miércoles, 23 de octubre de 2013

Capitulo 4

4 horas después de ganar el Juego de
Bienvenida

10 meses para la Fuerza Aérea

De los treinta y siete estudiantes de último año en la Escuela Secundaria Orcas, todos y cada uno de ellos habían estado en el juego de fútbol de bienvenida. Era viernes por la noche, el cielo estaba nublado, con amenaza de lluvia, un pintoresco día de septiembre en la Isla de Orcas.

Los Vikingos habían aplastado a los de la secundaria Tree Dalmau Baptist, treinta y dos a dieciocho. Había anotado cuatro de esos touchdowns. Y celebré con veinticuatro de mis compañeros.
 
—¡Peter! —gritó Gaston desde el otro lado de la hoguera—. ¡Atrápala!
 
Apenas levanté mis manos para bloquear la lata de Budweiser de golpearme en pleno rostro.
 
—¡Y así es cómo ganamos el juego hoy! —aplaudió Gaston, el resto de la gente aplaudiendo y gritando con él. Negué con la cabeza y me reí mientras miraba a Gaston tomar otra cerveza de la nevera a sus pies y tirársela a Nico.
 
Todo el equipo de fútbol estaba en la fiesta y si nos atrapaban, estaríamos arruinados por el resto de la temporada. No podía pensar en nada peor que tener a los policías sobre nosotros. Estábamos en camino a ganar los distritos este año. Le había dicho a Nico y Gaston que eran estúpidos por hacer esta fiesta, y sin embargo allí estaba yo, bebiendo con el resto de ellos.
 
Ignorando la voz de mi madre en la parte posterior de mi cabeza, la que siempre estaba allí cuando lo que fuera que estuviera haciendo, algo que sabía que no debía, abrí la lata. Gaston se unió a mi lado y golpeando su mano en mi hombro, dijo—: ¿Te reto a una carrera hasta el fondo?

—Bebe —comenzó a cantar Nico—. ¡Bebe! ¡Bebe!
 
—En eso estamos —me burlé. Sin vacilar, mis labios se encontraron con el borde de la lata y me incliné hacia atrás.
 
El alcohol quemó mi garganta mientras bajaba, y todo en mí quería toserlo fuera de mí. Pero nunca admitiría que esta era sólo la tercera cerveza que había tenido en mi vida. La que había terminado hace ni tres minutos era la segunda.
 
Aplastando la lata en mi puño mientras la última gota se deslizó por mi garganta, la lancé hacia el suelo y levanté mis brazos en señal de triunfo.
 
Gaston tosió cuando se ahogó riendo.
 
—¡Así es como lo hacemos, Lanzani! —Incitó Nico, golpeándome en la espalda—. Tal vez no eres tan inocente como todos creíamos que eras.
 
—Cállate, hombre. —Empujé a Nico, riendo con el resto de la multitud.
 
Todos nos habíamos reunido en la casa de Nico en Deer Harbor, casi al final del mundo en la Isla Orcas. Los Riera habían poseído los veinte acres de propiedad frente al mar desde principios del siglo XX, que fue suerte. Los padres hippies de Nico nunca habrían sido capaces de costear un lugar como este por su cuenta.
 
Y por suerte para los estudiantes de la secundaria, ellos estaban en Portland para un tipo de convención hippy sobre salvar al salmón, o helechos, o la gruya de dos dedos y ojos cruzados, o algo granola como eso.
 
Ninguno de nosotros jamás lo admitiría, pero fiestas como esta pasaban todo el tiempo en la isla. No había nada que hacer en una isla tan pequeña, así que fiestas con vasos plásticos de color rojo y pipas de vidrioeran una solución frecuente.
 
—En serio no puedo creer que hayan invitado a todas estas personas —dijo Nina cuando se detuvo al lado de Nico, dándole una mirada mortal. Era difícil de creer que ellos fueran gemelos, con el cabello casi negro y largo de Nina, y el de Nico casi rubio-blanco. No podían haberse parecido menos.
 
—Y sin embargo, veo que tienes un vaso de plástico rojo en tu mano —se mofó Nico de ella—. Deja de ser una aguafiestas.
 
—Como sea —dijo ella, rodando sus ojos dramáticamente—. Peter, note embriaguez tanto como para que no puedas ir al baile mañana. Gasté demasiado en mi vestido como para que estés muy borracho para levantarte mañana. No voy a ser plantada.
 
—Sí, señora —le dije con un saludo. Ella me guiñó el ojo una vez y se fue hacia la orilla de su histórica casa.
 
—Es un poco raro que ella le haya pedido a él ir al baile, ¿no? — preguntó Gaston, mirando descaradamente a Nina. Gaston tendía a ponerse un poco deprimido cuando fumaba marihuana.
 
—Amigo, ¿cuándo te van a crecer un par y pedirle que salga contigo? —preguntó Nico, su voz exasperada. Sólo negué con la cabeza, todo comenzaba a sentirse un poco borroso. He escuchado este argumento más veces de las que quería contar.
 
—Nina nunca saldría conmigo —dijo Gaston con voz casi melancólica—. Ella no sale con nadie.
 
Me pregunté si era el único que sabía por qué ella no salía con nadie. Nina nunca admitiría que bateaba para el otro equipo. Me enteré cuando la vi de la mano con otra chica cuando estaba fuera de la isla una vez. Había estado raro por semanas. Finalmente Nina se dio cuenta de que sabía. Después de una conversación muy incómoda, estuve de acuerdo en guardar su secreto, y los dos volvimos a ser amigos como siempre.
 
Y había aceptado llevarla al baile cuando Nina me chantajeó con Mariana. Ella sabía que nunca tendría las bolas para invitar a Lali, así que llevaba a Nina, o ella revelaría el secreto sobre cómo me sentía por Lali.
 
Las chicas peleaban tan sucio.
 
Las primeras gotas comenzaban a caer del cielo, las nubes por encima de nosotros gruesas y pesadas. Habría estado completamente negro afuera si no hubiera sido por la acalorada hoguera. No podías experimentar ese tipo de oscuridad a menos de que vivieras en un lugar remoto como Orcas.
 
—Todos sabemos que no es difícil superar a Dalmau en una competencia de bebida —dijo Blake Shaw mientras avanzaba pesadamente hacia nosotros. Él era sin duda el chico más fornido en la escuela, oscuro como la noche, y probablemente un metro con noventa y cinco—. ¿Estás listo para enfrentarte al Shaw?
 
—¿El Shaw, eh? —desafié a mi compañero de equipo—. Tráelo.
 
Tomé la lata que Blake me ofreció y la abrí. Nico hizo la cuenta atrás.
 
No habría tenido oportunidad.

—¡Y así es como el Shaw lo hace! —gritó Blake, lanzando su vacía lata hacia el fuego, levantando los brazos en el aire y girando en un círculo. Laschicas lo animaron. Blake adoptó una pose, flexionó sus bíceps y besó cada uno de ellos. —¿Quién quiere un pedazo del Shaw? —dijo, asintiendo y guiñándole un ojo a ellas.
 
—Guau. —Gaston negó con la cabeza—. ¿Es en serio?
 
Todos nos reímos, tomando otra cerveza de la nevera. Vi como Paula Reca, la única chica con dinero suficiente para suministrar la bebida, me miraba desde el otro lado de la hoguera, y lentamente se dirigía hacia nosotros.
 
—Cuidado Chico Petercito —bromeó Nico—. La tigresa está al acecho de nuevo.
 
—Cállate —le siseé. Sentí mi estómago apretarse, y estaba muy seguro de que no era por el alcohol.
 
—Hola, Peter. —Paula prácticamente ronroneó mientras agitaba su oscuro cabello castaño al lado de su hombro. Sus uñas con manicura francesa bien envueltas alrededor de su vaso de plástico—. ¿Entonces cuando vas a llevarme a volar en el avión del jefe abogado? —Se mordió el labio inferior de esa manera que hacía que me doliera mi cerebro entorpecido, y no de buena manera.
 
—Camilo es bastante estricto sobre a quién se me permite llevar en su avión conmigo. —Medio mentí. Una vez que se firmó la exención de responsabilidad, el señor Estrella me dejaba llevar a quien quisiera.
 
—Vamos —dijo, extendiendo la mano hacia la parte delantera de mi chaqueta—. Debes ser el piloto más joven. Necesitas llevarme antes de que te vayas a la Fuerza Aérea.
 
—Uh. —Luché para hacer que mi cerebro formara una respuesta. Realmente deseaba que el alcohol no me hiciera decir algo de lo que me arrepentiría. Probablemente debí haber escuchado a la voz de mamá en la parte posterior de mi cabeza—. Tal vez. Ya veremos.
 
—Tú realmente no deberías irte a la Fuerza Aérea —dijo Paula mientras se acercaba un poco más, su nariz a centímetros de la mía—. Sabes que muchas personas mueren en sus servicios, ¿no? Sería una pena si esacara bonita no viviera más allá de su decimonoveno cumpleaños.

—Uh, sí —dije, tratando de desenredarme de Paula. Mi voz comenzaba a sonar un poco torpe—. Lo tomaré en cuenta.
 
—Ten cuidado en los cielos —susurró prácticamente junto a mi oreja. Presionó sus labios perfectamente pintados en mi mejilla sólo por un momento, su mano bajando a mi cinturón.
 
—¡Uh! ¡De acuerdo, lo entendí! —grité mientras saltaba lejos de ella. Ella simplemente me guiñó un ojo y volvió a su manada de amigas.
 
Sentí un escalofrío pasar a través de mi que no me gustaba.
 
—¡Oh, Paula la Puta tiene su mirada en el chico Petercito—dijo Nico sólo un poco demasiado fuete, chocando los cinco con Gaston.
 
—¿Podrían callarse? —Mis palabras se estaban arrastrando un poco más.
 
—Relájate, Lanzani —dijo Gaston, estrechándome en el hombro—. Todos sabemos que te estás guardando para Mariana.
 
Me quedé callado ante la mención del nombre de Mariana, un nudo fuerte atándose alrededor de mi pecho. Mariana era una de los pocos estudiantes que no estaban en la fiesta. Ella probablemente estaba en casaestudiando.
 
—Sin defensa —dijo Gaston, apretando mi hombro de nuevo—. Tiene que ser amor verdadero.
 
—Cállate —le dije otra vez, dejándome caer en el suelo. Se sentía un poco como si estuviera de pie en un muelle en la costa, en vez de suelo sólido.
 
—Sólo dilo, amigo mío —dijo Nico, sentándose en el suelo a mi lado, otra lata entre las manos—. Te sentirás mejor si lo dejas salir.
 
Mi cerebro ebrio ni siquiera registraba o le importaba que él aún estuviera burlándose de mí. —He estado tratando de dejar pistas desde el comienzo del año pasado, pero ¿ella responde? ¡No! —dije sólo un poco demasiado fuerte de lo que debí.

—¡Oh, Mariana! —cantó Nico con una terrible voz fingida tipo country. Gaston sacó su teléfono de su bolsillo y lo apuntó en nuestra dirección. Ni siquiera me importó que estuviera grabando esto.
 
Oh, Mariana —continuó Nico—. ¿Por qué el Chico-Petercito no es lo suficientemente bueno? ¿Con esos hermosos ojos verdes y cabello impactante… y chocolate? —Sostuvo la nota larga y dramática.
 
Oh, Mariana —me uní a Nico, cantando en armonía—. Te he estado observando por tanto tiempo —canté—. Esperándote llegar. Porque ¿no sabes Mariana, que te amo? —Ni siquiera me había dado cuenta que me había caído sobre mi espalda hasta que estaba viendo a Gaston con su teléfono grabando—. Te amo, Mariana —dije con una sonrisa perezosa, directamente al teléfono.
 
—Y enviado —dijo Gaston, deslizándolo en el bolsillo. Sentí mi teléfono vibrar en mi bolsillo cuando recibí el video que Gaston acababa de grabar.
 
—De acuerdo, chico enamorado —dijo Nico, poniéndome de pie—. Es hora de que se lo digas a ella. Esto es triste.
 
—¿Decirle a ella? —dije mientras Nico colocaba mi brazo alrededor de su hombro para mantenerme de pie—. ¿Decirle qué a quién?
 
—Decirle a Mariana cuánto la amas —dijo Gaston mientras ponía su brazo alrededor de mí desde el otro lado.
 
Dudé, mi cerebro nublado procesando sus palabras. Sonaba como una muy buena idea. —¡Está bien! —declaré, parándome de forma más erguida—. ¡De acuerdo! ¡Voy a decirle! ¡Esta noche! ¡Justo ahora!
 
—¡Sí! —animaron Nico y Gaston. Gaston metió la mano en su bolsillo y sacó sus llaves—. ¡Yo manejo!
 
—¿No estás ebrio también? —Traté de ser razonable en un estado irrazonable—. ¿Y drogado?
 
—No tan borracho como tú —se rió Gaston—. Y no estoy tan drogado.
 
Los tres nos despedimos de la fiesta y nos dirigimos a la camioneta oxidada de Gaston. Las puertas chirriaron dolorosamente cuando fueron forzadas a abrirse. Gaston se deslizó en el asiento del conductor, Nico se deslizó hacia el centro, y lo seguí cerrando la puerta de golpe. Metiendo la mano en su bolsillo, Gaston sacó su teléfono y lo coloco en el tablero.
 
El motor sólo chilló cuando Gaston trató de ponerlo en marcha.

—¡Vamos, pedazo de mierda! —le gritó Gaston inútilmente mientras golpeó su puño en el tablero. Su teléfono saltó violentamente—. ¡Estamos en una misión importante!
 
Un momento después encendió.
 
—¿Dónde vive ella de todos modos? —preguntó Gaston mientras trabajaba su camino hacia la carretera—. Nunca he estado en la casa de Mariana.
 
—Yo tampoco —dije, inclinando mi frente contra el frío cristal. Se sentía bien—. Algún lugar al final de Enchanted Forest Road.
 
Y así los tres nos acomodamos, conduciendo por la carretera sinuosa. Gaston encendió el radio. Apreté mis ojos cerrados. Todo sonaba muy fuerte.
 
Detrás de mis ojos pude imaginar a Mariana, su cabello oscuro, sus cálidos y marrones ojos, su pequeña nariz, y su piel perfectamente lisa. La he amado desde que la vi la primera vez en nuestro primer día de primer año. He desarrollado enamoramientos con otras chicas, claro, en los últimos tres años. Pero siempre volvía a Mariana Esposito. Siempre.
 
Sólo nunca había tenido las agallas para decírselo.
 
Mariana era intimidante. Ella era inteligente, por mucho la chica más lista en nuestra escuela. Era confiada. Era una atleta, al menos hasta este año, cuando su horario escolar se volvió demasiado loco para intentarlo y balancear el deporte y las clases.
 
Y durante una clase de Inglés el último año, ella y el Sr. Morrison entraron en un debate. Habíamos estado leyendo un libro que ya no recuerdo, y uno de los temas era el amor. El argumento de Mariana era que ella no creía en el amor.
 
Nadie en la clase dudaba que ella realmente no creyera en el amor después de que finalizó su argumento.
 
Por lo tanto nunca se lo había dicho.
 
Pero eso iba a cambiar esta noche. Como Nico lo había puesto, finalmente me iban a crecer un par.
 
Justo cuando íbamos alrededor de una curva en la carretera, el teléfono de Gaston comenzó a sonar con una canción de rap. En el mismo momento, se deslizó fuera del tablero y hacia el suelo.
 
—Lo tengo —dijeron Gaston y Nico al mismo tiempo, ambos alcanzándolo en el suelo.

—Oye —murmuré mientras miré por la ventana—. Ten cuidado con el ciervo.
 
—¿Qué? —murmuró Gaston, mirando brevemente por el parabrisas antes de volver sus ojos hacia el suelo de la camioneta.
 
—¡Cuidado con el ciervo! —grité. Vi sus ojos abrirse mucho cuando nos dirigíamos hacia él a toda velocidad. Llegando hasta el volante, lo moví hacia la derecha, pasando muy cerca del animal.
 
Gaston pisó el freno justo después de que moví el volante. La parte trasera de la camioneta derrapó, dándonos vuelta en medio círculo. La camioneta se desvió violentamente y hubo un fuerte estallido cuando el neumático del lado del pasajero estalló. Por un segundo la camioneta estaba en el aire. Se oyó el ruido repugnante de metal crujiendo y al siguiente segundo se sentía como si mi cabeza hubiera sido arrancada.
 
La oscuridad se deslizó por los bordes de mi visión mientras una mano temblorosa se levantó hacia la fuente de dolor. El vidrio se incrustó en mis brazos y mi cara, pero eso no era lo que realmente dolía. Mis dedos encontraron el frío acero. Tracé con mis dedos el metal.
 
Y entonces mis dedos encontraron mi propia carne ensangrentada, a pocos centímetros de mi barbilla. El acero y mi piel estaban conectados.
 
Me desmayé.

6 comentarios :

  1. Mala decisión en una noche k era prometedora

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  2. hay no pobre peter
    se lee horrible lo q le paso
    quiero mas
    beso

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  3. NO PUEDES DEJARLA AHÍ !!!!!!!!!!!!!!!!!

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  4. mee enxantaa la nove! Me pdrias enviar todas las nves al email pq n me deja descargarmelas marta_exy@yahoo.com
    graciiaas

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