sábado, 8 de febrero de 2014

Capitulo 27

 Galleta de la Fortuna

—Puse la película El Diario de la Princesa y no me gustaría verla sola, ¿vienes? 

Sonreí y me puse en pie, entrando al territorio más íntimo de Peter.
—No me la perdería por nada del mundo.

Para ser un chico, Peter era bastante pulcro en su habitación. Al menos no tenía ningún poster visible de alguna mujer en lencería atrevida, o una banda de rock pesado. 

Sus paredes estaban desnudas de cuadros o pinturas y, al igual que el resto del departamento, los muebles eran de tonalidades oscuras con finos acabados. 

Su cama era enorme y no pude evitar respirar hondo en sus sábanas de color azul marino; ni siquiera presté atención a la película que Nicole había puesto para que ambas pasáramos un rato juntas. Me sentía drogada y aturdida de solo pensar que Peter dormía en esa misma habitación, en esta misma cama y en este mismo lado en el que me encontraba recostada. 

Incliné mi rostro una vez más y pegué mi nariz en las sábanas; aspiré como por vigésima vez el delicioso olor masculino que él impregnó en sus almohadas. 

Espectacular. 

Rápidamente me separé, no quería que Nicole me fuera a ver actuando como la loca que olía las sábanas de su tío. 

Después de veinte minutos entró Peter y nos anunció que la comida ya estaba lista. 

Nicole y yo nos movilizamos hacia la sala y los tres comimos de las cajitas de cartón en donde los alimentos venían bien empaquetados desde el restaurante chino a tres cuadras del departamento. 

Nos sentamos en el suelo de la sala, rodeando la mesita de centro e intentando sostener los fideos y el arroz con los palillos chinos, riéndonos cuando ninguno pudo realizar tal hazaña y en su lugar usamos tenedores. 

Devoré todo con rapidez y disfruté de la mejor vista de todas: Peter en una camiseta sin mangas. 

Realmente debería usar más como esas. Hacía que los músculos de sus brazos se lucieran de manera formidable. 

—Cuando sea mayor me pintaré la piel como el tío Peter —anunció Nicole mientras metía un puñado de fideos a su boca. 

—¿En qué edad quedamos que eso iba a suceder? —musitó Peter. 

—¡A los treinta! —obedientemente respondió la niña. 

Tuve que reírme de eso. 

—Peter, tu ni siquiera tienes treinta y ya estás tatuado —le recordé. 

—Maduré rápido. Reí-resoplé a la vez. 

—Entonces yo definitivamente estoy calificada para hacerme uno. 

—Y yo estaría encantado de supervisar los lugares de tu cuerpo ideales para un tatuaje —me guiñó un ojo. 

Mi rostro se calentó. 

Aclaré mi garganta y continué con la cena. 

—Terminé con mi comida, ¿puedo ahora ver mi galleta de la fortuna? —le pidió Nicole a Peter. 

Él acercó la cajita donde comía la niña y la observó, haciendo una mueca.
—No, no has terminado. Come tu brócoli.

—No me gusta el brócoli, lo sabes —ella hizo un puchero y se cruzó de brazos. 

—Cómelo... 

—Pero no quiero... Mira, Lali tampoco lo ha comido —me señaló y me tensé en mi lugar. 

Peter se acercó e inspeccionó mi comida al igual que como había hecho con ella. 

—Lali... —me advirtió él. 

—¿Peter? 

—Come tu brócoli. 

—Soy alérgica a los vegetales —dije encogiéndome de hombros y llevándome algo de pollo a la boca. Mastiqué lentamente a pesar de que quería devorar todo muy rápido; mi almuerzo había sido un fiasco preparado por Susan, merecía algo de comida decente. 

—Además —continué— se le pueden dar a Steve así que no se desperdician. 

Nicole asintió estando de acuerdo conmigo. 

Steve apareció en ese momento como si lo hubieran requerido y olfateó en mi dirección. 

¡Puaj! Me moví rápidamente hacia Peter hasta que nuestros brazos chocaron uno contra otro. 

—¿Le tienes miedo a Steve y aun así quieres alimentarlo? —preguntó él, divertido. 

—Nadie, pero nadie, tiene un zorrillo como mascota —lo fulminé con la mirada—, son apestosos y dejan su hedor por todos lados. Si querías un animal hubieras optado por un perro… o un gato al menos. Vaya, incluso pensaba que eras el tipo de chico con una serpiente como mascota. 

Peter se rió y rodeó mi cintura con sus brazos, me movió de tal forma que quedé sentada entre sus piernas abiertas, mi espalda chocaba contra su pecho. 

Justo en ese momento yo estaba teniendo una enorme dificultad para respirar normalmente; y no me lo puso fácil cuando sus largos dedos comenzaron a acariciar mi cabello. 

—Tengo un perro —habló en mi oído causándome cosquillas—, solo que mi vecino del departamento de abajo lo cuida cuando yo no estoy en casa. Y en cuanto a Steve... bueno, era un invitado no deseado que se escondía en el dormitorio de Jenny, yo solo lo rescaté antes de que ella llamara a control de animales y ellos lo dañaran. 

—¿En el departamento de Jenny? Me parece haberlo conocido antes —medité. Claro, era la misma mofeta que encontré en la cocina semanas atrás. 

¿Cómo llegaría un zorrillo hasta el departamento? Ni idea. 

Mientras Peter apoyaba su barbilla en mi cabeza, Nicole estaba entretenida dándole a Steve su brócoli, fingiendo que nadie miraba nada. 

—Además, Steve no es apestoso —volvió a hablar en mi oído. Esta vez me dio un beso en el cuello—, cuando lo llevé al veterinario, me dijeron que alguien le había quitado las glándulas que producen el mal olor. Es un animal limpio en todo sentido.
Fruncí el ceño. ¿Cuándo lo llevó al veterinario?

—Es como un ratón gigante —le dije—. No deberías dejar que Nicole juegue con él, la puede morder.

—No va a estar mucho tiempo aquí; mi abuela quiere liberarlo en el bosque este fin de semana. ¿Eso te hace feliz?

—De acuerdo, me tranquiliza.

Peter volvió a darme otro beso en el cuello. Reprimí la urgencia que tenía de girarme y que esta vez besara mi boca, pero tenía que comportarme, Nicole estaba cerca y no me parecía lo correcto que mis hormonas revolotearan por todo el lugar.

—¡Terminé el brócoli! —gritó la niña cuando acabó de alimentar al apestoso animal (con o sin glándulas)—¿Puedo ahora agarrar una galleta?

—Bien —Peter extendió el plato que contenía las galletas e hizo que Nicole tomara una.

Ella se precipitó a agarrar la que más cerca tenía.

Antes de partirla y leer su mensaje, nos miró a ambos con ojos entrecerrados.

—¿No van a agarrar una también? Puede ser de mala suerte si no las abrimos al mismo tiempo —dijo la niña solemnemente.

Le sonreí y tomé la que se encontraba en el centro. El brazo de Peter se estiró sobre mi hombro para tomar la que quedaba.

—De acuerdo, a la cuenta de tres cada quien parte su galleta —instruyó Nicole.

Steve se rozó sobre su pierna y lo vi olisquear en su dirección. Yo llevé mis rodillas a la altura de mi pecho, y me pegué más a Peter.

—Uno —comenzó ella con entusiasmo—, dos… ¡tres!

Con mi dedo pulgar ejercí presión sobre la galleta y ésta se partió en tres pedazos pequeños. Saqué un papelito que venía apretadamente doblado y leí su contenido:

“Alguien te está mirando justo en este momento” 

¿Alguien me está mirando? ¿En serio? ¿Qué clase de galleta de la fortuna era esta?

Pudieron haber puesto: Si estás leyendo esto es porque puedes leer.

Más obvios no pudieron ser.

Alcé la vista, curiosa por ver qué decían las demás galletas, tal vez tenían mensajes más interesantes que el mío.

Nicole fruncía el ceño y veía el papel confundida, miré a Peter que tenía casi la misma expresión que su sobrina. En realidad era algo tierno de ver. Ambos hacían las mismas muecas y de la misma forma.

—¿Qué les parece un cambio? —preguntó él finalmente. Hizo de su papel una bolita y me lo pasó mientras que Nicole tomaba el mío y le entregaba el de ella a Peter.

—Oye no se vale cambiar. Es hacer trampa —le dije.

Pero ninguno de los dos me prestaba atención; impulsada por mi curiosidad decidí leer la bolita que me había pasado Peter. Decía:

“Intenta con otra galleta” 

Bufé para mis adentros. Claro, intentó con otra galleta.

—Cambio —gritó Nicole después de un segundo.

Automáticamente Peter y ella volvieron a intercambiar papeles tomando de nuevo el mío.

Desenrollé el siguiente, que originalmente pertenecía a Nicole, y se leía:

“DJ Maxxime a tu disposición… para reservar presentaciones: 511-254098” 

Tuve que reírme en voz alta. Luego Nicole se contagió, y por último Peter.

—Esas fueron las peores galletas de la fortuna que leído en mi vida —dije entre risas.

—Oye, salió algo bueno de todo esto —dijo Peter— tenemos el número de un DJ si llegamos a necesitarlo.

Me reí un poco más con eso.

—La próxima vez mejor trae helado —le dije.

***

Esa noche llegué tarde a casa. 

Peter me había llevado en su motocicleta, y después se aseguraría de ver que su abuela y Nicole también llegaran seguras a su hogar. Él me dijo que ellas no vivían en el departamento, solo iban casualmente y trataban de verse todos los fines de semana. Incluso me invitó para ver la liberación de Steve en el bosque. 

Iba a rechazar su oferta pero la verdad era que quería pasar todo mi tiempo posible con él, sin importar que eso incluyera a cierto zorrillo apestoso de por medio. Una vez en la puerta de la casa de papá, Peter tuvo el descaro de besarme hasta que se me durmieron los dedos de los pies. 

—Te extrañé —me decía entre besos—. No quiero que vuelvas a huir de mí, por favor. — Llevó mi mano, todavía vendada, a sus labios, y me besó con suavidad—. Me volví loco cuando no supe dónde encontrarte. Incluso fui a casa de tu madre para que me dijera dónde te escondías toda esta semana. 

—Lo siento —dije en un hilo de voz—, me sentía insegura. 

—¿Insegura de qué? —sus manos ahuecaron mi rostro y se inclinó más cerca de mí para pegar mi frente contra la suya. 

—Insegura de si volverías a los brazos de Jenny —dije, sintiéndome avergonzada. 

No había vuelto a ver a Jenny desde el incidente con la pistola de burbujas y el desastre que le hizo a mi ropa; por su culpa había tenido que saquear el armario de Rita en busca de prendas temporales que me sirvieran mientras ahorraba para una compra rápida en tiendas de segunda mano. Nunca creí posible que llegara a odiar tanto a una persona… mucho menos que alguien me odiara a mí con esa intensidad con la que Jenny me odiaba. 

Peter jugueteó con mis labios, haciendo que mis pensamientos entraran en zonas más seguras. 

—Yo no quiero volver con Jenny —me aseguró—. Y definitivamente no quiero que vuelvas con el lame vacas.
 
Fruncí el ceño.

—¿Qué tiene que ver Franco en todo esto? Sabes que nunca volvería con él. 

Pegó de forma casi violenta sus labios contra los míos, con sus manos tomó mi cabeza y la dirigió hasta conseguir la mejor posición para excavar dentro de nuestras bocas. 

Su lengua se unió a nuestro beso y conquistó todo a su paso. 

Solté un gemido cuando me agarró de la cintura con una mano y me acercó a su cuerpo; dejé de pensar, dejé incluso de respirar y me concentré por completo en lo que sus labios hacían con los míos, en el trabajo que realizaba su ávida lengua y lo que su cuerpo estaba sintiendo en ese momento debido a nuestra cercanía. 

Nunca deseé llegar a más que solo besos con Franco, pero con Peter… tenía la enorme necesidad de arrancarle la ropa y que me demostrara sus habilidades en privado. Pero él se separó justo cuando iba a sugerirle llevarlo a escondidas a mi habitación. 

Respiró hondo y yo me acerqué en busca de un poco más de sus labios; antes de que pudiera acercarme, él me tomó de los hombros y me separó del calor de su cuerpo. 

Me escuché protestar y él sonrió ante el sonido. 

Yo estaba en un estado peor que el de Bambi… me encontraba en un estado cavernícola al cien por ciento. 

—Me alegra que ya no te interese el lame vacas, porque él está sentado en tu porche, esperándote —dijo Peter viendo a alguien por encima de mi hombro. 

Giré y encontré a Franco de pie, viendo de forma horrorizada en nuestra dirección. 

¿Qué hacía él aquí? 

Me crucé de brazos y me aseguré de que todas las luces en la casa de papá estuvieran apagadas. 

Susan no se quedaba a dormir (al menos no se quedó mientras yo estuve toda esta semana) así que papá debería haberse dormido enfrente de la televisión viendo el canal de deportes. Al menos esperaba que estuviera dormido porque Peter y Franco eran capaces de armar toda una guerra, y era seguro que papá iba ponerse del lado de Franco sólo para ver lejos a mi novio tatuado y con motocicleta. 

Vaya… sonaba a un cliché de chico malo. Pero Peter era todo menos un cliché; yo podía dar fe y legalidad a eso. 

—¿Qué haces aquí Franco? —pregunté sigilosamente. 

Él se acercó a paso lento y se detuvo cuando Peter se puso a mi lado. 

El rostro de Franco tenía ciertos moretones y el lado derecho de su ceja estaba hinchado, eso fue de su pelea con Peter hace una semana, solo esperaba que no viniera a buscar más pelea todavía. 

—Pensaba encontrarte en casa —respondió él— sola. 

Miró a Peter cuando dijo esto último. 

Suspiré. 

¿Por qué no podía tener un día normal y tranquilo en mi vida? 

—¿Querías algo? —traté de desviar la conversación a terrenos seguros.
 
—Sí. Quería hablarte de una cosa. En privado.

Peter bufó y envolvió uno de sus brazos en mi cintura. 

—Nada está sucediendo en privado con mi chica —dijo él clavando sus dedos en mi cadera—, si quieres insistir en hacer de idiota y declarártele una vez más, te voy a hacer el favor de ahorrarte el ridículo. Escuchaste lo que ella dijo antes: nunca volverá contigo. Así que deja de insistir de una buena vez. 

Franco entrecerró los ojos. 

—No puedo creer que te enrollaras con un chico mucho mayor que tú —me acusó—, en serio, ¿cuántos años tienes, abuelo? 

Oh, oh. Mala pregunta. 

Podía sentir la tensión en Peter irradiar por todos los músculos de su cuerpo. 

Primero Gaston lo hacía enojar… ahora Franco. 

Genial. Crearan a un monstruo de los celos. 

—Si no quieres que te golpee en las pelotas, dejarás las bromas conmigo, niño. 

—No sabía que te atraían los ancianos, Lali. O para el caso, los chicos con apariencia de delincuentes. 

—Franco… guarda silencio —lo fulminé con la mirada. 

Idiota, idiota, idiota. 

Él suspiró, tratando de calmarse. 

—No vine a pelear —dijo alzando las manos—, solo quiero pedirte un favor, Lali. Quiero que le digas a mi madre que tú y yo somos novios todavía.
 
Lo que me faltaba…

Mega Maraton 
5/15

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