
 
―¿De verdad quiere meterte en problemas? ―ronronea―. Wharton está pensando en escaparse de la biblioteca.
 
Le doy a Belen su lapicero. Después me levanto para estirarme. Al pasar por una ventana, me doy cuenta que está nevando. Una chica en una mesa me recuerda a Lali. En verdad no se parecen. Es algo en la manera en que es, la manera en que inclina su cabeza para leer, como está sentada con una pierna arriba en su silla.
 
Y estoy de nuevo ahí. Directo al último verano en la playa. Besando. Lali.
 
Tengo que encontrarla. Debe haber una manera de hacerlo.
 
Más tarde, cuando estoy solo en mi cuarto, empiezo a trabajar en la mezcla para Lali. Sé que suena loco, pero parece que hacer esta mezcla aumentará las posibilidades de encontrarla. Esta repentina necesidad de hallarla me golpea tan fuerte que parece noquear la parte lógica de mi cerebro.
 
Papá llama mientras estoy trabajando en la mezcla.
 
―¿Cómo está la escuela?
 
―Lo mismo de siempre. Este tipo de mi clase de administración tuvo un ataque de nervios hoy. Fue entretenido.
 
―Suena como un buen rato.
 
―¡No subestimes la presión de ser un Administrador! ―Papá se queda en silencio.―¿Sigues ahí? ―compruebo―. No suenas feliz. ¿Lo estás?

―Honestamente, he estado mejor.
 
Papá suena cansado. Tal vez está lamentando su decisión de dejar a mamá. Tal vez por fin se dio cuenta de que no puede ser feliz sin ella.
 
―Las cosas no están resultando como esperaba ―admite.
 
Ahí está. Sabe que cometió un error. Quiero volver con mamá.
 
Alguien toca la puerta.
 
―Está abierta ―grito.
 
Belen entra. Es obvio que se está congelando. Su nariz esta roja y tiene dos bufandas alrededor de su cuello.
 
―¿Quién es?
 
―Es Belen.
 
―Te dejo ir entonces.
 
―No, está bien.
 
―Nunca hagas esperar a una chica bonita, Peter. Saluda a Belen de mi parte.
 
―Lo haré. ―Cuelgo―. Mi padre te manda saludos.
 
―¿Cómo le está yendo?
 
―Se está dando cuenta de sus errores.
 
―¿A qué te refieres?
 
―Creo que quiere volver de nuevo con mamá.
 
Belen chilla. Lanza sus brazos a mí alrededor, saltando de arriba a abajo.
 
―¡Es genial! ¿Ya le dijo a tu mamá?
 
―No lo creo. ―Espero que hable pronto con mamá. Ha sido miserable desde que papá la dejo. He estado preocupado por ella. Va a estar emocionada de escuchar que está arrepentido. Entiendo muy bien que quiera buscar su libertad. Pero no cuando eres un hombre de mediana edad casado. No cuando has hallado a una persona. Mamá es la persona de papá. De todas las historias que han contado sobre sus años juntos, es claro que ella siempre lo ha sido.
 
―Tenemos que celebrar ―dice Belen.

Es genial cuando Belen se emociona por mi vida. Me hace sentir que cuando me ocurren cosas buenas, están ocurriéndole a ella, también. Lo cual es reconfortante para un fenómeno neurótico como yo. Estar con Belen también equilibra las cosas con Agustin. Por difícil de creer que sea, Agustin tiene novia. Se llama Daniela. Daki no es repugnante en absoluto. Es realmente agradable. Lo que ve en Agustin está más allá de mí.
 
Los cuatro vamos a Diner en la plaza para cenar. Belen, Daki y yo estamos abrigados con nuestra ropa de invierno para la caminata hasta el centro de la ciudad. Agustin tiene puesta la misma chaqueta que ha usado desde el otoño. Ni siquiera lleva un gorro.
 
―¿No tienes frío? ―le pregunta Belen.
 
―Me niego a adherirme al frío ―afirma Agustin.
 
―¿Qué significa eso? ―pregunto.
 
―El frío es un estado de ánimo. Si cedes al frío, éste ganará. Pero si aceptas que tienes control sobre tu percepción del frío, puedes cambiar tu estado emocional.
 
―¿No es el frío, como, una temperatura? ―dice Daki.
 
―Sólo porque lo clasificamos como tal.
 
―Um, nueve grados bajo cero es frío queramos o no creerlo. ¿En serio estás tratando de decirnos que tienes calor?
 
―No calor. Simplemente no cedo al frío.
 
―¿Entonces por qué están tus orejas rojas?
 
Agustin se burla.
 
―No tenemos control sobre todas nuestras respuestas físicas a los estímulos externos. Solo podemos controlar nuestras reacciones internas.
 
―Estoy bastante segura de que todavía pensaría que hace frío si no estuviera usando mi gorro y abrigo y todo.
 
―¿Por qué no te los quitas y compruebas?
 
―¡De ninguna manera! ¡Hace un frío horrible!
 
―Sólo porque estás permitiéndote ser influenciada por tu entorno.
 
―¿Quieres decir que el entorno está muy frío?
 
―Tal vez verías mi punto si fueras más abierta.

―¡Tal vez admitirías que tienes frío si fueras menos odioso!
 
Belen y yo nos quedamos atrás cuando el último Debate Agustin versus Daki continúa.
 
―¿Por qué él es así? ―murmura Belen.
 
―Desearía saberlo.
 
Agustin no era tan malo cuando empezaron a salir. Probablemente se sintió aliviado de encontrar a una chica a la que podía tolerar en nuestra sociedad podrida. Sin embargo, las últimas semanas han sido una locura. Agustin tiene que atacar todo lo que Daki dice. Siente la necesidad de corregirla en las formas más insultantes. Daki no debe ser tratada de esta manera. Nadie debe. Pasar el rato con ellos se ha vuelto terriblemente incómodo.
 
El viento golpea mi cara cuando cruzamos el puente. Cuando llegamos a las escaleras que bajan desde el puente a una de las calles residenciales, se las señalo a Belen. Esa es la zona en la que quiero vivir cuando consiga mi propio lugar en tercer año. Preferiblemente en la calle Pine de los años veinte cerca de esa vieja fuente de sodas. Es una calle muy tranquila, pero está solo a pocas cuadras de la acción de la Plaza Rittenhouse.
 
Seguimos a Agustin y Daki dentro del Diner en la plaza. Daki mira a Agustin cuando nos deslizamos en una cabina.
 
―¿Quién tendrá desayuno para la cena? ―dice Belen.
 
―Seguro ―digo.
 
Agustin pone su menú en la mesa. Mira de reojo a Daki.
 
―¿Cómo puedes creer que hay una vida idílica después de la muerte arriba de las nubes?
 
―¿Puedes dejar de faltarle el respeto a mi religión? ―contraataca Daki―. Eso es lo que aprendí mientras crecía.
 
―¿No aprendiste sobre las capas atmosféricas?
 
No tengo idea de cómo su discusión cambio de la definición del frío a lo que sucede después de morir. Qué lástima que su discusión no acabara antes de llegar aquí.
 
Belen y yo nos escondemos detrás de nuestros grandes menús. Sus ojos ensanchados están como: ¿En serio con esto?
 
―El concepto de una vida después de la muerte es absurdo ―argumenta Agustin.
 
―Nuestras almas son energía ―dice Daki―. Esa energía tiene que ir a alguna parte.
 
―Sin embargo, no crees en la reencarnación.

―Porque creo en el cielo y el infierno.
 
―¿Y dónde está el infierno, exactamente? ¿En la astenosfera? ¿El núcleo externo?
 
Le lanzo una mirada de advertencia a Agustin para que se calle. Permanece inconsciente de ello.
 
―Estoy pensando en panqueques ―anuncia Belen.
 
―¿De arándanos? ―pregunto.
 
―Por supuesto.
 
Daki se vuelve hacia Agustin.
 
―Si estás tan seguro de que no hay vida después de la muerte, ¿por qué no es un hecho conocido?
 
―La mayoría de la gente no es lo suficientemente inteligente como para hacer frente a la verdad. Creer en una vida después de la muerte es su respuesta al miedo. Sus creencias anticuadas les dan algo a lo qué aferrarse.
 
―¿Estás diciendo que soy estúpida por no estar de acuerdo contigo?
 
―Digamos que la gente que sigue ciegamente una religión organizada no es conocida por ser particularmente inteligente.
 
―Amigo ―digo―. Nadie sabe lo que pasa después de morir. Todo es una cuestión de opinión.
 
―Ah, pero hay tal cosa como una opinión estúpida ―dice Agustin.
 
―Sip… ya he terminado. ―Daki se desliza fuera de la cabina y agarra su abrigo del perchero.
 
―Me voy con ella ―me dice Belen―. ¿Me llamas más tarde?
 
―Está bien.
 
Y entonces solo somos yo y mi compañero de habitación imbécil. Y panqueques de arándanos.

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