domingo, 3 de noviembre de 2013

Capitulo 21

Todavía nada…
¿Alguna vez habrá algo otra vez?

Esa noche no me fui a casa hasta después de las once. Mis padres estaban completamente locos, a punto de llamar a la policía para que me buscaran. Papá realmente me echó un sermón, así que allí me quedé de pie, todo.

La mañana de Acción de Gracias amaneció gris y oscura, con amenaza de lluvia en cualquier momento. Me quedé en la cama durante un buen tiempo, mirando por la ventana, sin pensar o sentir nada.
 
La puerta crujió al abrirse y mamá metió la cabeza. Podía escuchar el sonido de los abuelos, la tía Julia los niños afuera.
 
—¿Peter? —dijo con cautela, sin entrar del todo en la habitación—. Olvidé un par de cosas para la cena esta noche, ¿te importaría ir por mí a The Market y recogerlas? Si no, puedo enviar a Euge.
 
Me senté, frotándome el cabello que se paraba por todos lados. Sacudí la cabeza y alcancé la libreta.
 
No, escribí. Iré yo.
 
—Gracias, cariño —dijo, su rostro explotó en una sonrisa de alivio. Estaba sorprendido cuando sus ojos comenzaron a aguarse, volviéndose rojos. Antes de que pudiera escribir ¿Qué pasa? ella atravesó la habitación y me envolvió en sus brazos.
 
—Tenemos mucho por lo que agradecer este año, Peter —dijo con voz llena de emoción—. Sé que es duro, pero no lo olvides.
 
Se alejó de mí, dejando que algunas lágrimas rodaran por sus mejillas. Me dio un beso en la frente e intenté devolverle la sonrisa, aunque no pensé lograrlo. Mamá me entregó la lista y luego se retiró.

Me vestí despacio, sintiendo como si no estuviera en mi cuerpo. Las piernas de alguien más se deslizaban en los vaqueros. Alguien más se estaba poniendo esa chaqueta y esos zapatos.
 
Sin siquiera pensar realmente en ello, abrí la ventana y la trepé. No me sentía muy bien como para ver a todo el mundo en el momento. Cerrando la ventana detrás de mí, crucé el césped cubierto de rocío hacia mi auto.
 
Island Market era una pequeña tienda de abarrotes y no podías evitar tropezarte allí con la gente que conocías, incluso en una mañana de Acción de Gracias. O tal vez, especialmente en una mañana de Acción de Gracias. Me topé con el oficial Ryan, el policía que nos había encontrado a Gaston, Nico y a mí después del accidente. Pasé a la señora Sue. Incluso capté un destello de Kali detrás de la registradora, aunque en realidad no le hablé.
 
Reuní las cosas de la lista de mamá y las puse en el asiento trasero del coche. Estaba a punto de dejar el estacionamiento cuando vi a Lali doblar la esquina. Para entonces había comenzado una llovizna neblinosa y nadie caminaba sin paraguas, pero por alguna razón, Lali sí, y su cabello se empapaba.
 
Giré hacia la izquierda para seguirla. No me tomó mucho encontrarla mientras caminaba por la acera. Disminuí y conduje a su lado, bajando la ventanilla. Ella llevaba una bolsa de papel marrón en una mano y un libro al que tenía pegada la nariz en la otra.
 
Buscando algo con lo que atraer su atención, me conformé con un bolígrafo y se lo lancé. Golpeó la bolsa de papel que llevaba y la hizo saltar sorprendida. Mirando alrededor, finalmente me vio a través de la ventana. Le hice una seña con la mano, metiéndome casi en el estacionamiento.
 
Ella me miró, observando todo el camino por el que había venido. Podía darme cuenta de que se debatía si debía alejarse. No podía culparla después del modo en que había actuado la semana pasada. Finalmente cruzó la calle y rodeó el coche. Abrió la puerta del pasajero y se hundió en el asiento, dejando caer la bolsa en el suelo, junto a sus pies.
 
—¿Qué quieres, Peter? —prácticamente escupió—. ¿No deberías estar en casa ahora mismo con tu familia?
 
¿No deberías tú también? Escribí.
 
Su mirada se quedó fija en mis palabras por un momento, su rostro se tensó. Pensé que sus ojos se habían enrojecido un poco.
 
La triste comprensión me golpeó.

Tu mamá se fue otra vez, escribí. ¿Cierto?
 
Mariana miró por la ventana, alejando su vista de mí. Me pregunté si desviaba la mirada para poder limpiarse las lágrimas sin que yo la viera.
 
—Está nevando y se quedó varada en el aeropuerto en el este —dijo con voz tensa—. No será capaz de llegar a casa hasta que el clima cambie. — Volvió la cabeza hacia el frente del coche. Podía ver la humedad formándose en sus ojos—. Iba a la tienda a comprar algo para comer.
 
Me quedé mirando a Mariana por todo un minuto. Finalmente, puse el Bronco en marcha y doblé la esquina.
 
—Uh, ¿a dónde me llevas? —preguntó Lali, su voz era una mezcla de molestia e incertidumbre. Pensé ver un destello de esperanza—. Voy en la dirección opuesta.
 
No me molesté en responder, solo seguí manejando.
 
Lali no dijo nada más. Se sentó tiesa por un minuto, como si estuviera insegura de si debía exigir que la dejara salir del auto o tal vez saltar si yo no se lo permitía. Pero para cuando pasamos el aeropuerto, finalmente se relajó en el asiento, observando el paisaje.
 
Aparqué en la entrada y levantándome las mangas, escribí: Ven adentro.
 
—Peter, no quiero molestar ni nada —intentó protestar, aunque sonaba bastante desganado—. Quiero decir, estoy bien con mis cereales, banana y pizza congelada.
 
Solo rodé los ojos y sacudí la cabeza. Entra, escribí en mi piel.
 
Me ofreció una sonrisa apreciativa, manteniendo mi mirada por un minuto. —De acuerdo, bien —dijo al final—. Pero te voy ayudando a cargar esas bolsas.
 
Y lo hizo. Ambos nos detuvimos frente a la puerta con las manos llenas. Le di una mirada que esperaba dijera ¿estás lista para esta locura?
 
Mariana inhaló profundamente, apretó los ojos un momento y luego asintió.
 
La casa era un completo caos. Tomas, Joaquin y los hijos más pequeños de Julia corrían como maniáticos por la casa, persiguiéndose el uno al otro en una mezcla de espadas plásticas, sables de luz y armas de juguete. Mamá, Euge, Jenny, abuela y tía Julia estaban en la cocina, hablando unas con otras en voz alta. Cualquiera que no fuera de la familia supondría que estaban en medio de una pelea. Yo sabía que ese sencillamente era el modo en que se hablaban cuando discutían el mejor modo de hornear un pastel o aderezar un pavo. Abuelo, papá y Pablo estaban sentados mirando algo en sus laptops. Alai yacía en la ventana, leyendo uno de los libros de la media docena que leía semanalmente.
 
Estaban pasando tantas cosas, que nadie se dio cuenta de que había regresado y que había traído a un huésped conmigo.
 
—¿Estás seguro de que está bien que yo esté aquí? —preguntó Lali, nerviosa—. No me quedaré si no habrá suficiente comida o si las cosas se vuelven raras para todo el mundo.
 
Entonces a través de la cocina notamos a Kali ayudando.
 
Miré a Lali con una expresión de ¿estás bromeando?
 
Ella sonrió. La reputación de mi madre por tener esta habilidad para alimentar a un batallón de gente a cualquier hora era bien reconocida.
 
Asentí con la cabeza, vamos, y con cuidado, Lali me siguió a la cocina.
 
—Finalmente —dijo mamá apartando su mirada de algo que cocinaba en el horno. Sus ojos encontraron a Lali—. Hola Mariana —dijo con una brillante sonrisa, justo como yo lo esperaba—. Me alegra que puedas unírtenos. —Ese era el modo en que era Claudia Lanzani. Mientras más, mejor. Solo mira nuestra familia de siete niños.
 
—Gracias, señora Lanzani —dijo Mariana, ofreciéndole la bolsa de abarrotes que llevaba—. Realmente aprecio que deje que me quede.
 
—Bueno, alguien tiene que comerse toda esta comida —dijo mirando al horno. Las cuatro hornillas tenían algo sobre ellas—. ¿Tu mamá se nos unirá?
 
Mariana se tensó, sus ojos se apartaron del rostro de mamá. —Mi mamá ha estado viajando, como siempre, lo más posible. Se suponía que volaría de regreso a casa esta noche, pero su vuelo está en tierra por la nieve. No será capaz de llegar a casa hasta mañana, como mucho.
 
—Escuché sobre esa tormenta de nieve —dijo mamá agarrando alguna especia de su abarrotado mostrador de botellas y bolsitas—. Siento que se haya quedado ella sola, pero me alegro de que Peter te trajera a casa, así no estás sola.

—Gracias, señora Lanzani —repitió Lali.
 
—Señora Lanzani —se burló mamá—. La mitad de los niños de esta isla me llaman mamá.
 
Lali le dio una pequeña sonrisa y asintió. Pensé que sus ojos se enrojecían nuevamente, solo un poco.
 
Kali parecía haber notado que yo estaba en la cocina y me saludó con efusión. No pude evitar sonreír ante su abrazo. Kali siempre abrazaba. Con la mayoría de los hombres eso hubiera sido raro, pero con Kali hubiera parecido raro si no te abrazaba para saludar.
 
Y como lo más sencillo del mundo, Lali flotó hacia la cocina, ayudando donde podía, conversando con mamá, cambiando a Euge, hablando con Jenny. Justo como si perteneciera a allí. Sonreí un poco mientras la observaba desde la sala, pretendiendo prestar atención a lo que sea que papá, abuelo y Pablo estaban hablando.
 
Lali ya no parecía sola.
 
La cena se demoró otro par de horas, pero preparar comida para dieciséis personas y que esté lista para la una de la tarde es bastante impresionante. La mesa de cenar de los Lanzani se había extendido en toda su longitud, así como dos extensiones en el medio y una mesa plegable al final. Llegaba hasta la mitad de la sala, pero bajo las instrucciones de mamá, todos seríamos capaces de sentarnos juntos. Lali, Alai y yo ayudamos a traer todo a la mesa cuando estuvo listo. Lali parecía insegura de donde debía sentarse, así que me hundí en una silla y le indiqué la que estaba a mi lado. Tomas se sentó a su lado y la tía Julia se hundió en la silla a mi otro lado.
 
—Silencio todo el mundo —gritó mamá sobre la cháchara—. Continuando con la tradición, pediré a cada uno que diga algo por lo que estar agradecido.
 
Dándole a papá una cálida mirada, de esas que me aseguraban que siempre estarían juntos, ella tomó su mano en la suya. Papá tomó la de Alai con la otra. Miré a Lali, sonriéndole mientras tomaba su mano y la de Julia en la otra. Luciendo insegura de si estaba haciendo lo correcto, tomó la mano de Tomas en la otra.
 
Mamá comenzó, como siempre, agradeciendo por su familia, que todos estaban juntos y sanos. Papá, abuelo y abuela dijeron más o menos lo mismo. Jenny murmuró algo acerca de estar agradecida por estar en la universidad, Joaquin bromeó sobre su Xbox. Cuando llegó mi turno, solo sacudí la cabeza. Hubo un momento raro donde todos me miraron. Se sentía como si una enorme nube oscura creciera en la habitación y que nos iba a sofocar a todos.
 
—Estoy agradecida por la vida —dijo Lali, rompiendo la nube—. Se va con mucha facilidad.
 
Hice mi mayor esfuerzo para no mirarla cuando terminó y Tomas dijo algo que ni siquiera escuché.
 
Cuando todos terminaron, mamá le pidió a papá que dijera una plegaria por la comida.
 
Papá esperó un segundo para que todos se tranquilizaran. Aún sosteniéndonos las manos, cada uno cerró los ojos y bajamos la cabeza.
 
—Padre Nuestro —comenzó papá—. Tenemos mucho que agradecer este año. Te agradecemos por nuestro hogar, por la oportunidad de vivir en esta hermosa isla. Estamos agradecidos por la familia, especialmente por Juan Pedro. —Sentí que Lali me apretaba suavemente—. Estamos agradecidos por nuestro amigos, que Kali y Mariana pudieran estar con nosotros. —Era mi turno de apretar la mano de Lali—. Pedimos una bendición para esta comida y deseos, amén.
 
—Amén —dijeron todos menos yo.
 
Y justo así, la mesa se convirtió en un frenesí de brazos agarrando, cucharas en los platos y líquidos vertiéndose. Lali solo se sentó por un momento, dejando escapar una risita. Solo la miré y sonreí. La rodeé para aceptar el cazo gigante de puré de patatas que Tomas estaba pasando sin mirar. Tomando una gran cucharada, la eché en el plato de Mariana y luego una más grande en el mío.
 
Apenas si podía ver los bordes para cuando terminé de servirme la primera ronda de comida. Me aseguré de que Lali tampoco. Ella necesitaba un poco más de carne en sus huesos.
 
—Así que —dijo Tomas a Lali con la boca llena de pavo—, ¿eres la novia de Peter o algo así?
 
Lali rió, mirándome. —Peter es mi amigo —le respondió al pequeño Tomas, despeinándolo—. Me invitó, así no estaría sola hoy.
 
—Qué malo —dijo, tragando su bocado antes de tomar otro. Había cogido una pata de pavo entera—. Sí que eres bonita.

No pude evitar reír al mismo tiempo que la mitad de la mesa estallaba en risas. Lali enrojeció.
 
El resto de la comida pasó de modo similar: en un relajado y alegre caos. Para cuando todos terminaron, aún quedaba un tercio de la comida en la mesa. Sabía que mamá le llevaría platos de comida a diferentes personas esa noche, determinada a alimentar a la mitad de Orcas.
 
Mientras todos esperaban a que sus estómagos digirieran lo suficiente para hacer espacio para el pastel, recogimos la mesa y comenzamos tres tipos diferentes de juegos. Una ronda de dominó en una esquina, con los menores de trece años jugando. Otra de cartas que no entendí cómo jugar, con Julia, abuela, Alai, Jenny y Euge. Mamá, papá, Lali y yo jugamos a un nuevo juego que consistía en cartas, un tablero con piezas plásticas y dados que nunca había jugado antes. Perdía miserablemente, prestando atención a solo la mitad del juego. Por supuesto, Mariana iba ganando, demasiado inteligente en el juego como para ser justo para el resto de nosotros.
 
Sentí que debería haber estado más contento ese día. La vida era bastante buena. Tenía a toda mi familia junta, todos se llevaban bien. Tenía una casa cálida y buena comida. La chica de mis sueños estaba conmigo y con mi familia como si fuera una más de nosotros.
 
Pero no podía apartar el sentimiento de autocompasión de mi cabeza.
 
No podía unirme a sus conversaciones. Seguí atrapándolos mirándome la garganta. Ya ni siquiera podía reírme con ellos. Todo se sentía mal.
 
Eventualmente, cuando comenzó a oscurecer, a eso de las 16:30, Lali, Jenny y mamá se fueron a la cocina a servir el pastel para todos. No me di cuenta de que Lali me conocía tan bien cuando me trajo cuatro tipos distintos de pastel en un plato. Solo me dio una pequeña sonrisa y volvió a la cocina.
 
Todos estaban bastante tranquilos sentados en la sala, saboreando el pastel. Yo me senté en el asiento de la ventana, con Lali a mi lado, tan juntos, que nuestros hombros se tocaban. Sabía que toda la familia nos miraba, buscando señales de que éramos más que amigos. Sabía lo feliz que eso haría a la mitad de las chicas en la habitación. Ellas nunca lo dirían y no sería la gran cosa por un par de años, pero yo sabía que al menos preocupaba a mamá el que nunca tuviera una novia que fuera lo suficientemente comprensiva ante mi incapacidad para hablar.

Pero eso no era lo que estaba pensando en ese momento. Estaba intentando con todas mis fuerzas no pensar en nada, porque mis pensamientos siguieron queriendo volverse oscuros en lo que debía haber sido un maldito buen día.

24 comentarios :

  1. +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

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  2. Ya te dije que amo esta nove? Mas!

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  3. Maaas, es dificil pero con ayuda va a poder pensar positivamente!

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  4. me encantaaaaaaaaaaaaaa
    ojala peter deje de pensar mal
    ojala lali lo ayude
    beso

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  5. Como se niega la felicidad!!!

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