jueves, 21 de marzo de 2013

Capitulo 27

Capitulo 27

Esa noche fue terrible. Me fui a la cama aterrorizada de los zombies, e incluso cuando me dormí, me puse a soñar con mi padre. No había soñado con él desde hace más de cinco meses. Los últimos sueños que tuve fueron de cuando Cande y Rochi se quedaron por el cumpleaños de Rochi. Como las chicas estaban acá, Peter tuvo que permanecer lejos, y había despertado a toda la casa con mis gritos.
Mi sueño esta noche era malo. Nico tenía once años y yo nueve. Estábamos jugando en el patio para salir de la casa porque mi padre quería para ver algunos partidos de fútbol en el televisor. Había estado bebiendo toda la tarde lo que lo hacía aún más temperamental. Nico y yo estábamos jugando con su nueva pelota de fútbol que él había conseguido para su cumpleaños un par de semanas antes. Se suponía que no podíamos jugar con ella en el patio, sólo en el parque, pero Nico quería mostrarme un nuevo truco que había aprendido.
Le estaba dando rodillazos a la pelota para mantenerla en el aire; yo me estaba riendo y contando las veces que él podía hacerlo, estando toda orgullosa de mi hermano mayor. Él perdió el control de la misma, y en lugar de dejarla caer en el piso, trató de salvarla a patadas. La pelota voló por el aire y golpeó la ventana. Por suerte, no se rompió, pero sí hizo un gran estruendo. Los dos nos dimos vuelta y miramos a la puerta, esperando.
Unos diez segundos después, se abrió la puerta y mi padre nos hizo señas para que entremos

—Trae la pelota —dijo entre dientes. Su rostro estaba criminalmente enojado, haciéndome congelarme. Nico me agarró la mano y me obligó a ponerme atrás de él mientras entrábamos, agarrando la pelota con la otra mano.
Mi padre cerró la puerta fuertemente, haciéndome saltar y llorar. Nico agarró mi mano más apretada.
—¿Quién pateó la pelota? —preguntó mi padre desagradablemente.
—Yo lo hice. Lo siento, papá. Fue un accidente —susurró Nico, mirándolo en tono de disculpa.
Mi padre tomó la pelota en sus manos y la puso sobre el mostrador, y luego golpeó a Nico con tanta fuerza en el estómago que él realmente se despegó del piso ligeramente. Puse mis manos sobre mi boca para ahogar el grito que amenazaba con salir de mí. Levantó el puño le golpeó de nuevo, así que le agarre la mano para detenerlo. Se dio vuelta hacia mí y me golpeó duro, enviándome volando hacia la pared, golpeando mi cabeza. Podía sentir que algo corría por el costado de mi cara; mi visión era un poco borrosa.
Se dio vuelta de nuevo hacia Nico, golpeándolo de nuevo. No sólo lo hizo una vez, él lo golpeó una y otra vez, en el estómago y los muslos hasta que Nico estaba llorando en el piso. Le estaba rogando que se detuviera. Él me agarró del brazo y me tiró hacia arriba, agarrando un cuchillo de la encimera. No podía respirar. Nico le gritó que me dejara en paz y se levantó del suelo, el dolor por la paliza que acababa de recibir se extendía por su cara.
Mi padre le dio un puñetazo en la mandíbula, enviándolo al piso otra vez.
—Está bien. Córtame, hazlo. ¡Solo por favor, no golpees más a Nico, por favor! — supliqué, llorando y mirando a mi padre suplicante.
Sorprendentemente, puso el cuchillo en mi mano. Tuve el impulso de apuñalarlo con él, pero me tenía agarrada mi muñeca, así que no podía. Agarró la pelota de Nico del mostrador y la sostuvo quieta.

—Explótala —ordenó. Negué con la cabeza rápidamente. A Nico le encantaba esa pelota, era su regalo de cumpleaños de mí parte, había ahorrado mi asignación de dos meses para comprarlo para él —. Explótala repetía con su voz fría. Podía oler el alcohol en su aliento, ya que soplaba a través de mi cara; el olor me revolvió el estómago.
Él agarró mi muñeca y me hizo meter el cuchillo profundamente en la pelota de cuero. Lloré. Él me soltó mi mano, tomando el cuchillo y tirándolo rudamente en el fregadero antes de marcharse a la sala de estar para ver el resto de su partido como si nada hubiera pasado. Miré a Nico; él estaba sentado en el piso casi sin poder respirar. Se veía horrible.
Corrí hacia él y se sentó, tomando una toalla de cocina y presionándola en mi cabeza donde me había golpeado, mordiéndose los labios para detener su llanto.
—La, lo siento mucho. ¿Estás bien? —graznó, su voz apenas un susurro. El estúpido chico estaba luchando por respirar ¿y me estaba preguntando si yo estaba bien? ¡Por Dios, realmente tenía el mejor hermano del mundo!

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