sábado, 8 de febrero de 2014

Capitulo 30

Entre vampiros, entre lunáticos.

—Este es mi primo, Peter. 

A la abuela de Franco se le desencajó la mandíbula al verlo. Y no solo a ella, también a la señora Henrietta, la madre de mi ahora novio falso. 

Al parecer la cena fue hecha con la intensión de convertirse en una reunión familiar. Llegamos justo a tiempo para verlos sentados alrededor de una gigantesca mesa de madera que ubicaron bajo carpas al aire libre. 

Todo el lugar estaba iluminado por antorchas y luces de navidad. 

No sabía que Franco pudiera tener tantas primas, pero todas se encontraban babeando y dándole miradas no tan discretas a mi novio... eh, primo. 

Sabía que sería una terrible cosa llevar a Peter y presentarlo como mi primo, pero para empezar, fue su idea, no la mía. 

Franco pegó el grito al cielo cuando nos vio llegar juntos. Peter lo amenazó con partirle la nariz si no dejaba que él estuviera presente en cada cosa que hiciéramos. 

Finalmente (y bajo serias amenazas más) Franco cedió y lo dejó quedarse. 

La señora Henrietta inmediatamente se puso de pie cuando hice mi llegada, y me saludó con dos besos en ambas mejillas. 

—¡Mi querida niña! —habló en mi oído mientras me envolvía en un fuerte abrazo— . Pero qué bueno verte nuevamente. La última vez que te vi estabas de este tamaño —Ella puso una mano sobre su hombro y comparó esa altura con mi estatura actual— . Y siempre tan bonita e interesada en mi Franco. 

Jaló el brazo de Franco y lo pegó a mi costado. 

Tuve que mostrarle una de mis sonrisas falsas para enmascarar la repulsión que me daba estar con él. Aun no había olvidado lo que hizo con Jenny el muy sinvergüenza. 

—Completamente enamorada como la primera vez —aseguró Franco pasando su brazo sobre mis hombros—. ¿Te acuerdas cuando nos conocimos? Yo estaba en el taller mecánico con papá y tú venías agarrando la falda de tu madre mientras ella entraba a su oficina para que le repararan una llanta. 

Volví a darle otra sonrisa tensa y falsa, él presionó su agarre aun más fuerte sobre mi piel. 

—Eras la niña más bella que haya visto —continuó diciendo—, tenías los ojos tan Marrones y tan inusuales que caí enamorado desde esa vez.
Escuché a varias chicas suspirar y tuve que resistir la tentación de rodarle los ojos.

Sí claro, enamorado y acostándose con Jenny para "obtener experiencia". 

Volví a sonreír falsamente. 

—Por cierto, no sabía que tenías primos tan apuestos como este —me dijo la señora Henrietta, intentando coquetear con Peter—. Pero mira cuánto músculo bien formado. ¿Te gustaría posar desnudo para mí? 

Me atraganté con mi propia saliva. La mamá de Franco era una artista y constantemente hacía esculturas en piedra para donarlas a plazas locales; no era sorpresa alguna que ella siempre trabajaba con desnudos, lo que sí era una sorpresa fue que se lo pidiera tan descaradamente a Peter. 

—¡Mamá! —regañó Franco— ¿Podrías no hacer esto ahora? 

—Oh, no es ningún problema —respondió Peter—, la cuestión es que tengo una novia muy celosa y no creo que le gustaría que alguien más, aparte de ella, me viera desnudo. 

Lo miré de reojo. 

Él estaba de lo más divertido con esto. 

—Pero ella no tiene por qué saberlo —le murmuró la señora Henrietta—. Además, si yo fuera ella, sería todo un honor poder ver el cuerpo de mi novio inmortalizado en piedra. 

—No la conoce, probablemente me patearía en las partes privadas. Es un poco agresiva, siempre está golpeándome en el hombro u obligándome a conseguirle barras de chocolate blanco a las tres de la madrugada —la mentira salía con facilidad de los labios de Peter. ¡No era justo! Se estaba pintando como víctima—, y si no se lo llevo a tiempo, ella se enoja mucho… —tembló ligeramente. 

¿Qué rayos…? 

Disimuladamente acerqué mi pie al de Peter y le di una patadita en la espinilla para que se detuviera. 

—Oh, pobre muchacho —la madre de Franco le hizo pucheros y lo tomó del brazo—, ¿quieres algo de té helado y comida hogareña para sentirte de buen humor? 

Peter asintió, modesto, humilde. 

¡¿A qué estás jugando, Peter Lanzani?! 

La madre de Franco salió disparada hacia la comida dispuesta a lo largo de la mesa de madera y empezó a rellenar un plato con todo lo que miraba a su alrededor. 

Me separé de Franco y miré fijamente a Peter. 

—Peter, ¿qué piensas que estás haciendo? —dije entre dientes. 

Se encogió de hombros. 

—Me estoy metiendo en el papel. Así tal vez alguien se trague esa mentira de que ambos están saliendo. 

—Es cierto —estuvo de acuerdo Franco—, Lali tienes que ser más cariñosa conmigo. 

—Oye, cuidado con lo que dices —espetó Peter. 

—Solo digo que quizás podríamos tomarnos de la mano, o yo puedo darte un beso ocasional…

—Si veo que le pones una mano a Lali, en donde sea, te voy a patear hasta que veas doble. También será mejor que mantengas tu sucia boca lejos de los labios de mi chica. 

—Enfermo —murmuró Franco. Tuve que ponerme en medio de los dos para que no se fueran a agarrar a golpes. 

—Suficiente. Si siguen así, la situación se va a descontrolar —los miré a ambos a los ojos—. Tienen que comportarse, de ahora en adelante, si están a punto de perder los estribos por lo que diga o haga el otro, dirán una palabra de seguridad. 

—Mmm… me gusta eso —mencionó Peter—, ¿qué tal si usamos la de esta tarde? 

Abrí la boca y luego la cerré. 

—¿De qué hablas? No hemos usado ninguna palabra de seguridad… 

—Claro, tienes razón. Se me olvidaba que fuimos directo al grano y me pediste que te esposara contra la cabecera de la cama. 

Franco gruñó. 

Por mi rostro reptó el calor y la vergüenza. 

¿Cómo se atrevía a decir eso frente a Franco? Lo que es, por cierto, una gran mentira.

—Deja de mentir —lo regañé. Me iba a volver una novia golpeadora si él continuaba provocándome de esta manera. 

—¿Cuál es la palabra de seguridad? —dijo Franco, enojado y apretando su mandíbula con vigor. 

—¿Qué tal: vampiro? —sugirió Peter. Entonces dirigió sus ojos verdes a los míos y me guiñó el ojo, recordando tan bien como yo cuando su sobrina creyó que jugábamos a los vampiros, aunque en realidad él estaba aniquilando mis nervios con sus pequeñas provocaciones a mi cuello. 

—Bien —accedió Franco de mala gana—, vampiro, vampiro, vampiro. 

Resoplé. 

—Fran, no se supone que comiences a decirlo sino hasta que lo necesites. Cuando estés a punto de estallar. 

—Oh, créeme Lali, lo necesito. 

Él y Peter comenzaron a retarse con la mirada. 

Rodé los ojos. 

Hombres posesivos. Tenían la estúpida necesidad de marcar territorio en cada poste de luz o hidrante que hubiera en su camino. 

—¡Chicos, siéntese a comer antes de que se enfríe! —nos llamó la señora Henrietta. 

Los tres avanzamos, y en el camino saludé a algunas de las primas de Franco que fueron compañeras mías en el colegio o durante la escuela. 

El papá de Franco me reconoció con un asentimiento de cabeza y le sonreí a cambio. Él era bastante callado y tranquilo, quien hablaba más en la relación era su esposa. Ella recientemente se había ido de viaje por un largo tiempo, la trataron en algunos hospitales extranjeros debido a que fue una luchadora contra el cáncer de mama. Perdió un seno pero tiene una bien hecha cirugía que hace prácticamente imposible dejar ver la batalla con la que tuvo que tratar.

Parte de mi decisión de aceptar fingir las cosas con Franco fue por ella; porque sabía que no tendría las fuerzas para decirle que entre su hijo y yo las cosas no funcionaban. Pero eventualmente tendría que soltarle todo. 

Debido a la quimioterapia que recibió, su cabello fue cayendo, provocando que el uso de pelucas fuera necesario. Ahora lucía una de color rubio, totalmente opuesto a su color natural que era tan parecido al de Franco. 

Ella palmeó el asiento vacío a su lado y llamó a Peter para que sentara allí. Yo tomé el asiento a la par de Peter y Franco ahuyentó a su primo para sentarse junto a mí. 

—Toma, querido —dijo ella pasándole un enorme plato de comida que contenía desde costillas de cerdo hasta bistec con papas y una selección de vegetales y comida digna para un carnívoro de primera categoría—, para que olvides a esa posesiva novia tuya. 

—Usted si sabe cómo complacer a un hombre —dijo Peter llevándose a las manos el primer trozo de carne jugosa que seguidamente metió en su boca—, delicioso. 

Volví a rodar los ojos. 

Parte de su labio inferior se llenó con salsa barbacoa, e inmediatamente más de cinco manos con servilletas quisieron limpiarlo. 

Él los rechazó amablemente y se quitó el exceso de salsa él mismo. 

Franco también me pasó un plato y comenzamos a comer, olvidando momentáneamente la pelea de hace minutos atrás. 

Peter involucraba a toda la familia de Franco a su plática, él era el centro de atención y a nadie parecía molestarle… bueno, tal vez a Franco. Pero definitivamente Peter tenía comiendo de la palma de su mano a todos. 

Ahora quería ser yo la posesiva cada vez que las tías, primas (e incluso la abuela de Franco) coqueteaban descaradamente con mi novio. Si no se detenían tendría que usar la palabra de seguridad rápidamente. 

—Escuché que te despidieron del restaurante —mencionó Franco—. Lo lamento. Creo que en parte es mi culpa. 

—La culpa fue de Jenny —dije tranquilamente y en voz baja—, ¿la recuerdas? La chica con la que te acostaste en más de una ocasión y luego viniste arrepentido a mis brazos diciendo que querías recuperarme. 

Él resopló y se echó para atrás en su asiento. 

—Lali, si de culpables hablamos, por qué no mejor señalas a tu propio novio — respondió igual de bajo—, ¿cómo puedes perdonarle a él una indiscreción mayor que la mía? 

Iba a murmurar mi respuesta pero una mano que subió lentamente por mi pierna me detuvo. 

Tragué saliva y miré disimuladamente a Peter. Él seguía tranquilamente platicando con la señora Henrietta y con la familia a su alrededor. 

—Mejor sigo comiendo —dije débilmente y acerqué una gran cucharada de puré de papas a mi plato.

Franco puso mala cara ante mi intento de cambiar de tema, y continuó devorando su comida. 

—No puedo creerlo —musitó enfadado. Lo ignoré porque la insistente mano de Peter estaba subiendo demasiado arriba. 

Tenía miedo que alguien lo fuera a ver. ¡Se suponía que era mi primo! Se mirará tan mal si descubrieran cómo jugaba con la sensible piel de mi muslo. 

Intenté apartar su mano, alejando mi pierna. Pero él me sostuvo en mi lugar y continuó torturándome. 

Le lancé miradas de reojo solo para encontrarlo tranquilo e imperturbable mientras llevaba a cabo una plática. 

Me llevé a la boca un poco de puré y casi me atraganto al sentir sus dedos traviesos tocar el encaje de mi ropa interior. 

Con un dedo estiró el elástico de mis bragas, y segundos después lo soltó para que regresara a su lugar haciendo que me sobresaltara cuando chocó contra mi piel. 

¡Vampiro, vampiro, vampiro, vampiro! 

A este paso me iba a quemar el rostro. Estaba demasiado acalorada como para pensar con claridad. 

Aun tenía la cuchara con puré en mi boca, la retiré antes que alguien notara mi comportamiento extraño. 

No había pasado ni un minuto cuando Peter volvió a repetir la misma acción, pero esta vez se demoró más tiempo desviando sus dedos por entre mis piernas. 

Mierda. 

Arrugué la servilleta de papel que tenía en la mano y doblé mis dedos hasta que mis nudillos se volvieron blancos. 

—¿Te ocurre algo? —preguntó Franco al notar que me estaba apoyando contra la mesa, respirando como si hubiera corrido una maratón. 

Intenté hablar pero simplemente las palabras no salieron de mi boca. 

Negué con la cabeza, llevando mi temblorosa mano hacia un trozo de carne servido en mi plato, pretendiendo como si la mano de Peter no estuviera en medio de mis piernas, tocando más allá de lo que alguna vez le permití a alguien tocar. 

Peter seguía con la exploración y yo tuve que morderme el labio con fuerza cuando sus dedos tocaron más y más piel. 

Finalmente encontré mi voz para hablar en dirección a su oído: 

—Peter… es mejor… antes que todos… porque… —balbuceaba sin poder formar oraciones completas— no quiero que… yo… yo… 

Lo escuché soltar una risita y dejó su mano quieta por un momento. 

Entonces volvió a atacar con fuerza. 

Salté de mi asiento y al instante sentí su mano deslizarse fuera. 

—¡Vampiro! —grité de manera desquiciada y cargada de adrenalina. 

Todos los ojos se posaron en mí. 

Franco me miró sospechosamente. 

—¿Vampiro? —pronunció Henrietta, viendo en todas direcciones, como si de hecho estuviera buscando alguno—, ¿dónde?

Esperaba que más de una persona se riera pero todos me miraban, serios, incluso con un poco de temor.

—Eh… olvídenlo. Yo… solo… Tengo que ir al baño.

Intenté abrirme espacio entre la silla de Franco y la mía, pero él no quería cooperar.

—¿Viste un vampiro? —preguntó un chico desgarbado que en su plato tenía únicamente sobras y huesos de pollo.

Me giré en su dirección y negué con la cabeza.

—No, no es eso. Lo que pasa…

—El tío Blaz una vez vio una de esas criaturas —susurró una señora entrada en edad. Creo que era una de las tías de Franco. Ella señaló en dirección a un tipo con cabello negro que ocupaba la silla de enfrente—. Tuvieron que llevarlo a un psicólogo para tratar de tranquilizarlo y hacer que hablara nuevamente.

—¿Qué fue exactamente lo que viste? —preguntó el que creía era el tío Blaz.

—Yo… —tragué saliva. Miré a Franco para que me ayudara a inventar una buena excusa pero él no miraba en mi dirección, en su lugar, estaba enfocado en su teléfono—. Estoy segura de que era alguien intentando hacerles una broma.

Me mordí el labio.

Yo era pésima inventando excusas. ¿Por qué Peter tenía que hacerme eso justo en medio de una reunión familiar?

Vaya, hubiera aceptado que lo hiciera en su departamento… hasta en el baño, o al menos en un lugar con cuatro paredes y cero audiencia (no le pedía mucho a la vida). Pero no, él elegía este momento para sacarme de mis cabales.

—¿Piensas que era alguien disfrazado? —volvió a hablar Blaz, noté irónicamente que él sí que parecía tener nombre de vampiro… hasta tenía la pinta de uno—. ¿Estás segura de lo que viste?

Increíble. Hablaban de este tema con una seriedad…

—Umm, sí.

—Bien. Tengo un arma cargada en mi maletero —gritó esta vez para todos—, ¿quién viene conmigo para atrapar a ese hijo de puta que nos quiere jugar una broma? 

—¡Vamos a darle una lección! —gritó alguien. Varios gritaron de regreso, en aprobación. 

Entonces unos cinco hombres se levantaron de la mesa, y gruñendo se movilizaron por todo el patio trasero, rebuscando entre los arbustos por alguien que no existía. 

—Todavía estoy sensible por lo que me pasó hace semanas como para que un cabrón venga y quiera asustarme —murmuró Blaz, su voz quebrándose en las últimas palabras—, pero esta vez estoy armado, ¿oíste? Esta vez no estoy solo… 

Las voces de los hombres se perdieron cuando giraron en una esquina y se apresuraron hacia sus vehículos. 

Bueeeeno, pobre de aquel que decidiera aparecerse por sorpresa frente a ellos.
Me sentía culpable por si algo llegara a pasarle.

Le lancé una sucia mirada a Peter y a Franco por no ayudarme, pero el primero estaba haciendo el mayor intento de su vida por no echarse al suelo y reír hasta llorar; y el segundo finalmente dejó su celular para prestarme atención.

—¿Dijiste que querías ir al baño? —preguntó ¡¿dónde estuvo su mente en los pasados cinco minutos, cuando lo necesitaba?! —Bien, vamos. Te enseñaré dónde es.

No sabría decir si realmente escuché o me imaginé a Peter reír como si le estuviera dando un ataque de asma. Pero me movilicé, le di una palmada en la cabeza y seguí a Franco hasta el interior de la casa.

Entramos por la cocina y luego pasamos la sala familiar; cruzamos un pasillo con vista a un hermoso y bien cuidado jardín, y finalmente Franco se detuvo en la penúltima puerta haciéndome un gesto con la mano para que entrara.

El baño tenía un tamaño ideal, no muy grande ni muy pequeño.

Toda la habitación estaba pintada de azul, y tenía unas baldosas en color gris que contrastaba perfectamente con el resto del baño.

Iba a cerrar la puerta, cuando, Franco se apresuró a entrar detrás de mí y terminó cerrando en mi lugar.

No entendía qué estaba haciendo y sentí un breve momento de pánico.

¿Qué me iba a hacer aquí en el baño?

¿Tal vez regañarme por jugar con los nervios de su tío?

—Franco… lárgate antes de que comience a gritar —lo amenacé.

Él me tomó del brazo y me empujó contra su pecho.

Estaba llenando mis pulmones de aire para así poder chillar con fuerza, pero su enorme mano tapó mi boca en un segundo y me pegó contra una pared.

Ahora sí empezó el miedo a circular por mis venas.

—No te vayas a asustar —me dijo—, no pienso hacerte nada. Sólo quería hablarte por un momento sin que el gorila que tienes por novio amenace con desfigurarme. Quiero darte algo.

Él registró los bolsillos delanteros de su pantalón, y sacó una pequeña cosa blanca que encerró en su mano.

—Voy a quitar mi mano de tu boca… pero no vayas a gritar. Te repito: no quiero hacerte daño.

Lentamente, uno a uno, sus dedos se escabulleron de mis labios sellados.

No grité pero sí lo golpeé en el estómago.

—¡Tonto!

—Auu —se dobló un poco—. Solo quería darte esto.

Me tendió un rectángulo, no más largo que tres centímetros, y lo depositó en mi palma.

—¿Qué es esto?

La pequeña cosa tenía tapadera. La abrí e inmediatamente la reconocí: era una memoria USB, un pendrive.

—¿Y esto para qué? —pregunté viéndolo a los ojos. Lo único que deseaba hacer era huir a un lugar más público y salir de este baño, no me gustaba estar encerrada con Franco.

Esta era la última vez que le hacía un favor.

—Solo mira los archivos que guardé dentro, ¿sí?

Lo miré con curiosidad. ¿Qué clase de cosas guardaba para mí?

—Te dejo sola —dijo, y antes de que pudiera preguntarle más, salió.

Ufff, necesitaba echarme agua en la cara.

Este fue un día muy largo.

Mega Maraton 
8/15

3 comentarios :

  1. O por favor que no tnega algo de peter ahy por queme mueroooo!!! Como siempre franco arruinando todo... mMMM Pero depronto solo me hago la cabeza y no es eso lo que tiene..

    Sube mas

    Andrea antequera ::DD

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  2. Yupii vooviste.. espero el prox genia!!

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