sábado, 11 de enero de 2014

Capitulo 15

Quince Minutos

—¿Jenny te dijo que yo era un ladrón?

Asentí sin decir nada más. 

Los dedos de mis pies picaban gracias a la arena en el suelo. 

El sonido de las olas rompiendo en la orilla se escuchaba como un singular fondo musical. 

—¿Y tú le crees? ¿Me crees capaz de robar algo? 

Quería sacudir la cabeza y decir que no, pero ya no estaba segura de nada. 

—No lo sé —respondí— ¿Lo eres? ¿Eres un ladrón? 

Entonces hizo algo que, en una situación como esta, pensé que no haría: comenzó a reírse. 

—¿Se supone que soy de esos tipos con pasamontañas que asaltan licorerías por la noche? —poniéndolo de esa manera sonaba tonto. 

Aparté mi rostro avergonzado. 

—Ella dijo que estafabas a la gente. Te acusó de robarle dinero. 

Peter elevó una de sus bien formadas cejas. 

—¿Te dijo que le robé la billetera? Admito que asalté su cocina por un buen tiempo... y sí, me llevé algunas monedas enterradas en el hueco del sofá. Pero... 

—¡Me dijo que le robaste la chequera y sacaste todo el dinero que tenía su padre en el banco! —dije seriamente. 

Por si no fuera poco, se rió más fuerte. 

—¡Idiota! —grité. Me agaché, un poco dolorida por mi golpe en la rodilla, y tomé un puñado de arena y comencé a lanzársela. 

Él se movió con agilidad y evitó la mayoría de mis ataques. 

—¡Se supone que no debes reírte! —le lancé más arena pero se escabulló con facilidad. 

—¡Lali, tranquilízate! 

Eso me enfureció más. ¿Por qué siempre me pedía tranquilizarme justo en el momento cuando estaba más desquiciada? 

—¿Eres o no un ladrón? Solo responde a eso. 

Peter corrió a mi alrededor y llegó detrás de mí; me aprisionó en un abrazo apretado y no se relajó hasta que yo dejé de luchar e intentar salirme de su agarre.

Mis manos llenas de arena cayeron a los costados y la arena se deslizó de mis dedos lentamente. Sinceramente quería llorar. El idiota aprovechó ese momento en el que me tenía encerrada entre sus brazos, y besó mi cuello, mordisqueó el lóbulo de mi oreja y me habló al oído. 

—Solo para que estés tranquila... —sus labios siguieron su camino por mi mentón y de nuevo a mi cuello— lo único que he robado en mi vida fue una caja de cigarrillos... —su boca descendió por mi hombro y con sus dientes fue deslizando el delgado tirante de mi camiseta sin mangas—... Y eso fue porque tenía trece años y mis padres no iban a aceptar verme fumando. 

Sus besos estaban matándome. Primero sus labios hacían contacto con mi piel, luego venía su lengua y por último mordisqueaba levemente con los dientes. Bien podía estarme diciendo que era un narcotraficante o que estaba metido en la mafia, y no podría importarme menos. 

Deslizó por completo el tirante, hasta que lo sentí en mi brazo, y sus besos continuaron por todo mi hombro. Estaba tan jodida. Jodida porque no me importaba quién era Peter... yo solo quería sus besos. 

Cerré los ojos y dejé caer mi cabeza hacia atrás, a su pecho. Me relajé en sus brazos, y él lentamente fue suavizando su agarre; su nariz hizo un recorrido detrás de mi oreja y lo escuché aspirar cerca de mi pelo. 

—No soy un ladrón, Lali. Ni un estafador —dijo con voz ronca. Sus labios inmediatamente continuaron su atención en mi cuello; descendió hasta que su boca estuvo besando mi clavícula. 

Jadeé involuntariamente y puse mi cabeza de lado para que él tuviera mejor acceso. 

Mis labios encontraron la piel de su cuello también y no pude resistirme así que lo besé. Justo como él lo estaba haciendo: labios primero, luego lengua, después dientes raspando un poco la suave superficie de la piel. 

Lo escuché gruñir y sus manos fueron inmediatamente hacia mi cintura. Me giró bruscamente para que ambos estuviéramos cara a cara y su boca encontró la mía. Era un beso cargado de tensión, de electricidad. Su lengua jugaba con la mía, la sometía. 

Mis piernas eran dos grandes fideos inútiles que apenas y podían mantenerme de pie, ya no podía sentir otra parte de mi cuerpo que no fueran los labios de Peter en los míos. 

Me estaba incendiando de pies a cabeza. Hasta que eventualmente se separó de mi boca para tomar aire y, no queriendo romper el contacto, continuó besando mi cuello con fervor. Pero como él era Peter Lanzani, también tendría que echarlo todo a perder en algún momento. 

—Quiero que conozcas a Nicole, ella me conoce bien. Te confirmará que de hecho no soy un ladrón. 

Ante la mención de ese nombre recordé el por qué estaba enojada con él.
 
Me separé inmediatamente y puse distancia entre los dos.

—¿Qué...? —Peter lucía aturdido. Si no fuera porque el momento era serio, ya lo habría molestado diciéndole que ahora él tenía el efecto Lali Esposito: ojos desorientados, labios rojos, y se mantenía respondiendo en monosílabas. 

Era bueno saber que no solo yo era la afectada. 

—No me has dicho quién es ésta Nicole. 

Me crucé de brazos y acomodé de nuevo el tirante caído. El frío no tardó en colarse en mi piel. Peter resopló y se pasó ambas manos por el cabello. 

—Nunca le he dicho a nadie sobre Nicole... 

—¿Quién es? ¿Tu novia? 

—No... 

—¿Tu esposa? 

—Lali... Yo no estoy casado —levantó su mano izquierda para que comprobara que ahí no había ningún anillo de bodas. 

Resoplé. 

—¿Si sabías que es fácil quitarse un anillo, verdad? 

—Nicole no es mi esposa... Ni mi hija, ni mi esclava sexual para el caso. 

Abrí la boca para preguntar más, pero Peter se me adelantó a hablar: 

—Te dije que quería que la conocieras. Vamos —extendió su mano para que yo la tomara. 

—¡¿Quieres que la conozca ahora?! —chillé. 

—Sí, pero antes tenemos que ir a hablar con Jenny. Ella tiene que aclararme toda la mentira del robo. 

—¿Entonces...? ¿No eres un ladrón? 

Él ladeo la cabeza. 

—¿Querías que lo fuera? —preguntó divertido. 

Aparté la mirada. Avergonzada al cien por ciento. 

—Hubiera sido genial ser la novia del chico peligroso que roba en la tienda de revistas —dije bromeando— o el chico roba naranjas del mercado. 

Su sonrisa se extendió por su cara. 

—Yo sé que sí. Serías la mujer del roba gallinas número 1 de la ciudad, nena —me guiñó un ojo. 

No pude evitarlo y comencé a reír fuertemente. 

—También tengo cierta afición por los gatos. ¿Qué te parece si tú y yo nos mudamos a una granja? Podríamos darle trabajo a tu ordeña vacas. Yo pongo las gallinas y los gatos, y tú te encargas de alimentarme. 

—Se necesitan más que gallinas y gatos para formar una granja—le dije. 

Peter dio pequeños pasos hacia mí y me tomó de la cintura. 

—¿Qué más quieres? ¿Caballos, gansos? Por ti robaría toda una tienda de mascotas... y de licores. 

Me reí por lo bajo. 

—¿Qué tal una tienda de calzoncillos? 

—¿Por qué? Yo no suelo usarlos. Estoy de acuerdo en lo de continuar viviendo tal y como venimos al mundo.

—Estoy segura de que sí —me burlé. 

Con eso él me estrechó y besó mi frente, luego bajó y besó primero una mejilla y luego la otra. Terminó en mis labios y me dejé llevar por sus dulces atenciones. Y antes de que las cosas se pusieran emocionantes, alguien cercano se aclaró la garganta. Peter y yo nos separamos solo para ver a la morena de ojos verdes dándonos miradas censuradas. 

—Elena —habló Peter— ¿qué quieres? 

—Quiero mi dinero, Lanzani. Lo que gané la otra noche. La cantidad exacta. 

Desde ya podía decir que me caía mal Elena, con toda esa actitud repugnante y su matadora figura de modelo, con su ropa de alta costura. ¡Puaj! ¿Por qué me habrá dicho todas esas cosas? Peter sustrajo un fajo de billetes del bolsillo de su pantalón y se lo depositó no muy amablemente en la mano. 

—Toma. Ahí está lo que le toca a Gas también. Ahora lárgate. 

Elena me miró de mala manera mientras nos daba la espalda y su larguísimo cabello marrón liso giraba en el aire. De repente se detuvo y se giró hacia mí. 

—Dejaste estos allá —tiró al suelo los zapatos que me había quitado al venir aquí. Luego miró a Peter, y de nuevo volteó a verme a mí. —¿Ya te contó de la vez que se acostó conmigo? Fueron los peores quince minutos de mi vida —se echó a reír con ganas. 

Peter me tomó de la muñeca tan fuerte que creí que me iba a fracturar algún hueso. 

—Lárgate de una vez —respondió furioso. 

Elena se marchó contoneando sus caderas y riendo como hiena con problema de gases. Esa desgraciada. 

—Lo siento por ella —me dijo Peter. 

Su mano soltó finalmente mi muñeca y pude sentir que la sangre de nuevo circulaba hacia mis dedos. 

—¿De verdad te acostaste con Elena? —pregunté. 

—¿En serio quieres saberlo? 

—Mejor no —respondí débilmente. 

Tomé mis zapatos del suelo e intenté ponérmelos, pero fue inútil. Mi rodilla golpeada dolía tanto que me era imposible agacharme ni siquiera por un leve centímetro. 

Peter notó la molesta mueca que hice y rápidamente bajó la vista hacia mi rodilla. 

No esperó más tiempo y se puso en cuclillas tomando una de mis piernas y arrebatándome las zapatillas de mi mano. 

—Apóyate en mi espalda —dijo mientras comenzó a colocar el primer zapato en mi pie derecho.
 
Empecé a desequilibrarme así que me sostuve en uno de sus hombros.

Tuvo especial cuidado con mi rodilla mala y pronto terminó de atar las cintas alrededor de mis tobillos. Se puso de pie y me observó con ojos penetrantes. 

—Definitivamente no te merezco —dijo viendo con hambre mis labios. 

No sabía qué decir a eso. 

Nunca esperé que me dijera algo parecido. 

—Te llevaré a casa —habló en voz baja. Entonces me alzó en sus brazos y yo chillé por su repentino acto. 

Mis manos se entrelazaron detrás de su cuello. 

—Mi príncipe —hice un teatral suspiro. 

—Sí, tu príncipe tatuado —dijo mientras caminaba en la dirección en la que había dejado estacionada su motocicleta. 

Le di un beso rápido en la boca. 

—Con un solo beso no vas a convertir a este sapo en príncipe encantador — meditó—. Para eso tiene que ser el beso más largo y distractor del mundo. Yo que tú me apresuraría. 

Sonreí y mis labios empezaron a atacarlo con besos. 

Por un momento llegué a olvidar todas las dudas que tenía acerca de él. 

Las dejaría para después. Ahora lo único que quería hacer era besarlo por todo el camino.

Comienza la Maraton
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