Capitulo 39

6 semanas para el cumpleaños de Lali...

Tenía una sensación de malestar en la boca del estómago al día siguiente. El tipo de malestar que hace que tus manos tiemblen y sentir ganas de vomitar. Algo se sentía mal.

Fui a la escuela como normalmente lo habría hecho. Los ojos me seguían como si fuera una especie de criminal, los susurros escapaban mientras caminaba. A pesar de sus mejores esfuerzos, mis profesores me miraban de manera diferente.

Pero lo que más me asustaba, era la mirada de suficiencia que Paula me dio en el almuerzo.

Después de la escuela, me dirigí a la casa rodante. Esa sensación de malestar burbujeaba en mi estómago y casi me da un ataque de pánico cuando vi dos coches aparcados junto a la pequeña cabina. Uno de ellos era un coche de policía.

Aparqué y corrí a la casa.

¡Lali!

La puerta de la casa estaba abierta y pude ver a dos hombres moviéndose en el interior. Vi al Sr. Talarico reunir las cosas de Lali, y al policía llenar algún tipo de formulario.

Tan pronto como Lali me vio, se me acercó desde el asiento del comedor, echándome los brazos al cuello.

—Dicen que tengo que ir, Peter. —Inmediatamente comenzó a sollozar—. No sé cómo me encontraron, pero llegaron hace una hora y me van a llevar. No me quiero ir, Peter, no quiero ir.

Pasó una mano por su cabello, mis ojos se encontraron con el Sr. Talarico, quien se detuvo y me miró. Tenía una sonrisa satisfactoria en su rostro, que prácticamente gritaba te lo dije.

En cuanto al oficial, busqué en su rostro cualquier rastro de simpatía.

—Lo siento, Peter —dijo. Estaba agradecido de que no fuera Blizen. Por desgracia, no era Bennett, que habría tenido un poco más de comprensión—. Aún es menor de edad, tiene que ir.

Lali no paraba de murmurar—: No quiero ir, no quiero ir. —Una y otra vez en mi cuello.

Quería causar estragos. Golpear al Sr. Talarico. Meter a Lali en mi coche y manejar lejos de todo esto. Volver el tiempo atrás doce horas para poder ocultarla mejor. Si sólo nos hubiéramos mudado de la casa rodante ayer.

Pero lo único que podía hacer era sostener a Lali y ver como su padre recogía sus cosas y las llevaba a su coche.

Si todavía fuera capaz de hablar, toda esta escena sería muy diferente. Hubiera estado gritando, gritando, luchando contra el Sr. Talarico y el oficial con todo lo que tenía dentro.

Me sentía débil por no ser capaz de luchar por ella.

Se sentía como si estuviera cada vez menos y menos firme en mis brazos.

—Es hora de irse —dijo finalmente el Sr. Talarico, respaldado por el oficial de policía.

Lali puso sus manos a ambos lados de mi cara, sus ojos fijos en los míos. —Voy a estar de vuelta —dijo, con la voz temblorosa—, tan pronto como tenga dieciocho años. Volveré apenas los cumpla. Son sólo unas pocas semanas.

Esas pocas semanas se sentirían como una eternidad.

Te amo, pensé por millonésima vez.

Lali apretó sus labios en los míos, con lágrimas rodando por sus mejillas. La besé con urgencia. ¿Volvería alguna vez a saborear sus labios con sabor a mango?

—Cuida esto mientras estoy fuera, ¿de acuerdo? —dijo, mientras presionaba un juego de llaves en mi mano. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano—. Ayúdame a encontrar un nuevo lugar para ponerla cuando regrese.

Sólo pude asentir. Una lágrima resbaló por mi mejilla.

—Vamos —dijo el Sr. Talarico, su voz impaciente.

No tan suavemente, dirigió a Lali fuera de la casa, en dirección a su oxidado coche. Sin siquiera darnos la oportunidad de decir adiós, ella se sentó en el asiento del pasajero y cerró la puerta. Presionó una mano contra la ventana, con sus ojos fijos los míos. Y sólo unos segundos más tarde, salieron por el camino de entrada.

El oficial de policía comenzó a escribir algo en la computadora portátil en su coche. Me metí de nuevo en la casa rodante y tomé un cuaderno y un bolígrafo.

¿Quién te lo dijo? Escribí. Caminando de regreso al coche policial, lo aprieto contra su ventana. El oficial me miró sorprendido al principio, y luego bajó la ventanilla.

—Nos contactamos con alguien de su escuela, dijo que había visto a la señorita Esposito y que sabía dónde se alojaba.

Paula.

Había visto la pelea de ayer y me siguió derecho a Lali.

Y luego le dijo a la policía.

¿Ustedes alguna vez se preguntaron por qué desapareció tan pronto como su padre se presentó en la isla? Escribí y se lo enseñé de nuevo.

—Lo siento, chico —dijo, sólo me molestó más—. Sé que esto no puede ser fácil.

Sin decir una palabra, me di vuelta, subí a mi coche y me marché. Ni siquiera recuerdo el viaje de regreso a mi casa. De repente, estaba en allí, azotando la puerta detrás de mí, mis manos tirando de mi pelo.

—Oye —gritó mamá desde la cocina—, ¿tratas de romper la casa? — Salió de la cocina y vio mi quiebre—. ¿Peter? —dijo, su voz llena de pánico—. ¿Qué está mal?

Unas cuantas lágrimas se filtraron en mi mejilla. Gesticulé el nombre de Lali.

—Oh no —susurró, su expresión endureciendo. Me dirigió a una silla—. ¿Qué pasó?

Tomé un bloc de notas y le expliqué.

Para el momento que había terminado mi larga y detallada descripción de lo sucedido, incluyendo el lugar donde Lali estaba viviendo, la mitad de la familia había llegado a la sala de estar. Y entonces, papá entró al igual que todos y terminó de leer mi explicación.

—No puedo creer que se haya ido —dijo Euge, con la voz entrecortada—. ¿Cómo pueden simplemente dejarla ir así?

—Ella no tiene otra opción —dijo mamá, sus manos temblaban—. El sistema está configurado de forma que este con él o en un hogar de acogida. No estoy segura cuál sería peor.

—Vamos, Peter —dijo papá, agarrando las llaves de su camioneta—. Vamos a buscar su casa rodante.

Miré a papá con sorpresa, todo mi cuerpo se sentía como si estuviera en shock.

—Vamos por ella y la guardaremos aquí hasta que regrese —dijo—. Tal vez... tal vez pueda quedarse aquí después de su cumpleaños. En el patio trasero, por supuesto.

Me puse de pie y envolví mis brazos a su alrededor, algo que no había hecho en mucho tiempo.

Condujimos en silencio a la casa de Lali. Papá no era de hablar mucho, sobre todo acerca de este tipo de cosas. Pero aprecié su apoyo y comprensión, aunque fuera en silencio.

Acercamos la camioneta hasta la casa rodante y vi la reacción de papá mientras entrábamos en ella. Mantuvo su cara en blanco, pero pude ver la tristeza en su rostro, la que nunca iba a vocalizar.

—Así que, ¿quieres conducir la camioneta a casa o algo? —preguntó mientras entraba detrás de mí.

Dio unas palmaditas en el asiento del conductor.

No quería estar ahí. Todo me recordaba a Lali y el hecho que se había ido. Era todavía demasiado fresco. Pero tener a papá conduciendo su coche se sentía como una invasión a la privacidad de Lali.

—Está bien. —Se limitó a asentir. Miró a su alrededor por un momento, sus ojos persistentes en la minúscula cocina, en el calentador que sabía iba a reconocer. Pero no dijo nada, sólo se dio la vuelta y caminó al exterior.

Me deslicé en el asiento del conductor y puse la llave que Lali me había dado en el encendido. Se quejó por un minuto, pero al final dio un encendió. Gimió y crujió todo el camino de regreso. Con papá sosteniendo la puerta para mirar el camino, la metimos en el patio trasero y la estacionamos en un rincón.

Traté de no mirar atrás en lo que entramos en la casa. De repente, no lo quería allí. Era un enorme recordatorio de que Lali se había ido.